Capítulo 11 "No siente que ha sido en vano"

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 Está amaneciendo. El sol comienza a abrirse paso en el cielo, los primeros rayos filtrándose entre las nubes. Fernando mira hacia atrás en el espejo retrovisor, la ruta está vacía, lo que le permite conducir con libertad sobre el asfalto, alcanzar la velocidad que más le plazca sin restricciones. El reflejo de su propia mirada lo observa con cansancio, con un rostro manchado de moretones, y una herida en su labio que todavía duele, y tardará en sanar.

 Su celular vibra, la canción de Queen que tiene como tono de llamada para Sara resuena en la tranquilidad del automóvil. Por más desestabilizador que el sonido le resulte a esa hora de la mañana, no lo pondrá en silencio, porque silenciarlo sería el equivalente a ignorarla, y él no está ignorándola. Sin embargo, al llegar al punto en que la ruta nacional 36, por la que viene conduciendo, se encuentra en una encrucijada con la número 6, sigue las direcciones que ha recibido para garantizar su seguridad, y apaga su teléfono.

 Luego baja el tapasol, y lo corre hacia la izquierda, cuando los rayos salientes se vuelven intolerables. Tan intolerables que incluso a Sara, a no mucho menos de 100 km de distancia, y a través de un vidrio polarizado, logran fastidiarla. Ella está sentada en el asiento trasero del auto de Jorge Martínez, a quien acaba de conocer. Esa mañana, cuando estaba saliendo para ir a la universidad, se encontró con un sofisticado Audi negro estacionado en la calle, y la noticia de que, a partir de ese momento, tendría un chofer a su entera disposición las 24 horas del día, lo que fue en un principio fue emocionante de oír. Desde que dejó de conducir, la forma en que se maneja en la ciudad se ha convertido en un conflicto que resolver; en ocasiones pidiendo a Zóe que la lleve cuando sus horarios coinciden, lo que rara vez sucede, algunas otras recurriendo a sus amigos con autos disponibles, los que son realmente pocos, y las más de las veces, pidiendo taxis que la dejan frente a la puerta de la facultad, en lo que suele gastar la mayor parte del dinero que recibe por semana. Sin embargo, Pablo se encargó de recalcar que no es un lujo por el que debería sentirse afortunada, sino una forma de ejercer control sobre sus idas y vueltas: "Jorge va a ser el único encargado de llevarte a dónde sea. No quiero que te muevas de esta casa si no es en ese auto, ¿se entendió?". Sara asintió, lo que significa que entendió sus órdenes, pero no necesariamente que va a respetarlas.

 Teniendo dos espaciosos asientos más a su lado, en los que la luz solar no llega a reflejarse, ella cambia de lado, moviéndose dos lugares hacia la derecha. Desde el nuevo ángulo, puede ver el perfil del hombre que la acompaña, el que es suficiente para deducir cierta información. Debe rondar los sesenta años, a juzgar por su cabello canoso, pero pulcramente peinado, y las arrugas en su rostro que denotan el paso del tiempo. Él, a pesar de no desviar los ojos del camino, nota que ella ha cambiado de asiento.

—¿Está cómoda, señorita De Marchi? —pregunta, dirigiéndose a ella de una forma mucho más respetuosa que el tuteo de confianza al que está acostumbrada.

 Ella asiente, sentada en un asiento de refinado cuero, con el espacio suficiente para incluso acostarse si quisiera, y el aroma dulce de algún aromatizante costoso, cree que nunca ha viajado con mayor comodidad.

—Muy cómoda —dice, y se inclina un poco hacia adelante para asegurarse de que él la escuche—. Puede decirme Sara, si quiere.

—Sara —Jorge repite, como si el decir ese nombre en voz alta hiciese florecer los recuerdos de su memoria—. Su abuelo solía hablarme mucho de usted y sus hermanas.

 El ceño fruncido que logra ver por el espejo retrovisor lo compromete a dar una explicación.

—Trabajé para Sergio durante cinco años —aclara—, me tocó vivir muchos momentos con él.

 Al escucharlo, no puede evitar que las comisuras de sus labios se eleven en una sonrisa. Son muchas las cosas que se acuerda de su abuelo, su simpática risa, su sentido del humor tan ocurrente, el resplandor que había en sus ojos, intensamente verdes, los que tuvo la suerte de heredar. Sin embargo, si bien él falleció hace sólo unos meses, esas características que definían su personalidad como alegre y sagaz se fueron mucho antes que él. La muerte de Alicia, quien ya llevaba años enferma, arrancó de su rostro las más sinceras sonrisas. Sergio no volvió a ser el mismo, y sus ojos, en los que solía resplandecer el más dulce amor, perdieron para siempre su brillo.

Para quien quiera abrir los ojosWhere stories live. Discover now