Capítulo 38 "Sobre todas las cosas, no está de acuerdo"

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 Cuando están lo suficientemente lejos, y el camino se ve desolado, Zóe le pide que se detenga y estacione a un costado de la calle, para bajar del auto después, y caminar un poco sobre el pasto seco. Están en un descampado, y si no fuera por el viento fuerte que se lleva el humo con rapidez, quizás no notaría lo que está haciendo.

—No sabía que fumabas —Fran le comenta, es la primera vez que la ve con un cigarrillo desde que se conocen.

—No fumo —dice, con media sonrisa.

 Hacía mucho que no lo hacía, pero el sabor amargo le es familiar aún. Compró la caja hace un tiempo y por si acaso los necesitaba alguna vez; del atado de diez sólo ha usado tres, dos en crisis de nervios durante épocas de parciales, uno hoy. Y no es que se encuentre en el límite de la ansiedad, pero tiene una sensación en el pecho, una frustración en su consciencia que le resulta difícil de tranquilizar. No entiende muchas cosas, no entiende prácticamente nada, pero puede suponer y acomodar en base a sus propias conjeturas muchos de los cuadrados del cubo, y pese a que mueve, gira, desacomoda, intentando volver a ordenar, no consigue hacer encajar a su papá ahí, no logra completar la cara. Su papá que no llegó sólo sino, se atrevería a decir, bien acompañado. Su papá que, si la hubiera visto a ella, tendría las mismas dudas. Pero Zóe tiene una válida razón y una ingeniosa cuartada para explicarlo, está deseando conocer cuál es la suya.

 Ya conoce la de Francisco, y a pesar de que no estaría dispuesta a poner las manos en el fuego por él, confía en que sus motivos son nobles, y que no es otra más que esa auténtica motivación lo que lo ha llevado a cometer errores. Se preguntas si ya ha agotados todos sus recursos, si creer en las palabras de Fernando fue su último aliento de esperanza, o el inicio de un camino que recién ha empezado a recorrer.

—¿Qué sabés de tu papá?

 Él se sorprende de que sea ello lo que pregunta después de tantas reflexiones en silencio, pero eso no lo priva de contestar. 

—Muy poco. Él y mi mamá no tenían nada serio, no me lo quiso decir así, pero básicamente fue algo de una noche que terminó peor de lo que se esperaban. Se enteró un mes más tarde de que estaba embarazada.

—¿No se lo contó a él?

—No hasta un tiempo después. Mientras podía hacerse cargo de mí, trabajaba y no había mucho problema, me acuerdo que yo me quedaba solo todo el tiempo, pero estaba bien —dice, encogiéndose de hombros—. Pero después se le complicó mucho más, perdió el trabajo que tenía, y cuando ya no le quedaba otra forma de asegurarse de que yo tuviera un plato de comida, le pidió ayuda mi papá.

—¿Y qué dijo?

—Aceptó pasarme plata, pero nada más. No hubo acuerdo legal ni discusión sobre mi apellido, que nunca me revelara quién es creo que también fue parte del trato. Para mi mamá fue suficiente...

—Para vos no —no es pregunta, ella conoce que así es.

 Francisco niega, meneando la cabeza.

—No quiero vivir así, con esta incertidumbre para toda la vida. Me da miedo, me asusta de verdad no llegar nunca a saber de él. Aunque se merezca una trompada, capaz hasta se la dé, pero quiero, necesito que la vida me de la oportunidad.

 Con una caricia en su hombro, Zóe busca darle un poco de aliento. 

—¿Entonces, las únicas personas que saben quién es, son tu mamá, Fernando y él?

—En realidad hay alguien más. La plata me llega a nombre de un tal Luis Turletti, pero nunca pude llegar a él. Por mucho tiempo creí que era un nombre vacío, que alguien usa para ocultar su verdadera identidad.

Para quien quiera abrir los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora