Capítulo 57 "Viernes, 16 de Agosto"

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—Sara, ¿dónde estuviste la tarde del viernes 16 de agosto?
 La pregunta es peculiar, y es lo único que alguien le ha dicho desde que llegó, además "Ah, Sara, te estábamos esperando" que oyó ni bien cruzó la puerta.
—Acá en casa —responde, haciendo cuentas, recuerda que fue la tarde que le siguió a aquella mañana en que casi se toma un avión a otro continente, y como había dormido poco, permaneció en su habitación casi el resto del día.
—¿Y no te fuiste en ningún momento?
—No —dice, y se retracta después. No puede negar que salió cuando hasta pidió permiso para ello, pero intenta que parezca que lo había olvidado—. Ah, sí, fui de Azul un ratito.
—¿En qué te fuiste? —su papá le cuestiona.
—Me pasó a buscar ella en auto, mamá me dejó salir.
 Apunta donde sabe que habrá una reacción, pero esta vez, erra el disparo.
—¿Y fueron directo a la casa de Azul, en su auto?
—Sí —dice, pero su mirada vaga entre los detalles de la pared detrás de su papá, incapaz de mirarlo a los ojos.
—¿Podés explicarnos entonces cómo apareciste en el centro donde Leticia estaba internada?
 Sara traga saliva, disimula que se le ha atorado en la garganta tosiendo con suavidad en el dorso de su mano. Mientras, da una mirada a su alrededor. El living de su casa está inusualmente poblado; además de sus papás, está Zóe, sentada en uno de los sillones individuales, con una taza de algo entre las manos y una expresión imposible de leer. En el otro está sentado Antonio Ferro, el abogado de la familia. Pero la incógnita no recae sobre ninguno de ellos, sino las dos personas más que se han acomodado más atrás, en la mesa del comedor, a quienes desconoce por completo pero, al igual que todos en la habitación, no le han sacado los ojos de encima.
 Comprende que ya no tiene sentido seguir mintiendo, cuando están esperando que lo haga.
—Le pedí a Azul que me llevara, fui a buscar algo que es mío, pero Leticia lo tenía.
 No puede explicar cómo supo que estaba en su posesión, ni la urgencia de ir por él. Eso último, no puede ni explicárselo a sí misma.
—¿Qué cosa?
 Piensa su respuesta, no la pronuncia hasta que no la formula para que sea corta y directa, cierta, pero que no dé lugar a otros interrogantes. Es irónico, pero ha contado la misma historia tan solo hace un par de horas. Sin embargo, no puede expresarse como lo ha hecho con Matías, no cuando está siendo juzgada bajo más de una lupa. Aun así, lo intenta.
—Un regalo de Fernando, un anillo.
—¿Por qué lo tenía Leticia? —inquiere Victoria.
—Quiero creer que se equivocó.
 Que se lo quedó sin darse cuenta, que no sabía a quién le pertenecía. Quiso creer que no había tenido el malicioso propósito de alejarlo de ella.
—Entonces, ¿podes decirnos por qué no pasaste a verla como cualquier visita, en lugar de disfrazarte de enfermera para entrar a escondidas a su habitación?
 Ella respira hondo, de la información que creyó que podían llegar a conocer, debió haber supuesto que era absolutamente toda.
—El horario de visita termina a las ocho, llegué a las ocho y tres minutos. No me dejaron entrar.
—¿No pensaste en irte y volver al otro día?
—Ya estaba ahí, y no sabía si...
—¿No te diste cuenta del lío en que te podías meter? Hacerte pasar por una enfermera es grave, Sara, es un delito.
—Pero no es eso lo que estaba haciendo, nada más quería hablar con ella...
—¿Y no se te cruzó por la cabeza que...?
—¡Victoria! —Pablo exclama, haciéndola callar—. ¿Podés dejarla hablar, por favor?
 Su papá la mira y le hace una seña, indicándole que prosiga. Lo cierto es que Sara preferiría que sigan haciendo preguntas. Al menos, de esa manera, podría saber qué es lo que quieren saber, y qué es lo que ya saben.
—No quería hacerme pasar por una enfermera, pero cuando me dijeron que no podía pasar vi que justo una chica que trabajaba ahí se cambió y salió de un cuarto que estaba cerca, en el pasillo. Era la única oportunidad que tenía de entrar, así que, cuando la chica de la recepción se distrajo, me metí. Ahí encontré una bata, y me la puse.
 Si ha evitado aludir a un detalle trascendental, nadie lo menciona. Aún.
—¿Podés describirme a esa otra chica que viste salir? ¿Cómo era? ¿Cómo estaba vestida? ¿Viste algo que te haya llamado la atención?
 Es su abogado el que interfiere, quizás no es por las razones más felices, pero ya ha adquirido cierta confianza con él. Tiene una libreta en la mano, y toma nota en ella de cada una de sus palabras.
—Sí, tenía el pelo castaño oscuro y corto hasta los hombros. Estaba usando un suéter azul y abajo un pantalón de jean claro. Parecía joven, pero tiene hijos, porque tenía una de esas cadenitas con colgantes de dos nenes. No se despidió de la mujer de la recepción, nada más le sonrió, y se fue.
 Él asiente, y escribe. Luego, Victoria la incita a continuar el relato.
—¿Y qué pasó después?
—Entré a la habitación —hace una pausa, cierra los ojos. Inhala, y exhala—. Leticia estaba acostada, leyendo.
 El libro era de Florencia Bonelli, ella apenas había levantado la vista cuando escuchó la puerta abrirse, sumida en la lectura, pero no le tomó más de un segundo volver a mirar cuando vio un rostro inusual para tratarse del centro de salud, pero bastante familiar fuera de él.
—Sara, qué sorpresa. No me digas que ahora trabajas acá —había dicho, dejando a un lado el libro, la página sin marcar.
—No te creas, vine de visita nada más.
—¿A visitarme a mí? Creí me tenías miedo, después de lo que pasó en la calle.
—¿Debería tenerte miedo?
 Ella bajó la vista, se encogió de hombros.

