Capítulo 48 "I'm sorry"

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—¿Me lo prestas?

 Cuando Zóe mira a Alina, deduce que está pidiéndole el celular de Sara. Al principio, lo duda, no sabe para qué podría quererlo si está bloqueado, y cuanto mucho, solo podrá sacarse fotos. Pero tampoco tiene razones para no dárselo, así que lo hace, no sin advertirle que lo use con cuidado. No le tiene mucha confianza con las cosas frágiles, pero en lugar de ponerle atención como se propuso a hacerlo —aunque no pretende responsabilizarse si le quiebra la pantalla—, se concentra en escuchar a sus papás, debatiendo medidas que tomar mientras comparten hipótesis sobre la huida de su hermana. Que probablemente esté con una amiga es una esperanza ilusa, no se habría ido a esa hora de la mañana y sin avisar. No obstante, no dejan de comunicarse con cada una de ellas y preguntarles si la han visto, obteniendo de todas respuestas negativas. Las opciones se reducen, y los tres tienen una en mente que no se animan a pronunciar; aun así, eso no responde el interrogante de a dónde se ha ido.
Una música infantil atraviesa la seriedad del momento, y Zóe está a punto de retar a su hermanita para que baje el volumen cuando se da cuenta de lo que en verdad importa: ha desbloqueado el celular.

—¿Sabías la contraseña? 

 Ella asiente, sin conocer lo trascendente que resulta.

—Sara me deja mirar videos en su celu —afirma—, no como otras.

—Ahora te dejo que veas en el mío ¿querés? 

 Lina la mira con desconfianza, y no es hasta que le da su teléfono, sin claves y con la aplicación abierta, que acepta intercambiarlo por el de Sara. Zóe sabe que tiene una puerta abierta a demasiada información, pero no pretende entrometerse más allá de lo indispensable, y el buzón de llamadas le confirma lo que su papá sospechaba. Sí llamó a Jorge, al parecer, sí se fue con él. Todavía más conducente es la aplicación que había dejado abierta, el mapa de Córdoba con la última ubicación que ha explorado, una que la lleva, literalmente, al otro extremo de la ciudad.

 Mira con nerviosismo la pantalla, se muerde la punta de las uñas. No quiere delatarla, sabe que Sara va a odiarla, que quizás no se lo perdone nunca. Pero tampoco se perdonaría a sí misma si está fallándole, aunque ella crea que está tomando la mejor decisión. Al menos, si ya está convencida, incluso si no puede hacerla cambiar de opinión, quiere hablar con ella. Y sólo tiene una forma de hacerlo; espera que pueda perdonarla.

—¿Pa?

• • •

 El aeropuerto es un lugar enorme. Desconocido, a pesar de que ha estado allí varias veces antes; nunca sin un viaje en mente que ha estado organizando durante semanas, nunca sin saber bien a dónde va, nunca improvisando sobre la marcha, nunca sin un plan. Y no es que le incomode romper con esas rutinarias estructuras, pero como toda revolución que llega a cambiarlo todo, tiene un poco de miedo. Agradece no estar sola, Jorge tuvo la gentileza de bajarse a acompañarla, y al parecer, no planea apartarse de su lado hasta cerciorarse de que está a salvo. Sólo hay un pequeño problema con ello, un obstáculo que no sabe cómo va a sortear, y es que no le ha dicho que vino a reunirse con Fernando. Ni siquiera sabe si lo conoce, pero si lo hace, es probable que su papá le haya advertido que, de ninguna manera, bajo ninguna circunstancia, debe dejarla encontrarse con él, lo que complica bastante las cosas. No es como si Jorge hubiera cumplido rigurosamente las indicaciones de su papá tampoco, pero la duda no le da una instantánea razón para confiar en él.

—Entonces, cuando trabajabas con mi abuelo, ¿conociste también a sus compañeros?

 Por un segundo, sus hombros se tensan; luce demasiado intranquilo para una consulta tan simple como esa.

—A algunos pocos —aclara—. A Pablo, por ejemplo, lo conozco desde entonces.

—¿Sólo a mí papá?

Para quien quiera abrir los ojosWhere stories live. Discover now