Capítulo 3 "Si a él no le podés decir que no, ¿por qué a mí sí?"

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 Sara observa a sus amigas mover los labios con rapidez, agrupando palabras con algún sentido al que olvidó prestar atención. Mientras, juega con el sorbete en su batido, observando el lugar que frecuenta tanto como para conocer cada rincón de memoria, pero que aun así nunca deja de sorprenderla. Focus es un bar bastante popular sobre la avenida Yrigoyen, que suele llenarse de estudiantes en las tardes, cuando comienza a anochecer y las luces de la ciudad se encienden. Es el punto de encuentro favorito de su grupo de amigas, y a pesar de que Sara coincide con ellas, no es la ubicación estratégica, ni la hermosura del mozo que sirve en la mesa en la que siempre se sientan, la razón por la que ella lo prefiere. Lo más original que puede ofrecer el local es, en su opinión, el creativo patrón de decoración. Todas las paredes están repletas de portarretratos, apenas dejando un angosto margen entre los marcos, cuyas fotos van cambiando conforme pasa el tiempo. A ella le divierte sentarse y descubrir cuáles han reemplazado, y cuántas otras siguen ahí. Esta vez puede identificar que la colorida imagen en el marco sobre la puerta se ha ido, y en su lugar cuelga una bella bailarina con aires nostálgicos. Al igual que aquella que solía ser su favorita, el dibujo de una hermosa rosa roja, desplazada por la oscuridad de una noche sin estrellas, de una habitación sin luces, de la profundidad de un mar; es sólo un fondo negro, sin embargo, podría representar todas esas cosas, y muchas más. A Sara siempre le gustó la fotografía, la capacidad de capturar en una imagen la belleza de un momento que perdurará con los años, la que podrá observar en el futuro, y viajará en el tiempo hacia ese mismo lugar, con la melodía de esos sonidos, la compañía de aquellas personas, el aroma del ambiente que recobrará su memoria. Es un arte maravilloso, su verdadera pasión en este mundo, y si alguna vez pensó en hacerlo su profesión, su papá con poca delicadeza se encargó de arruinar sus ilusiones. Quisiese o no, Sara tenía la obligación de estudiar una carrera "en serio", después de tener un título, entonces, podría dedicarse a ese tipo de "pasatiempos sin sentido". No le quedó otra opción más que conformarse con la cámara profesional que su abuelo le regaló para su cumpleaños, y, en cuanto a la carrera, Pablo le dio la libertad para estudiar casi lo que quiso. Casi.

—¿Por qué no viniste anoche? —Rosario le pregunta, y le toma más de un segundo darse cuenta de que es a ella a quien le está hablando.

 Ella se encoge de hombros, diciendo que no tenía ganas de salir, lo que es parcialmente cierto. No menciona haber tenido otros planes, pero ve a Candelaria negar con la cabeza, soltando un suspiro de resignación. Ella, a diferencia de la mayoría de sus amigas, lo sabe. Sabe dónde Sara pasa las noches en que, si su familia preguntara, diría haber estado con ellas. Sabe cómo, quién y cuándo, y si alguna vez expresó disconformidad ante la relación -lo que sí ha hecho, innumerable cantidad de veces- ella sólo la ignoró. Sería diferente si se lo hubiese contado a otra de sus amigas: Oriana la hubiera apoyado, Rosario hasta la hubiera felicitado. Azul, en su momento, hizo ambas. En aquel entonces ella y Sara eran inseparables, pero el incumplimiento de la promesa que había sellado su amistad terminó por alejarlas. Azul nunca le perdonó haber roto su juramento, y Sara jamás entendió el hecho de que ella, su mejor amiga, no comprendiese que ya había superado la etapa de travesuras adolescentes. No se hablan desde hace mucho, y sólo se reúnen cuando se trata de un lugar neutral que no comprometa a ninguna de ellas. Es un silencioso pacto jamás acordado, pero que ambas cumplen por su propia conveniencia. Sara quiere creer además que su distanciamiento con el resto de sus amigas no tiene nada que ver con la influencia de Azul, pero sabe que sería pedir demasiado. Justo después de que ellas se pelearon, ella comenzó a pasar cada vez menos tiempo con sus amigas. Para entonces tenía a Fernando, y Cande, de a poco, fue tomando el lugar que Azul dejó atrás. No es que esté descontenta con ella, sólo que, de vez en cuando, le gustaría que le dijese lo que quiere escuchar.

