Capítulo 60 "Parte seis"

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 El cielo apenas se deja entrever entre las copas de altos árboles, y están tan cerca uno del otro que las ramas se entremezclan, los troncos se interponen a cada paso, trazando una especie de laberinto donde los caminos se bifurcan, y es fácil perder el rastro. Sara se sacó los zapatos y los lleva colgando sobre el hombro, lo que no parece tan buena idea ante la amenaza de clavarse una espina o una rama en los talones, pero más riesgosa aún, según ella, era la posibilidad de tropezar y caerse al suelo. Fernando, apenas unos centímetros delante de ella, camina y le va indicando los posibles obstáculos, "cuidado con la piedra", "acá hay un pozo". "Podés agarrarte de mi brazo si querés" ofreció, a lo que ella respondió que "no, gracias". Le recuerda a otra circunstancia pasada que los encontró escabulléndose entre las sombras. Salvando las distancias, ella también estaba descalza.
—¿Qué significa esto? —Sara le pregunta.
 Se refiere a la parte posterior de la tarjeta dorada, a una secuencia de dígitos que no parecen responder a un orden en particular, o a uno que le dé sentido. Pero "Para quien quiera abrir los ojos" suena a desafío, a la existencia de un hecho desconocido, escondido, quizás en la superficie, quizás en lo más profundo del océano, que alguien debe atreverse a desenterrar. "Para quien quiera abrir los ojos" es la invitación a una realidad que quizás no todos quieran mirar.
 Pero por alguna razón, por obra o por que ha torcido el destino, la pieza le ha caído a Fernando sobre las manos, que se mancharon de sangre cuando la extrajo del living, como la gota que ha caído sobre los números y los ha difuminado.
—Es la clave de una caja de seguridad, pero nos costó un montón darnos cuenta. No sé si lo habríamos descifrado sin Tano.
—¿Quién? —pregunta, el apodo es uno que ya había escuchado antes.
—El contacto que tenía en la empresa de las cámaras de seguridad, es el dueño en realidad. Le presta servicio a la empresa, a mi casa, y a la tuya también.
 Esa referencia, le prende una luz. O un flash, para ser más específica.
—Por casualidad, ¿es fotógrafo?
—No sé si se dedica a eso, pero nos sacó una vez fotos. ¿Por qué? ¿Lo conocés?
—Estoy casi segura de que sí, él nos sacó las fotos para la fiesta. Hará un mes, unas semanas. Un tipo de pelo gris, ¿no?
—Ese mismo, él se comprometió a trabajar con nosotros, me ayudó un montón a mantenerme oculto y a salvo todo este tiempo.
—¿A cambio de qué?
—Le prometí un porcentaje de la plata que sobre de la herencia.
 Hay una parte de ella que no lo cree, que no quiere creerlo, que negará que lo acontecido no forma parte de una pesadilla de la que despertará con sólo una angustia efímera, que no es real, sino una alucinación alternativa en la que por crueles motivos a los que puede atribuir su imaginación, muchas de las personas que han frecuentado recientemente en su vida, aparecen para darle la espalda.
—Y pensar que me había caído bien —murmura.
—Es un buen tipo.
 Ella suspira.
—¿Es en serio? Él, vos, Jorge incluido, todos vendiéndose por plata. ¿Eso es ser un buen tipo para vos?
—Uno hace lo que puede.
—Dudo que no haya mil otras cosas que se puedan hacer.
—Eso lo decís porque no tenés ni la más mínima idea, Sara. No podés darte el lujo de opinar en una situación en la que jamás en la vida vas a estar, es un capricho sin sentido —discute, y se hace el cabello hacia atrás pasando con frustración su mano por la frente—. Dios, todavía tenés tanto por madurar.
—¿Ah sí? Pero si yo creí que te gustaba porque era muy madura para mi edad. ¿No me decías eso siempre?
 No se lo dirá, pero le hace ruido en su mente, una incomodidad que no desaparece, porque quizás esa era sólo una excusa, una clase de justificación, en su cabeza y hacia afuera, para no sentirse culpable por estar saliendo con una chica tan menor que él. Pero para Sara, es sencillamente halagador, que un hombre mayor, maduro, experimentado siquiera se haya fijado en ella. Le hace sentir poderosa y especial, al mismo tiempo, seductora y deseada, y, aunque le cuesta desterrar esa idea, comienza a cuestionársela.
 Fernando no responde y ello, por sí solo, habla lo que las palabras no dicen.
 Pero ella sigue avanzando, aunque no sabe hacia dónde, incluso cuando lo ha dejado atrás. Se abre paso entre los árboles, aparta las ramas que estorban el camino, y cuando los atraviesa, la brisa le da una bocanada de aire fresco. Tiene una impresión contrastante, el abrigo de los árboles contra la nada misma, la sensación suave y húmeda de pasto bajo sus pies desnudos.
 Frente a sus ojos, escondida entre la arboleda, se erige una cabaña. Se la ve pequeña, al menos en su fachada, a base de piedra y construida con troncos de madera. Es adorable, con su techo a dos aguas y un porche de entrada, como salida de una película en el bosque, o una casa de muñecas. Sara piensa, que normalmente le daría terror encontrarse con una casa abandonada, sola y vacía, pero esta le trae una indescriptible evocación de familiaridad y calidez.
—Mi abuelo siempre quiso tener una cabaña —murmura, es lo primero que sale de sus labios, el primer pensamiento que llega a su mente cuando la ve.
 Puede oírlo en su memoria, como un eco a la distancia.

Para quien quiera abrir los ojosWhere stories live. Discover now