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 Francisco corrobora otra vez la ubicación en el mapa. El punto exacto que marcan las coordenadas que le enviaron es un galpón enorme, y por la oscuridad que lo rodea, parece abandonado. No ha visto autos estacionados en la puerta, ni en las cercanías. Sebastián prometió llegar solo. Él, también.
Se introduce en el lugar a través del portón, que en lo roto y deteriorado que se encuentra, se ha formado una apertura que le permite pasar. Con sigilo y sin hacer ningún ruido, aunque apenas sus pasos en sus zapatos de vestir retumban con el eco del espacio completamente vacío. Y oscuro, aunque la luna está en su fase más brillante esa noche y su resplandor se refleja en los vidrios rotos.
 Sebastián le escribe que todavía no está allí, y él contesta que lo está esperando. Repasa los mensajes de texto anteriores, desde aquél primero en que le dijo que "Lo pensé mejor y tenés razón. Estamos juntos en esta". No sabía de quien se trataba, y cuando le preguntó, recibió como prueba de identidad una foto de su tatuaje, lo que entre ambos, tiene un nuevo significado. No han cortado comunicación desde entonces, de intercambiar información que les resulta útiles al único fin que comparten; hundir a Fernando. Ninguno tiene dudas de que él estuvo demasiado involucrado con la muerte de Sergio, y demostrarlo, es el pacto que ha sellado su confianza. Han detallado, ambos, cada tarea que han cumplido bajo sus órdenes, hasta las más insignificantes, y mientras que Francisco había creído que le había tocado la peor parte, ahora lo duda. El haber actuado bajo chantaje es lo que planea usar para salvarse del naufragio, y aunque no sabe cuál es el justificativo de Sebastián, imagina que debe ser poderoso si estuvo dispuesto a admitir con detalles cada tarea que realizó a su cargo, sabiendo que podría usarlo en su contra. Pero Francisco no le clavaría un puñal en la espalda de esa manera, y no ha ido allí para averiguarlo. Quedaron en debatir cara a cara todo aquello que no podrían hablar por celular, una estrategia ofensiva amerita, cuanto menos, un encuentro personal.
 Está vestido de negro de pies a cabeza, a excepción de la camisa blanca que se asoma de adentro del saco. No es camuflaje, es etiqueta. El código de vestuario al que tuvo que adecuarse para asistir a la afamada fiesta de cumpleaños de Zóe, y Sara; un traje que su mamá confeccionó a medida para él. Todavía falta hora y media, pero se ha puesto la máscara de la invitación que le cubre ambos ojos y en diagonal hasta la barbilla. Por las dudas, por si acaso, por si se ve en la necesidad de proteger su identidad o su presencia.
 Oye pasos, que, multiplicados por el eco, le impiden distinguir de dónde vienen, y ante el amenazante pánico, enciende la linterna del celular con una sacudida y la proyecta hacia donde creyó ver una sombra moverse; para encontrarse con ningún otro más que Sebastián, que trae una mochila en la espalda, y sus palpitaciones comienzan a bajar.
—Me asustaste boludo.
 Él lo saluda con una palmada en la espalda, y suelta una carcajada.
—¿Tenés una fiesta de disfraces? —pregunta, aludiendo al antifaz.
—Algo así —dice y también ríe. Probablemente se ve ridículo.
 Sebastián replica su sonrisa.
—No vas a creer lo que conseguí —anuncia.
 Se quita la mochila y la deja sobre el suelo, agachándose junto con ella. De un bolsillo interno, extrae una bolsa de cierre hermético. Francisco la reconoce, porque la ha visto, la ha tocado, la ha transportado, la ha enterrado.
 A través del plástico transparente, se puede ver que todavía está manchada de sangre.
—Me dijiste que no sabías dónde estaba.
—No sabía si podía confiar en vos, ahora sé que sí. ¿Crees que sea suficiente para probar que Fernando lo mató?
—Su ADN tiene que estar ahí.
—Si no usó guantes.
—Sí usó guantes es porque lo tenía planeado, y si planeó todo esto, es más psicópata de lo que creemos.
—No hace falta ser un psicópata para matar a alguien —murmura, y se pone de pie, la bolsa todavía en su mano—. Creo que es mejor que vos la tengas.
 Le resulta sarcástico que el objeto con el que ha estado obsesionado por semanas, el que estuvo persiguiendo, acechando, buscando rastrear, sin éxito, le sea entregado sencillamente en las manos. Es demasiado bueno, lo fue desde que recibió el primer mensaje de Sebastián, desde que volvió a ilusionarse con la idea de arruinar a quien lo ha arruinado a él, y perdió su razón, su consciencia y su sentido común en el camino. Es demasiado bueno para ser cierto, y siempre lo supo, pero eligió ser ingenuo y creer, cuando no tenía mejor, siquiera otra alternativa.
 Los pasos se duplicaron, porque en ese galpón, nunca hubo dos personas, sino tres.
—Fernando —murmura, aunque no lo ha divisado aún.
—¿Cómo estás, traidor? —oye, la voz se escucha a sus espaldas, y le pone la piel de gallina, pero lo advierte caminar hasta tenerlo justo en frente—. Quería darte esto en persona.
 Lo siguiente es dolor, punzante, agudo, intenso, y se tambalea hacia el suelo. Rojo profundo gotea, se derrama, se esparce hasta que pierde la noción.

Para quien quiera abrir los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora