Capítulo 50 "El último de sus días"

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 Sara despierta sintiéndose acalorada. Todavía no han terminado de atravesar la estación más fría del año, pero el sol que ingresa por su ventana está subiendo la temperatura, lo que es peculiar, para ser la mañana, y para ser invierno. No lo piensa demasiado cuando se quita el edredón de encima y sale de la cama, hacia el baño, pero vuelve desconcertada. La casa está en silencio, como si nadie se hubiese levantado aún, pero no cree que sea así de temprano. Mucho menos, esperaba que fuera tan tarde. Según su celular, y también su reloj despertador y el que tiene colgado en la pared, son las 14:35. Es sumamente peculiar que sea esa hora de la tarde y sus padres no la hayan despertado para almorzar —cosa que han hecho sin excepción desde que era adolescente, sin importar si había dormido poco, por la razón que fuera, incluso si había salido de noche. Alina, al menos, suele entrar a su habitación por las mañanas cuando no tiene clases, para invitarla a jugar, a veces, o simplemente porque le entretiene molestarla. No se le ocurre, justificativo ni razón por el que podrían no haberse levantado aún. Y es que lo han hecho, las habitaciones están vacías, las camas deshechas como indicativo de que han dormido allí, pero desordenadas como nunca las dejan, lo que significa que no han vuelto.

—Papá, mamá —llama en lo que baja de las escaleras.

 Continúa con sus hermanas, pero a ningún nombre le sigue una contestación, sólo un pájaro que aletea en la ventana, y se choca con ella antes de salir volando. 

 Si la situación de por sí era bastante extraña, la cocina presenta una escena que llega a ser tenebrosa. En una hornalla hay una olla con salsa, en la otra, fideos todavía crudos y sobre la mesada albóndigas que parecen salidas del congelador, aunque se han descongelado ya. Ni las ollas, ni la cocina están siquiera tibias. Un nudo se tensa en su garganta, preguntándose qué pudo haber sucedido, que fuera tan urgente que los obligó a irse sin si quiera tener tiempo a ordenar, ni avisarle. Todas las opciones que se le ocurren son igual de alarmantes. Con una angustia que se ha asentado en su pecho, revisa su celular, pero no tiene nuevos mensajes ni llamadas perdidas, ni siquiera han escrito en el grupo familiar. Hace una llamada a su mamá, pero al primer tono, el ringtone se escucha en el living. A su papá, y va directo al buzón. Con el corazón en la boca, y una preocupación que hace que sus dedos tiemblen y sus ojos se llenen de lágrimas, intenta con Zóe. Esta vez, el tono de llamada se oye en la puerta de entrada. 

 Zóe no contesta el celular, pero entra a la casa casi al mismo tiempo. La ve venir con Alina de la mano, y suspira de alivio. Ellas están bien, sin embargo, la tristeza en sus caras le demuestra que hay algo que no lo está.

 Lina la abraza, llora en su hombro cuando Sara se inclina a sostenerla. Zóe la mira apenada, sin decir nada todavía, y es tan pesado el silencio que la hace querer llorar con ellas, aunque aún no sepa por qué. En su mirada hay un millón de preguntas, pero su melliza no responde ninguna hasta que la más pequeña de las hermanas la ha soltado, y sube a su dormitorio.

—¿Es mamá?

 Ella sacude la cabeza, niega, pero su voz se quiebra cuando quiere decir algo más.

—No, pero está destrozada.

 Sara se protege a sí misma con sus brazos, hunde los hombros. No quiere saberlo si es todavía peor, si es grave e irreversible, e irreparable, y va a producirle tanto dolor. Su papá es el único del que aún no ha tenido noticia, pero no quiere siquiera pensar en las terribles posibilidades, y no querrá escucharlo cuando lo oiga, ni aceptarlo cuando lo sepa. 

—Sara, Leticia falleció. 

 Ella, que estaba caminando nerviosamente, su lenguaje corporal queriendo alejarla de la realidad, se queda quieta. Parpadea, una lágrima solitaria rueda por su mejilla, y la mira, como si no pudiera creerlo, como si no lo entendiera. Si a Zóe le preguntaran, diría que está más confundida, de lo que se la ve afligida.

Para quien quiera abrir los ojosWhere stories live. Discover now