Capítulo 58 "¿Por qué?"

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 El único sonido que se escucha es el de los cubiertos chocando con el plato, el ocasional movimiento del líquido cuando alguien se sirve agua, sus bocas masticando. Sara se limita a enrollar y desenrollar los fideos en su tenedor, con un nudo en el estómago que le impide probar más de un bocado. Quienes la rodean, Zóe, Victoria y Pablo, no se sienten mucho mejor, y las actividades más sencillas, como mantener una conversación distendida mientras cenan, se vuelven difíciles de lograr. El abogado se ha ido hace un par de horas, también los investigadores, pero Sara no puede dejar de pensar en lo que él le ha sugerido. "En caso de que te llamen a declarar, lo que nos contaste está bien, como punto de partida. Se escucha honesto, tiene sentido, pero necesitamos más que bien, tiene que ser impecable. Tenés que escucharte segura, que no les de espacio para dudar, ni sobre vos y tus intenciones, ni sobre los hechos que sucedieron esa tarde en el centro, como vos se los cuentes". Seguido, le enumeró una serie de indicaciones, más parecidas a imposiciones, que fue anotando a medida que la escuchaba. En primer lugar, no es conveniente que mencione a Fernando, ni que lo involucre de manera alguna. Deben eliminar toda evidencia que los comprometa, que pueda demostrar que Sara y él estuvieron juntos. Lo bueno es que no hay demasiadas pruebas, lo malo, son las fotos, los cientos de fotos de las que Antonio prometió encargarse, llevándose el sobre de su intimidad bajo el brazo y prometiendo que no volvería a ver la luz. Respecto a Fernando, no serán ellos quienes se preocupen por defenderlo, y aunque no es una tarea que prevén encomendarle a Sara en particular, es necesario armonizar sus versiones para que coincidan. Todo indica que, como ella, va a ser convocado a prestar su declaración. La realidad demuestra que todo hombre en relación con una mujer, fuera éste su pareja actual, anterior, potencial o futura, podría representar una amenaza para su vida. No sería la primera vez, pero marchas en masa de mujeres queriendo ser libres del miedo, piden, ruegan, luchan, por que sea la última.
 Por otro lado, pero destinado a los mismos fines, necesitan un mejor fundamento por el que Sara fue a verla. Además de hacer ineludible la conexión con Fernando, un anillo no parece ser una causa contundente. Pero tienen un punto a favor; Sara jamás fue vista, ni captada por una cámara, con el frasco de pastillas en la mano, y a pesar de que el razonamiento de que fue ella quien lo introdujo la habitación responde a una lógica certera, la ausencia de una evidencia determinante como esa podría dar lugar, en el mejor de los casos, a un sobreseimiento por falta de pruebas.
 Por último, y quizás más importante, la charla que tuvo con Leticia debe ser meticulosamente analizada. Como Antonio se lo explicó, es una contra que no puedan colocar a un testigo que pudiese dar fe de la veracidad de sus dichos, pero también les juega a favor. Los jueces sólo tendrán la palabra de Sara para decidir si en esa habitación existía un ambiente de rivalidad, de determinar si había intencionalidad criminal de su parte, pero tiene su gran contrapartida, porque es ella misma quien debe convencerlos de lo contrario, exagerando la realidad, transformándola un poco, lo que sea necesario, incluso llegando al extremo de mentir; y está aterrada. Por mucho que ha aprendido a engañar a sus padres, por muy hábil que se haya vuelto haciéndolo. No es lo mismo dirigirse a un policía o un fiscal, muchísimo menos a un juez, y a pesar de que sabe que es por su propio bien y es probable que sea la única forma de mantenerla fuera de la cárcel, teme no ser capaz. Una simple mueca, un mínimo gesto, podrían ser suficientes para delatar una falsedad, y ella no puede vencer sólo con la verdad.

