Capítulo 19 "¿Y ustedes? ¿De qué lado están?"

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 Jorge detiene el auto cuando Sara lo indica, frenando a mitad de calle, frente a una casa de fachada moderna, en cuyo porche hay una chica sentada. Él asume que es Candelaria, la amiga que debía pasar a buscar, quien se pone de pie cuando los ve llegar, guarda el celular en su bolsillo, y camina hacia el auto. Ambas se saludan con un beso —ella también dirige un "buenos días" para Jorge—, antes de iniciar la animada charla que, él sospecha, durará el resto del camino. De hecho, contempla la posibilidad de levantar el cristal que separa los asientos delanteros de los traseros, dándoles el espacio y la comodidad para hablar de lo que gusten, y esa idea se afirma cuando oye a Sara callando a su amiga luego de haber hecho una pregunta, que al parecer la compromete, en voz alta. Jorge comprende las razones por las que ella podría preferir no tenerlo como testigo de los dichos que salen de su boca, porque por muy poco que en lo personal le interesen los chismes de un par de jóvenes, es cierto que Pablo le ha pedido que preste atención y, ante cualquier acción o comentario inusual, procure comunicárselo. Una orden que él, con buenas intenciones, ha ignorado. En esos asientos, ha visto y oído peleas y discusiones; ha estado allí en los peores momentos, en los que las cosas parecían no hallar su sentido. Ha tenido, también, la dicha de presenciar la felicidad de los tiempos preciados, la genuinidad de los sentimientos que no se expresan a viva voz, que sólo se sienten en el corazón; motivos que, con el tiempo, supo entender, secretos que guardará en silencio hasta el día en que ya no pueda pronunciar las palabras.

Una pulsación errónea en el panel junto a su asiento enciende la radio de comunicaciones, en lugar de deslizar el cristal hacia arriba, la que suele mantener apagada en sus viajes con la señorita De Marchi por la simple razón de que, al llevarla a ella, no está disponible para nadie más.

Sara se interrumpe cuando escucha el sonido de la distorsionada voz que emite la radio, y un par de palabras, o lo que cree haber entendido de ellas, la ponen puntualmente en alerta.

—Perdón que lo moleste —dice, inclinándose hacia el asiento del conductor para darle a entender que está hablando con él—, pero ¿no dijeron recién alfa y noviembre en la radio?

Jorge asiente. 

—Exactamente señorita, dijeron: "Romeo, Alfa y Noviembre".

—¿Y eso qué significa? —pregunta, con una inquietud que, a pesar de haber pasado a un segundo plano en su memoria, se ha mantenido latente.

Suele ser un poco distraída a la hora de recordar por sí misma las cosas, pero en el momento en que se presentan frente a ella, no puede evitar buscar hasta las más exhaustivas aclaraciones.

—Es la patente de un auto, RAN.

—¿Y por qué la nombran así? —insiste, tras una respuesta que en lo absoluto despeja sus dudas.

—Según el alfabeto radiofónico. Es un lenguaje de palabras que se usa para que no haya confusión entre las letras que tienen sonidos parecidos. Una M y una N, por ejemplo —aclara, y continúa en su explicación—. Tengo entendido que fue creado para las fuerzas militares, porque ese tipo de errores podrían ser muy graves. Ahora la tecnología permite que las comunicaciones sean cada vez más claras, pero lo seguimos usando para mantener la tradición.

"Alfabeto radiofónico" repite en su mente, y escribe en su celular. Los resultados de la búsqueda arrojan un listado de palabras entre las que, obviamente, se encuentran las mencionadas, y unas tantas más; algunas extrañas, algunas que le resultan familiares, y otras muy, específicamente muy, conocidas. Aun así, son demasiadas como para contar con solo recordarlas, por lo que toma una lapicera que encuentra suelta en el fondo de su cartera, y en una hoja al azar del final de su cuaderno, empieza a escribirlas todas.

Para quien quiera abrir los ojosWhere stories live. Discover now