Capítulo 17 "Alfa y Noviembre"

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Una carcajada se abre paso en sus labios al escuchar la historia que sus amigas están contando. La salida de hace un par de fin de semanas atrás término con Rosario con algunas copas de más, y cantando I will survive a vivo pulmón afuera del boliche como si nadie estuviese mirando. Sara quizás no estuvo presente ese sábado en particular, pero sí muchos antes, y la ha visto hacer la suficiente cantidad de ridiculeces como para poder imaginarla como si hubiese estado ahí. Ella tiene una extrovertida personalidad, que le permite ser el centro de atención sin el mínimo esfuerzo, con el carisma que se necesita para hacer que las personas se rían con ella y no de ella. Una cualidad envidiable, por más de que, entre mujeres, se gane algunas malas miradas y un par de enemistades.

El patio de comidas del shopping todavía podría llamarse vacío, siendo las diez y media de la mañana y con sólo un par de mesas ocupadas. Sara sabe que la quietud no durará mucho, y en menos de dos horas el lugar estará abarrotado de gente, que quizás sólo fue a comerse una rápida hamburguesa, a las que podrá ver inspeccionando el espacio con ojos de águila para encontrar una mesa vacía entre la multitud. La hora, sin embargo, no parece ser un impedimento para sus amigas, quienes han pedido combos de hamburguesas y papas fritas para desayunar, y si bien a Sara no le apetece lo salado por la mañana, no puede negar que ha aceptado con gusto las papas que le han ofrecido, además de las que tomó sin preguntar del plato de Cande.

Quizás no se siente con demasiada hambre, pero sí se le antoja un batido, sobre todo después de ver las deliciosas imágenes que su local favorito tiene en sus carteleras, una subliminal forma de tentarla a comprarlo. Con su cartera en mano, y avisando a sus amigas que no tardará en volver, camina hacia allí; o pretende hacerlo, porque entonces una persona de rostro familiar y cabello castaño, recogido en un rodete, cruza frente a sus ojos. Vestido con el uniforme de una cadena de comida rápida, lo que incluye una visera, entre la que se escapan algunos de sus rizos, Matías levanta su mano hacia ella en un saludo. Sara camina a su encuentro.

—Así que... ¿Trabajás acá?

Él asiente, y le comenta sobre el viaje que tiene pensado hacer una vez que haya ahorrado lo suficiente. Sus padres se encargan de muchos de sus gastos, y son esos pequeños lujos que le gusta darse los que cubre con su dinero, ganado con su propio esfuerzo. El hilo de la conversación lo conduce a contarle también sobre su hermano mayor, quien está ya en su último año de ciencias económicas, y en el medio de un intercambio de palabras que toma un rumbo improvisado, Matías le comenta, con cierta angustia, que perdió su agenda hace unos días, y que por más que revisó en todos los lugares en los que recuerda haberla visto por última vez, no ha podido dar con ella. Sara debe admitir que ya lo había olvidado, y que el anotador se había mezclado en su cartera con las demás cosas que cargan en ella sin razón aparente: un par de lapiceras que ya no escriben, una botella de agua que ha vaciado hace bastante tiempo y cientos, de miles de tickets de compras -no incluye en la categoría de "sin razón" a los dos labiales, uno nude y uno rojo, ni la máscara de pestañas que también tiene suelta por ahí. Esos pueden resultarle útiles en alguna ocasión inesperada.

Al ver la agenda en manos de Sara, una expresión de alivio y puro agradecimiento cruzan el rostro de Matías, lo que expresa en los cientos de gracias que salen de su boca mientras la toma, la abre, y comienza a inspeccionar entre sus hojas.

—¿Buscas algo? —ella pregunta, después de varios segundos de verlo hojeando con cierta ansiedad, como si esperara encontrar algo más que sólo páginas escritas.

—Había dejado el número de alguien que me ofreció otro trabajo acá guardado —explica, sin dejar de lado la búsqueda ni por un segundo—. ¿No lo viste, por casualidad?

Para quien quiera abrir los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora