Capítulo 28 "Primeras tareas"

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 Francisco toca el timbre de la casa de su padrastro, deseando que él no sea quien lo reciba. No es por una cuestión de cariño que se ha presentado en su puerta, de hecho, ellos apenas han tenido un número de conversaciones que socialmente los califica como "conocidos". Sin embargo, no son menos que su mamá y hermanito quienes viven bajo su techo, y a pesar de que no puede darse el lujo de pasar tanto tiempo con ellos como quisiera, trata de visitarlos lo más seguido que sus horarios se lo permiten. Ambos son lo más importante que tiene en la vida. Lo único, en realidad, y si no fuese ese el motivo que lo impulsa, quizás, ni siquiera hoy estaría visitándola.

 Roxana abre la puerta con Tobías en brazos, quien tiene la cabeza apoyada en su hombro mientras chupa su dedo. La grata sorpresa al ver a su hijo parado frente a ella, después de tanto tiempo, ilumina su rostro, y se acerca a darle un afectuoso abrazo materno, esos que parecen borrar toda la maldad del mundo, los que eran suficientes para apañarlo cuando se hacía una raspadura cuando era niño, o podían alejar los monstruos imaginarios que habitaban su dormitorio en noches de tormenta. Esos que, a pesar de que le cueste admitirlo, Francisco necesita de vez en cuando, tanto que se deja llevar y disfruta la calidez del momento, para atesorarlo en su memoria, para recordarlo en aquellas ocasiones en que su mamá no esté presente para él. Es una felicidad bastante deprimente, piensa mientras deposita un beso en la frente de su hermanito, pero ha aprendido a conformarse con ello.

 Su madre se apresura a invitarlo a pasar, conduciéndolo a la cocina a medida que lo abarrota de preguntas que él ni siquiera tiene tiempo de contestar. "¿Querés sentarte?" le dice, con la silla ya extendida hacia atrás. "¿Tomamos unos mates?", sugiere, llenando el termo con el agua caliente que acaba de sacar de la pava —no sin antes haber dejado a Tobi en el suelo, quien queda parado en sus dos pies y, con la dificultad que todo niño tiene al dar sus primeros pasos, camina hacia el canasto de juguetes, que está a tan solo unos centímetros de él. "¿Tenés hambre?" pregunta, y Fran no puede decir ni si, ni no, ni mu, porque en el momento en que su madre termina la oración, un plato con criollos es puesto sobre la mesa, justo en frente suyo. Él sonríe, acordándose de las conversaciones que ha tenido con sus compañeros de trabajo, muchos de los cuales ya tienen pareja e hijos, en las que ellos describían ese mismo comportamiento al ir de visita a la casa de sus viejos. Lo notable es que se referían a mujeres mucho mayores que Roxana, quien apenas tiene cuarenta años, pero las circunstancias que rodearon su vida la han hecho madurar con rapidez. Pero su situación no es única. En un país que no le hubiera permitido interrumpir su embarazo incluso si lo hubiera querido, criar un hijo sola a sus diecisiete años no es excepcional. 

 "¿Cómo estás mi cielo? ¿Hace cuánto que no te veo?" es la pregunta con la que finaliza su interrogatorio y, probablemente, es la única que Francisco preferiría no contestar. No quiere ni pensarlo, no está dispuesto a sacar cuentas que darán como resultado el tiempo que se le ha ido volando mientras se acostaba por la noche con la idea de venir a visitarlos, pero por diferentes causas aún no se había concretado como una realidad hasta hoy. A veces es el trabajo, o las relaciones sociales que debe mantener a partir de él, o compromisos a los que prometió no faltar, aun cuando sabía que cuando llegase el día, querría suspenderlos. Es triste que, a pesar de estar sólo a unos pocos kilómetros, no más de media hora de camino, puedan pasar meses enteros sin verse a la cara. Pero no tiene muchas otras opciones, debe ser constante, puntual y responsable si quiere conservar su trabajo, debe complacer sin excepciones al jefe si quiere hacer buena letra, y debe realizar trabajos extra, a pesar de que le resulten vagamente reprochables, si quiere obtener respuestas, y un poco de dinero de más, también. Lo malo, lo ambicioso es, quizás, querer todas esas cosas.

 Francisco contesta que se siente muy bien, evadiendo dar otra respuesta. Entonces, un incómodo silencio se propaga entre ellos. Él casi puede ver cómo las palabras flotan en la mente de su mamá, buscando un comentario para romper el hielo, algo que decir para alivianar la tensión. Pero no necesita nada de eso, odia recibir palabras suaves que cuentan mentiras, detesta que la verdad se contamine de falsas afirmaciones; los engaños con la etiqueta de "ser por su bien" son una farsa, una farsa en la que él ha vivido demasiado tiempo, y ya no se siente capaz de soportar, de seguir sosteniendo a pesar incluso de sus propias acciones, aquellas que realiza con la misma sed de respuestas que lo llevó hasta allí.

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