 Mientras Oriana, Rosario y Azul van al baño —lo que es muy probable que termine en una sesión de fotos frente al espejo—, Cande toma el asiento que una de ellas desocupó, sentándose al lado de Sara.

—¿No me habías dicho que esta vez sí ibas a venir? —le pregunta, su tono menos recriminador de lo acostumbrado, cansada de repetir el mismo interrogante.

 La cuestión es que sí, recuerda haberle prometido que iba a estar ahí con ella. Sin embargo, un inesperado mensaje de Fernando se interpuso, y Sara preferiría no verse nunca en la penosa situación de tener que decidir entre ellos, pero él tenía razón cuando dijo que sería lo más justo, considerando que hace una semana que no estaban juntos, mientras que había ido a la casa de Candelaria el día anterior. Fue lo que hizo, disculpándose con ella en un mensaje que nunca tuvo respuesta.

—Yo tenía ganas de ir —dice, exagerando su convicción, pero nota en el rostro de Cande una expresión que le sugiere que no está sonando creíble—. No me mires así, él me llamó a último momento y no podía decirle que no.

—Es que no entiendo, ¿cuántas veces me rechazaste a mí?

 Sara no está segura de que ella esté esperando una respuesta de su parte, y, ante la duda y a su conveniencia, opta por tomarla como una pregunta retórica.

—Entonces, ¿qué? —insiste—. Si a él no le podés decir que no, ¿por qué a mí sí?

—Es diferente, no me pidas que compare entre Fernando y vos, como si fuera una competencia. Vos también tuviste novio y entendés como es.

 Cande lo entiende, ha estado saliendo con el mismo chico, Joaquín, por dos años. Casi dos años, si no cuenta las últimas cinco semanas, el tiempo que hace desde que terminaron; desde que él terminó con ella, en realidad. Decir que ya lo ha superado no sería del todo cierto, lo que tampoco significa que va a romper en lágrimas cada vez que alguien haga referencia a él o diga su nombre. Si le incomoda que ella lo mencione es porque, mientras estaban en pareja, era genuinamente diferente. Tenían una relación sana y estable; solían pasar tiempo juntos pero, también, separados, con la libertad de vivir su propia vida y no depender el uno del otro. Ella nunca tuvo que darle la espalda a alguien, ni a Joaquín ni a Sara, lo que no sucedió porque haya sido una amiga de primera ni una novia ejemplar -lo que evidentemente no lo fue-, sino que logró encontrar un equilibrio entre ambas partes. Sara no lo comprendería porque, en su caso, cuando el rango de relevancia se mide en cariño o preferencia, la balanza suele inclinarse hacia uno de los lados. Cande ya aprendió hacia cuál.

—No te pido que compares porque no tiene sentido, las dos sabemos a quién elegirías.

—No es así Cande, anoche era especial porque...

—S —la interrumpe, llamándola por el singular apodo que le quedó desde la secundaria—, no es por anoche que estoy enojada. No, ni siquiera estoy enojada —se corrige, sacudiendo la cabeza—. Un poco decepcionada, sí. Lo que quiero que entiendas es que no me molesta que no hayas podido venir alguna vez, sino todas las veces antes que elegiste no venir.

 Si para cuando ella pensaba decir algo para defenderse, Oriana, Rosario y Azul vuelven a sus asientos, no se siente en absoluto aliviada. No es como si no tuviese un argumento a su favor -y si así fuese, tampoco lo admitiría frente a Candelaria. Aun así, la principal razón por la que se queda callada es porque conoce a sus amigas lo suficiente como para saber que mencionar un tema que ellas desconocen en su presencia sería un grave error. Su típica actitud de "quiero saber todo, y si es relevante y problemático, mejor" las ha caracterizado desde que eran adolescentes, cuando el noventa por ciento de los rumores eran conocidos, y divulgados, por ellas antes que nadie más. Sara debería admitir que, en aquel entonces, formaba una parte activa del "clan de los chismes", pero con el paso del tiempo y en lo que a ella respecta, el entretenimiento de hablar de forma prejuiciosa de la vida de otras personas ha perdido bastante su gracia.

 La tarde termina en charlas sin sentido y risas por montón, acompañadas por un par de selfies que irán a parar al instagram de Oriana ni bien su conexión de datos se lo permita. Sara escribirá comentarios en ellas, recordándoles lo mucho que las quiere junto a emojis de corazones y caritas sonrientes y, a pesar de que no pueda complacer a todas, al menos habrá cumplido con ellas.

Para quien quiera abrir los ojosWhere stories live. Discover now