Capítulo 40 "¿Y si no vuelve?"

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 Al escuchar el timbre sonar, Mónica deja a un lado todo lo que estaba haciendo y corre a abrir la puerta. Estaba esperando la visita del arquitecto, para que le haga un presupuesto para la remodelación de su patio. Sin embargo, puntualmente a las once y media de la mañana, no es él sino una chica quien ha llegado a su puerta. Una chica a la que conoce como si fuese su hija, a quien ha tratado a veces como tal, cuando sus padres no la dejaban ir a algún lugar y necesitaba un permiso, o una coartada. Pero desde una perspectiva responsable, y procurando aconsejarle sobre chicos cuando sabía que iba a reunirse con alguno, sobre cómo cuidarse, y qué hacer dadas las circunstancias. Su mente abierta, pese a su edad, ha hecho que se convierta en la confidente de muchas de las amigas de su hija —pero nunca de la suya propia, que a cada intento de hablar la rechaza rodando los ojos y diciendo: "No me molestes, mamá"—; y a esta amiga, en particular, siempre le ha tenido especial cariño. 

—¡Sara! —saluda, con una sonrisa que es genuina y le ilumina la mirada—, me alegra mucho verte de nuevo por acá. 

 Ella le devuelve la sonrisa con la misma calidez. "Mumi", el apodo por el que siempre ha conocido a la mamá de Azul, se escapa de sus labios cuando la abraza y le da un beso en la mejilla. 

—¿Cómo está Azul? ¿Cómo se está...recuperando? 

—Bien, un poco adolorida, pero está bien. Ahora está en su habitación, por si querés pasar a verla...ya sabes donde ir. 

 Realmente lo sabe, y comparte la mirada melancólica que Mumi le da al dejarla entrar. No han pasado un montón de meses, ni siquiera un año, desde la última vez que estuvo ahí; pero solía pasar tanto tiempo en esa casa antes, que solo algunos meses han parecido una eternidad.
Sus pies la guían hacia la puerta que alguna vez fue rosa, y tenía posters de Zac Efron colgados. La toca despacio, con nerviosismo, casi segura de que si no contesta se irá, y deseando que así sea, en algún punto, porque no quiere tener esa conversación ahora, porque probablemente no estará lista para tenerla nunca, y cree que puede seguir viviendo como si no le importara. Pero le importa, es la realidad, y quizás estuvo fingiendo ser la más ofendida todo este tiempo, quizás jamás dio el brazo a torcer, por temor a que Azul no le diera la misma importancia. Quizás, estuvieron siendo demasiado tontas, u orgullosas de más, para animarse a cambiar las cosas. Pero Azul ya dio el primer paso, y Sara está dispuesta a seguirla. Entonces, toca la puerta, está vez con la intención de hacerse escuchar.

—¿Quién es?

—Sara —anuncia, y a pesar de que está esperando una respuesta del otro lado de la puerta, ninguna se oye—, ¿puedo pasar?

 Probablemente dijo que sí, y la atenuación de la madera que las separa no le ha permitido escucharla con claridad, o al menos, eso se dice a sí misma para obligarse a abrir esa puerta, en lugar de echarse atrás. 

 Cuando entra, Azul no parece sorprendida de verla.

—Hola —dice.

—Hola —contesta ella.

 Las paredes conservan el color morado pálido que siempre tuvieron, pero en lugar de haber dos camas individuales, separadas por una mesa de luz, una nueva cama matrimonial es el punto focal y abarca el espacio casi por completo. Allí está sentada, todavía con el pijama puesto y su notebook a un lado, pero abierta y encendida, como si la hubiese estado usando hasta hace un segundo. 

 Al otro lado, su muñeca cubierta con una venda reposa sobre un almohadón.

—¿Te duele? —pregunta, a falta de otra cosa que se le ocurra decir.

—Un poco, si la muevo más que nada. Me dijeron en el hospital que es una fisura, así que por lo menos no me quebré.

—¿Cuál es la diferencia?

Para quien quiera abrir los ojosWhere stories live. Discover now