Capítulo 33 "Las miradas se encuentran..."

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 Sara mira a su alrededor, deteniéndose en las tazas vacías sobre la mesa, las que de hecho le tocaba lavar antes de irse, pero se rehusó a hacerlo por una justa razón: estaba demasiado enojada con su hermana, y la situación entera, como para hacerle un favor. Si a Zóe le interesaba dejar el departamento limpio y ordenado antes de salir, que ella se ocupara de hacerlo —y es evidente que no le interesaba lo suficiente, si así como estaba, todo quedó. Son indicios tan pequeños como ese, como el par de aros que decidió no llevar a último momento, y terminó dejando en la estantería, como el almohadón del sillón que cayó al piso cuando Zóe se sentó sobre él por última vez; lo que confirma que nadie ha estado allí después que ellas, una posibilidad que latía como preocupación en su pecho. Temía que su papá fuera detrás de sus cosas, buscando más pruebas, por innecesarias que fueran, con el afán de destruirlas, quizás, de borrar todo rastro de una verdad que le incomoda y detesta. Por si acaso, se ha llevado consigo lo más simbólico, su caja significa para ella demasiado como para siquiera pensar en dejarla. Sin embargo, sabe que todavía quedan vestigios de su relación en su habitación, en las grandes remeras que solía usar de pijama cuando nadie podía verla, asegurándose de cambiárselas a primera hora, antes de que su hermana las viese, procurando no ponerlas en el canasto de la ropa sucia cuando a ella le tocaba lavar; hasta en pequeños detalles, como los envoltorios de chocolates que olvidó, o no quiso, tirar a la basura, siendo el recuerdo de todas las veces en que él no la dejó irse con las manos vacías. 

 Aun así, no son objetos que la hacen sentir melancólica lo que ha ido a buscar, sino su computadora, la que genuinamente, sin segundas intenciones, ha dejado olvidada sobre su escritorio. Al principio, porque pensó que no la necesitaría, asumiendo que su estadía en la casa de sus papás sería más corta de lo que está resultando. Pero Pablo no está cediendo como creyó que lo haría, y dicho en sus palabras; "las voy a tener bajo mi techo hasta que la situación esté bajo control". Cuándo podría considerarse que la tiene controlada es una pregunta que él también debe tener problemas para contestar.

 Una ligera vibración se percibe en el espacio, dispersándose a nivel del suelo, como un sonido que se siente pesado, macizo, deslizándose con tropiezos sobre la madera del parqué. Acercándose al living, que no es más que el mono ambiente en el que coexisten su mesa de comedor y juego de sillones, ve la robusta estantería, en la que su material de estudio y el de Zóe suelen estar, movida unos cuantos centímetros de su ubicación usual, descubriendo la porción de pared que ésta ocultaba. Aproximado al muro, su papá y la mujer que trajo con él —a quien desconoce, pero era parte del trato por el que le permitió venir que ella también estuviera presente. Al parecer trabaja con él, y según creyó escuchar, se llama Olivia— observan con detenimiento una pequeña puerta que parece estar incrustada en la pared. 

—¿Qué es eso? —Sara pregunta, por más de que la respuesta le resulta deducible.

 Ninguno de ellos contesta, y lo cierto es que no necesita que nadie le diga cómo luce una caja fuerte para poder identificarla. De hecho, a esa en particular, ya la había visto antes. La descubrieron con Zóe hace algunos meses, en un intento de redecorar y reacomodar el departamento. Al mover el mueble, para lo que requirieron sumar la fuerza de ambas, la modesta abertura quedó expuesta frente a sus ojos. Si bien no era la primera vez que se daban por enteradas de depósitos encubiertos de dinero pertenecientes a su familia, ninguna de ellas esperaba encontrarse con uno en su departamento. Entonces, buscando disimular el hecho de tener quien sabe qué cantidad de billetes bajo su techo —e ignorando el miedo e inseguridad que ello les producía—, movieron la estantería otra vez a su posición original, prometiendo no volver a hablar de su existencia, y por si acaso, no hacer preguntas. 

—¿Sabés de quién es este departamento?

 Ella niega, dirigiéndole a su papá una mirada rebosante de curiosidad.

Para quien quiera abrir los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora