Capítulo 2 "No tengo nada que esconder"

1.7K 74 1
                                    

 Los fines de semana suelen ser distendidos días en familia, los que, Pablo asegura, son necesarios para mantener la cercanía desde que sus hijas mayores, Sara y Zóe, se mudaron a un cómodo departamento en Nueva Córdoba al iniciar sus estudios universitarios. Él estuvo de acuerdo cuando, hace ya dos años atrás, le plantearon la imprescindible necesidad de comenzar esa nueva etapa de sus vidas con más responsabilidad e independencia —incluso sugirió que trabajaran en la empresa con él para solventar sus gastos, a lo que ambas reaccionaron de inmediato: "Tampoco queremos tanta independencia, papá". Aun siendo él quien les dio permiso para mudarse, no existe un día que no las extrañe, que las dos habitaciones vacías en su hogar no le generen una sensación de desolación contra la que no puede luchar. Sara no coincide tanto con él, si bien sí los extraña —lo mucho que se puede echar de menos a alguien que vive a no más de cuarenta minutos de distancia—, ella opina que el pasar demasiado tiempo juntos suele resultar en peleas que, no siendo una fan de las discusiones, prefiere evitar. Lo que no significa que no tenga peleas con su melliza, las que tiene, quizás incluso con argumentos con menos sentido, y más frecuencia. Sin embargo, es diferente con ella, sus enojos no suelen durar más de un par de horas de no dirigirse la palabra, hasta que necesitan hablarse por alguna razón, como convencer a la otra de hacer la comida o lavar los platos, o simplemente olvidan el motivo por el que estaban molestas. Es diferente, sobre todo, porque las consecuencias de sus discusiones no incluyen castigos como privarse de sus celulares o prohibirse las salidas con sus amigas, no cuentan con ese derecho la una sobre la otra, lo que ambas han agradecido y odiado en partes iguales. Si no fuese así, Zóe probablemente le impondría a su hermana una penitencia de meses, después de que esta mañana tuvo que abrir las cortinas, encender las luces, quitarle las sábanas, y ya tenía en mano un vaso de agua helada cuando ella se dignó a levantarse de la cama, el que estaba decidida a arrojarle si no despertaba dos segundos antes. "¿Me querés explicar por qué volvés a las siete de la mañana si sabés que al otro día tenemos que ir lo de mamá y papá?" le reprochó mientras manejaba camino a la casa, y Sara debe admitirlo, ella tiene un punto. Sin embargo, prefiere sacrificar horas de sueño a renunciar a segundos de su compañía, a pesar de que esté a punto de dormirse sobre su plato. Si tuviese hambre, jamás rechazaría uno de los deliciosos —agregar también "hechos en casa" sería una vil mentira— canelones de verdura y carne, y es entonces cuando se regaña a sí misma por haber aceptado aquél sándwich de madrugada. Él no es un gran cocinero, preparar dos rodajas de pan con jamón y queso tampoco requiere demasiada habilidad, pero hay algo en ellos que los vuelven irresistibles. Quizás sea el hecho de que los prepara sólo para ella.

—¿Saliste anoche, Sara? —su mamá, Victoria, le pregunta, relacionando su notable cansancio con una noche de fiesta y poco descanso.

 Ella asiente, y comienza a jugar con el tenedor sobre su comida, como si el remover la salsa fuese a despertarle el apetito. Su celular vibra reiteradas veces sobre la mesa, pretexto suficiente para distraerse del plato y la conversación que el resto de su familia está teniendo. Lo más probable es que estén hablando sobre la universidad, y las brillantes notas que Zóe ha obtenido en las últimas semanas. Sara no es pésima en sus estudios, pero jamás ha llegado a destacarse, lo que tampoco le interesa demasiado; suele conformarse con sólo aprobar. Su problema se centra en que no alcanza la calificación mínima en el parcial de epistemología, lo que se debe más a falta de estudio que de capacidad, y prefiere compensarlo con la buena nota que presiente que sacó en psicoanálisis antes de dar la noticia. No es un comentario sobre el excelentísimo rendimiento académico de su hermana, sin embargo, el que llama su atención.

—No me hagan acordar, no saben lo que me costó despertarla esta mañana.

—¿Por qué? ¿Volviste muy tarde?

 Ella no necesita levantar la vista para saber que la pregunta de su papá, y su tono de advertencia, están dirigidos hacia su persona, y a pesar de que preferiría ignorarla, hacerlo sería una ridícula forma de auto delatarse.

Para quien quiera abrir los ojosWhere stories live. Discover now