Capítulo 20 "Tengo un buen presentimiento"

235 26 2
                                    

 Matías oye el apresurado paso con el que alguien —por el ruido del taco de los zapatos, podría asumir que es una chica, aunque no deja otra opción sin considerar— está subiendo las escaleras de la facultad, y no es que en particular le llame la atención; las personas siempre suelen ir con prisa, ya sea porque están llegando tarde a una clase, o simplemente porque su ansiedad es más fuerte. Sin embargo, lo que sí logra paralizarlo es que, cuando escucha que los pasos se detienen, un par de manos emergen a ambos lados de su cabeza, cubriendo sus ojos. Por un segundo, su mente lo lleva a un lugar oscuro en el que ha estado alguna vez, del que lucha desesperadamente por escapar. Pero no permite que su cuerpo lo demuestre, evitando mostrarse vulnerable, más allá del ajetreado latir de su corazón que no puede dominar; y lleva sus propias manos a la altura de aquellas que están obstaculizando su vista, en busca de retomar la calma, la estabilidad y el control que sabe que en otra ocasión ha perdido y no consentirá que vuelva a suceder.

 Palpa unos largos y delgados dedos, en los que se enlazan un par de anillos. Entre ellos, puede percatarse bajo la yema de sus dedos, la forma de una sigla curvilínea y alargada. Esos pistas le son suficientes para suponer, sino adivinar de quien puede tratarse.

 Sara se ríe antes de que Matías pueda presumir que ya sabía de antemano que era ella, y destapa sus ojos, baja de sus puntas de pie —en las que se estaba sosteniendo para igualar su altura, quedando aun así varios centímetros más abajo—, en lo que él da media vuelta para saludarla y, como un gesto de cariño, toma sus manos.

—A vos te estaba buscando.

—¿Encontraste el número? —es lo primero que se le ocurre preguntar, pensando que esa sería la única razón por la que podría querer dar con él. 

 Se equivoca, tan terriblemente como Sara se siente por haberlo olvidado, pero prefiere mentirle y decirle que no lo ha hallado, en lugar de admitir que ni siquiera lo ha buscado. Él luce tan apenado como la última vez, y Sara, como ha hecho toda la vida, combate la culpa alejándose del hecho que la ha provocado. Pero Matías no la deja ir demasiado lejos, y le pregunta qué necesitaba entonces. Ella le dice que no era nada importante, para que no crea que es una egoísta que solo piensa en lo que a sí misma le interesa, pero Mati insiste, y Sara no se hace más rogar.

—¿Te acordás del papel que estaba en tu agenda? —él asiente—. ¿Lo tenés todavía?

—Me parece que no. ¿Por?

 La expresión de Sara se derrumba en desilusión. No podría decir que no recuerda lo que decía el papel —un par de simples palabras— pero confía en que en él puede haber algo más oculto, algo a lo que debería haber prestado mayor atención para entender el significado detrás del mismo, porque por supuesto que cree en las simples casualidades, pero mucho más confía en las estrategias.

 La incómoda sensación de culpa recae ahora sobre Matías. Mientras estaba de camino a la facultad, en el largo trayecto de varias cuadras y muchos minutos que le toma llegar a pie, él revisaba su agenda, y entre todas las cosas que debe hacer en la semana, volvió a encontrar el papel. Pero, tratándolo con la poca importancia que pensó que representaba, cree haberlo hecho un bollo y tirado a la calle. Solo que sabe que su consciencia de conservación ambiental jamás le permitiría arrojar papeles en la vía pública, incluso si fueran biodegradables. Es por eso que, al hurgar en su bolsillo, da con él; muy arrugado, sí, pero al menos en estado legible.

 Según se acordaba, las palabras allí escritas no eran otras más que "alfa y noviembre", pero es evidente que su memoria le ha jugado una mala pasada, torciendo el recuerdo a favor de encontrarle una lógica oculta, porque estaba segura de haber visto algo más, entre letras, quizás en una esquina o atrás, donde realmente no hay nada que ver, nada que entender, nada que considerar. Suelta un suspiro. 

Para quien quiera abrir los ojosWhere stories live. Discover now