—Deberías, no de mí, pero capaz que deberías.
 No le había dado demasiado valor a ese comentario, no había creído que estuviese hablando en serio.
 Pensarlo hoy, le da escalofríos.
—Estaba sorprendida de verme —cuenta—, nunca tuvimos muy buena relación y las cosas estaban bastante tensas entre nosotras, entonces traté de no dar muchas vueltas y le dije lo que había ido a buscar.
 Se veía genuinamente desorientada al principio, parecía no tener idea de "un anillo, que Fernando te dio para mí" o, siendo más realista: "un anillo que capaz encontraste en algún lugar y creías que era tuyo, pero en realidad es mío". Sin embargo, al mencionar que "Fernando dijo que podía necesitarlo pronto", su mente pareció sintonizarlo.
Cierto, ese anillo —recordó, sus ojos abriéndose con un incipiente interés.
—¿Hay otro?
—No que yo sepa. ¿Por qué preguntas? ¿Lo necesitas?
 No estaba segura, era la realidad, aun así no dudó su respuesta.
—Sí, lo necesito. ¿Lo tenés acá?

 Sus mirada se veía sincera al reflejar lo apenada que se sentía por no poder dar una respuesta positiva.
 Sara todavía se pregunta por qué, en qué podría haberle afectado a ella que lo tuviera o no, por qué parecía motivada por el hecho de que lo necesitara. Qué beneficio podía haber obtenido a partir de ello, si estaba dispuesta a ayudarla a llegar a él.
—Me dijo que no lo tenía ahí. Según me contó, lo había encontrado hace varios meses, y lo guardó, aunque sabía que no era para ella.
 No les dirá que le confesó dónde está, no porque piense ir a buscarlo después —ha aprendido ya de sus errores pasados—, sino porque no querría que alguien más se le adelante. Le ha sucedido una vez, no volverá a confiar en las personas equivocadas.
—Eso no puede ser —interrumpe Victoria—, ella no puede haber sabido que era tuyo, si no supo que Fernando y vos estaban juntos hasta hace poco.
 Es cierto, Sara había pensado exactamente lo mismo.
¿Ya sabías que yo estaba con Fernando?
 No, ella no lo sabía al momento en que se apoderó del anillo. Pero no lo supo mucho después, tampoco. Cuando él insistió tanto para que firmara los falsos papeles de divorcio, todo salió a la luz. Fernando mismo se lo dijo, y para entonces, a Leticia le importaba bastante poco a quién llevaba a su cama. A partir allí, comenzó a presumir sus dotes actorales, pero se hubiese mentido a sí misma si hubiera dicho que no llevaba ya bastante tiempo fingiendo.
Sí —afirmó.
 A pesar de que fuera sólo frente a Sara su confesión, y que si la confrontaran al respecto, podría desconocer sus palabras, era consciente de lo que ello significaba; admitir que fue falso el dolor, el sufrimiento y las lágrimas que derramó por perder a su amado marido de sus brazos. Que no fue cierta la depresión que alegó tantas veces cuando llamó a Victoria desahogándose tras la pérdida.
 Fue una farsa, además, porque nunca lo perdió en verdad.
—¿Por qué no lo dejaste entonces? ¿Por qué Fernando me mintió sobre el divorcio cuando se podrían haber separado en serio?

Porque vos se lo pediste, Sara. Creía que lo ibas a dejar si no me dejaba él mí. Te mintió porque quería que te quedaras con él.
 Ya lo sabía, lo había aceptado a pesar de que no lo justifica, de que todavía no lo ha perdonado. Fernando no dejó los papeles "causalmente" sobre la mesa sin tener la intención de que se topara con ellos, no los paseó por la oficina frente a Pablo y sus empleados sino para dar una simulada apariencia de autenticidad. Pero no era ello, lo que quería saber.
—No me estás respondiendo lo que te estoy preguntando —había insistido—. Si no te importaba que él estuviera conmigo, si a él no le importabas vos, ¿por qué siguieron juntos?
Leticia la miró a los ojos.
—Fernando sí que me importa, y yo también le importo a él. No románticamente, no nos amamos, si eso te deja más tranquila. Pero él y yo somos compañeros, antes que amigos, antes que amantes, antes que marido y mujer. En las buenas, y en las malas, esas que dan miedo, también. Por eso seguimos juntos, él me protege a mí, yo lo protejo a él, y cuando las cosas se ponen feas, hacemos lo que haga falta, para mantenernos a salvo.
 Ahora, Sara suspira. Ese fue un instante de pura tensión, lo es éste también.
—Sí, sí sabía —responde a su mamá—. Creo que hizo lo que hizo para tener una excusa para estar encerrada. Me dio a entender que se estaba protegiendo, de algo.
Victoria reconoce que tiene sentido, aunque pensó que no estaba en todas sus capacidades mentales, Leticia lo había admitido frente a ella también.
—Pero no tenía lo que estaba buscando, y yo no tenía nada más que hacer ahí, así que me fui después de eso.
 Preferiría no recordarlo, pero lo último que Leticia le dijo fue: "Cuidate", a lo que respondió "vos también", antes de cerrar la puerta.

Para quien quiera abrir los ojosWhere stories live. Discover now