Capítulo 60 "Parte nueve"

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 Inspira, intenta recobrar el aire que ha perdido mientras los sollozos hacían temblar su cuerpo entero. Se remueve las lágrimas que comienzan a secarse en sus mejillas, las que no han terminado con un salado sabor en su boca. Percibe que hay un par de brazos rodeándola, tiene un pecho en el que apoyar su frente y, sin embargo, jamás se había sentido tan distante. Se apoya en sus puños cerrados, deja caer su cabeza y su vista, borrosa y difuminada, vaga sin foco sobre las líneas de la madera, sobre el patrón de la alfombra, sobre el almohadón que ha recogido para apretar contra su pecho y permanece en su falda. Se pierde en el estampado, en el diseño de la funda, en las cosas concretas que puede ver y tocar, piensa en objetos, en formas y texturas, cuando la abstracción que representa todo lo demás, está fuera de su alcance.
Hay tantas direcciones en las que su cerebro podría irse, disiparse u obstruirse, y sin embargo, solo puede pensar en una cosa.
—El anillo.
 Fernando la mira, sin soltarla de su abrazo, e intenta comprender, contemplando, a qué se está refiriendo. No se ha atrevido a pronunciar palabras, no sabría qué decir.
—¿No lo viste? —le pregunta, sin esperar de él mucho más que una respuesta—. Mi abuelo tenía puesto un anillo, en el video.
 No le ha prestado la misma atención que ella a ese detalle en particular, y por completo le ha pasado desapercibido.
—¿En serio no lo viste?
 Encuentra decepción en sus ojos, por la forma en que se fruncen apenas, quizás es solo tristeza, la misma con la que habla, en un tono bajo de voz. Dura un segundo, su mirada contemplativa y su parpadear pausado; en su rostro se formula un escrutinio que solo podría explicarse por el hecho de que parece estar buscando algo; entre los almohadones, debajo de la alfombra, en las paredes, sobre superficies, hasta que lo encuentra. Posado sobre un banquito, a la derecha, hay un control remoto. Lo direcciona hacia el proyector, que desciende del techo, a sus espaldas, y el video, vuelve a comenzar. No lo escucha, lo pone en mute y adelanta hacia una escena en concreto, donde congela la imagen.
 Sergio tiene la frente baja, en su mano, sostiene su cuaderno de cuero y en esa misma mano, a simple vista, luce el anillo que traza alrededor de sus dedos lazos dorados y sostiene, en el centro, una imponente piedra azul.
—¿Ese era el anillo que tenía Leticia?
 Fernando asiente, lo reconoce a pesar de que solo lo ha visto personalmente una vez. Él lo tenía puesto, también, en la noche de su muerte. Se pregunta si ese video no fue grabado tan solo horas antes.
—¿Lo trajiste?
 Él niega, pero Sara no se rinde.
—Podemos ir a buscarlo. ¿Dónde está?
—La verdad es que no tengo idea, nunca le pregunté dónde lo había guardado. Me imaginé que te lo había dicho cuando...
 Suspira, y murmura:
—No, no me lo dijo.
—Creía que lo tenías vos...
 Ella exhala, "así que es mi culpa", piensa, pero no lo dice porque no quiere iniciar una pelea, no allí, no sobre eso. Se siente enojada por más razones de las que podría poner en palabras, pero si hay algo que le entristece, es el hecho de que ese anillo que indudablemente era importante para su abuelo, se haya perdido y nadie sepa dónde encontrarlo. Suma a la gran cantidad de cosas que hacen que su corazón se encoja de solo pensar.
 Fernando la nota, quedarse tildada mirando hacia la imagen en pantalla, lejana y desorientada, y sólo quiere traerla vuelta.
—Sara, ¿te gustaría que hablemos de...?
 Irrumpe el ruido de un golpe, que acaba con la calma reinante, los descoloca de repente y tardan en reaccionar. Persiste, en lugar de esfumarse con el viento, como el sonido de varios empujones que colisionan con un objetivo, el de derribar la puerta.
—Están por entrar.
 Ella traga saliva, aterrada, y sus ojos se abren con susto cuando comienza a escuchar sumado a los golpes, exclamaciones distinguibles.
—Es a mí al que están buscando, voy a bajar —anuncia, y se pone de pie.
—¿Estás loco? —dice, tirando de su pantalón para evitar que se vaya— No tenemos la plata.
—¿Qué otra opción me queda?
—¿Y si te lastiman?
 Se encoge de hombros, como si fuese a restarle importancia.
—No voy a dejar que te pase nada, eso es lo que te puedo prometer. Vos escóndete, que no te vean. Esto es en serio, Sara. Cuídate.
 Se siente como una despedida, como si el peso de sus palabras representase algo aún más significativo. Pero esta vez no mirará atrás, ni insistirá para quedarse. No va a hacerle frente a los problemas en los que él mismo se ha metido, no lo apoyará en su naufragio. No le dirá que lo ama, tampoco, si no está segura de sentirlo de verdad. Lo suelta, lo deja ir.
—S —la llama Fernando, el segundo antes de bajar.
—¿Qué?
—¿Estás bien?
 Es una pregunta demasiado amplia, para una respuesta que no puede concebir. No ha tenido tiempo, no tuvo un respiro en el cual ponerse a considerar todas las cosas que están dando vueltas por su cabeza. No ha pensado en la corrupción de Fernando, ni en la mafia a la que se enfrenta. Ni ha pensado que lo de Leticia fue un ajuste de cuentas, y ella tuvo el infortunio de estar ahí en el momento incorrecto, o el indicado, para ser señalada como la culpable. No quiere pensar que, de no ser Leticia, podría haber sido ella. Sin embargo, ha pensado en su abuelo desde que se enteró que fue suya la decisión de despedirse de este mundo. Ha pensado en cada una de sus palabras, ha revivido su sufrimiento con él, y es un dolor tan agudo. Pero está bien, si es eso lo que Fernando está preguntándole, está bien con la verdad, jamás habría sido de otra manera; aunque desea, en lo más profundo de su ser, que todo hubiera sido diferente.
 En algún punto, quisiera preguntarle lo mismo a él, pero no tiene siquiera un indicio que pudiese sugerir qué es lo que él opina, y cree que prefiere no saberlo. Entonces, simplemente asiente y le dice que sí.

Para quien quiera abrir los ojosWhere stories live. Discover now