Capítulo 39 "de Segovia"

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 En el momento en que divisa a Alina, subida en lo más alto de un laberinto, Zóe alza su mano para saludarla, y recibe una amplia sonrisa con hoyuelos a cambio, antes de verla tirarse por el tobogán. Su mamá está parada frente al pelotero, observando a Lina jugar entre todos los niños, pero su mirada se ve perdida en algún punto lejano, que parece estar fuera de la sala de juegos, como si su mente estuviera en otro lugar. Y quizás lo está, después de intercambiar un saludo que se siente distante —no es como si no se hubieran visto ya en la mañana, de todas maneras—, Victoria no hace comentario alguno que contraste con el silencio.

—Hablé con papá— Zóe comenta, rompiendo el silencio que, pese a estar rodeadas de un ambiente cargado de gritos y risas de chicos, se siente pesado entre ellas.

—¿Sobre qué? 

 Ella la mira, desconfiada, intentando dilucidar si está hablando en serio, o haciéndose la desentendida con alguna otra intención, probablemente para estar segura de qué habla, antes de hablar.

—El clima —contesta con clara ironía—. Lo que le pasó a Sara con Leticia, mamá ¿que no me ibas a contar?

 El suspiro que suelta, lento, profundo, podría ser respuesta suficiente.

—No sabía que tu papá te lo iba a decir, me parece que es una situación difícil, muy delicada, y hay que tratarla...

—¿Y es mejor ocultármelo que buscarle la vuelta, todos juntos?

—Es mejor mantenerlas al margen en la medida en que podamos, estas cosas las tendríamos que solucionar tu papá y yo.

 Zóe quiere protestar otra vez, pero su mamá la calla cuando ve a Alina acercarse a ellas, habiendo atravesado la zona de pelotas, los trampolines y otro laberinto más, con los pies descalzos y todo el pelo sobre la cara.

—¿Qué tenés ahí? —bromea su hermana mayor, viéndola con los bolsillos demasiado llenos.

 Ella se ríe, y le muestra las dos pelotas, una roja y otra verde, que sacó del pelotero. No la dejarán llevárselas —no sería la primera vez que trata de hacerlo—, pero una vez más, hace el intento.

—¿No viene Sara también? —pregunta, en lo que busca sus zapatos en el compartimiento dónde su mamá le indicó que los dejara, y no tirados en el suelo como todos los demás.

—Creo que no, estaba en...

—Está con papá —Victoria aclara, hablando por encima de la voz de su hija para no alertar a la más pequeña—, comprando unas cosas que hacen falta en casa. Te podés quedar un ratito más si querés, todavía falta para ir al cine.

—¿En serio? —pregunta ella, esperanzada.

 Su mamá asiente, y Lina sonríe, entusiasmada, dejando los zapatos en donde sea que caigan cuando sale corriendo a tirarse por el tobogán otra vez. Zóe la mira con ternura, en el fondo, envidia los tiempos en que su mayor inquietud era que llegara la hora de irse de la sala de juegos. Aun así, Victoria sigue actuando como si su madurez fuese en vano, como si ocultar secretos fuera una manera de protegerlas, cuando en realidad las hace más vulnerables, como si alejarlas de los problemas hicieran que desaparezcan, o los minimizaran; aun cuando ellas, ambas, o alguna, están metidas en medio de esas complicaciones, aun cuando las atraviesan, las presionan, y le son tan trascendentes como a ellos. Pero conoce a su mamá, y sabe que mantener la boca cerrada no está en su naturaleza. A veces, solo es cuestión de comprender hasta dónde, y sobre qué, está dispuesta a soltar la lengua.

—¿Estuviste averiguando para nuestro cumpleaños?

 Esa sola pregunta le cambia la expresión en el rostro. Sus ojos se ven más vivos también, aunque podría ser sólo el brillo de la pantalla reflejándose en ellos, cuando saca el celular de su cartera y abre la galería, para mostrarle algunas fotos.

Para quien quiera abrir los ojosWhere stories live. Discover now