—Y, ¿cómo van los preparativos de la fiesta? —pregunta Pablo, con una emoción tan fingida que resulta absurda frente a la tensión que los abruma.
—¿Qué fiesta, Pablo? —cuestiona Victoria—. ¿Te parece que podemos pensar en eso ahora? No va a haber ninguna fiesta.
—Las chicas merecen poder festejar su cumpleaños y pasar una noche linda.
—¿Con todo lo que está pasando?
—Para alejarnos un poco de todo lo que está pasando, Victoria, no podemos estar preocupados y estresados todo el tiempo.
—No creo que nadie en esta casa tenga ganas de festejar.
—Nosotras sí que queremos —interfiere Zóe, y a pesar de que no lo han hablado, que con su melliza no han intercambiado más que solo miradas, puede saber que está manifestando el deseo de ambas—. Entiendo que la situación es complicada, pero como dice papá, nos haría bien a todos. Es una noche, nada más, y no falta mucho tiempo tampoco, no se puede cancelar todo de un día para el otro, ¿no?
 Victoria sigue sin creer que esa sea la mejor idea, pero hay un poco de verdad en sus peticiones. Preparativos como el salón, la iluminación y el sonido ya han sido contratados, y conociendo como se maneja el rubro de los eventos, difícilmente pueda suspenderlo pocas semanas antes. Pero todavía quedan cosas por definir, no han elegido la decoración aún, y si el show va a continuar, deberían diseñar las invitaciones para empezar a enviarlas cuanto antes.
—Si eso es lo que quieren —dice, aun demostrando su clara oposición, a pesar de que está dejándose persuadir—. Deberíamos definir el tema ahora, ¿pensaron en algo?
 Ellas se miran, con una expresión en blanco. Zóe mueve los labios, como si fuese a decir algo, pero es Sara quien habla primero.
—Por mí, cualquier cosa estaría bien. Podríamos elegir un color cada una, y decorar con los dos —murmura, con timidez. Comprende que no está en condiciones de pedir extravagancias, y le corresponde conformarse con lo que estén dispuestos a ofrecerle.
 Victoria asiente, siempre le ha gustado jugar con la dualidad en los cumpleaños de las mellizas. Es sencillo, podría lograrse fácilmente, y a pesar de ello, siente que podría quedar muy bien.
—En realidad yo si estuve pensando y se me ocurrió algo. Lo vi en una serie, y me encantó —propone Zóe—. No sé bien qué nombre tiene, pero sería como una fiesta de máscaras.
—¿Máscaras?
—Antifaces, de diferentes estilos, colores, diseños. Sería como un requisito que todos los invitados tengan uno distinto, podemos darlos nosotros en la puerta.
 Sara no disimula su asombro, ni su sonrisa, le parece una idea espectacular. Es intrigante, misteriosa, fuera de lo común, y está agradecida de que sea su hermana quién lo ideó, porque ella no podría haberla propuesto ni en un millón de años, incluso si se le hubiera ocurrido.
—¿Hay alguna razón en particular por la que querés que todos los invitados estén con la cara tapada, Zóe? —inquiere su papá, yendo sin rodeos al núcleo de sus intenciones.
—No es por eso, pa, me pareció que podía ser divertido.
—No sé, no me parece prudente meter tanta gente en un lugar sin podernos distinguir —duda, mirando de lado hacia Victoria en busca de una segunda opinión—. ¿No es medio inseguro?
—No es tan así, un antifaz no te tapa toda la cara, y tampoco vamos a invitar a cualquiera.
 Pablo niega con la cabeza, y su mamá no parece inclinada a aceptar, tampoco.
—Podríamos dar la invitación junto con el antifaz. Es más, el antifaz mismo podría ser la invitación —sugiere Sara, rescatando la propuesta de estar a punto de ser descartada—. Así, el que no tiene máscara, no entra, y si hubiera alguien que tiene, pero su nombre no está en la lista, tampoco puede pasar. Bajo ningún término.
—Bueno, si lo ponen así —dice él, encogiéndose de hombros—, me deja más tranquilo.
 Esa es la cuestión con Sara que Zóe siempre admirará, sabe qué decir, y cuándo decirlo, y cómo decirlo para obtener lo que quiere.
—Y a la noche, cuando se hagan las doce...
 Deja la frase en suspenso, mira a su melliza esperando a que ella pueda completarla, pero sólo recibe un ceño fruncido.
—¿Es nuestro cumpleaños?
—Sí, es nuestro cumpleaños, pero entonces...
 Esta vez, le hace una seña, como si tuviese puestos unos anteojos y se los quitara dramáticamente.
—¿Nos sacamos los antifaces?
—¡Nos sacamos los antifaces! —exclama, emocionada—. Es simbólico, como si fuera que nos desenmascaramos, nos sacamos las caretas que nos impiden ser lo que queremos ser, y hacer lo que queramos hacer.
 Sara suspira, sonríe aunque sus comisuras apenas se elevan y tiene los labios presionados y juntos. Eso último no estaba en sus planes, y acaba de arruinarlos por completo.
—Me gusta —comenta Victoria, con sutil, pero cada vez más presente entusiasmo—. Puedo jugar con la decoración, que sea clásico, histórico, pero moderno.
 Simultáneamente, pero cada una a su manera, Sara y Zóe exteriorizan la misma inquietud.
—¿Cómo se puede hacer algo clásico y a la vez moderno?
—¿Esos no son antónimos?
—Ustedes confíen en mí.
 Se le nota en el rostro cuando se le ilumina, como ha recuperado su confianza, y ha vuelto a tomar el mando.
—Si no les importa, me voy a retirar para empezar a coordinar de lleno la decoración —explica en lo que se aparta de la mesa—. Para los antifaces necesito saber el número de invitados. Hagan las listas de sus amigos, de la familia y la gente de la oficina me encargo yo.
 Nadie le recuerda que son las once menos cuarto de la noche, que ninguna tienda de decoración está abierta ni van a contestarle el teléfono a esa hora. Tampoco mencionan que no ha terminado su plato, que está casi lleno, porque cuando ellos dan su último bocado, también los suyos. Platos y vasos medio vacíos. No hay metáfora que valga.

Para quien quiera abrir los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora