Capítulo 60 "Parte ocho"

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 Todavía está oscuro, a pesar de que comienza a verse una delgada línea de claridad en el horizonte. Vestidos de negro, los hombres desaparecen entre las sombras que dibuja la casa sobre el terreno, se esconden y miran hacia adentro por las hendijas de la madera. Más que las luces prendidas, no se ve a nadie dentro, pero asumen que debe estarlo. Con las armas en alto, se reagrupan en posición a la puerta, y avanzan.

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 "¿Me dejarías?"
 Sergio no respondió con un sí aunque sabía que tenía razón, que estaba en condiciones de darle a su nieto todo lo que necesitaba y que, además, quería hacerlo. Confió en la sinceridad de sus ojos cuando le pidió que le dejara cuidar del niño. Y aun así, jamás se desentendió por completo. Pidió ir a conocerlo, fueron juntos a visitarlo un fin de semana. Resultó muy bien, el chico se veía saludable y contento, tenía acceso a todas las comodidades. Se había integrado bien en el nuevo colegio, no presentaba problemas para aprender, tenía muchos amigos. Al mismo tiempo, resultó bastante mal, la mamá del niño no sabía quién era él —le pareció sorprendente, que ni siquiera lo había visto en fotos—, y aunque tampoco manifestaron la relación que los unía entre los dos, las miradas eran suficientes para deducir lo que aparentaron ocultar al presentarse. La mujer lo apartó a un lado para pedirle respetuosamente que no volviera a visitarlo con esa compañía, porque sentía incómodo que su hijo presenciara ese tipo de interacciones, cree que no fue maliciosa su intención pese a que usó la expresión "prácticas degeneradas que podrían afectar su desarrollo", habían escuchado cosas mucho peores. Sergio reaccionaba siempre desde la misma manera, no importaba quien fuese el emisor, si una persona allegada o si lo gritaba un desconocido al pasar. Tenía la imperiosa necesidad de separarse, de alejarse un paso si estaban caminando demasiado cerca, de evadir su mirada para que no hubiese posibilidad del encuentro, que fuere a delatarlos. Pero era obvio, aunque pusieran todos sus intentos en disimularlo, y le demostró que, aunque habían considerado la posibilidad de que apareciera en su vida, en su casa, frente a su familia, con un título inventado y una relación distante, en los hechos era imposible. Podía fingir una risa, podía disimular lo que le dolía, pero no era capaz de borrar el brillo que iluminaba su rostro, y sus ojos, siempre lo delatarían.
—Estaba tratando de hacer lo mejor para todos, Pablo y Victoria estaban felices, recién estaban empezando a formar su familia, y una noticia como esa podía ser devastadora para ellos.
 Si sus cálculos fueron correctos, y aunque no quiso inferir en una situación en la que sin duda alguna, no le correspondía entrometerse, Pablo ya salía con Victoria por las épocas en la que el niño había nacido, quizás incluso cuando fue concebido y, sin duda, una infidelidad no era la forma más positiva de comenzar una vida en común. Pero qué podía decir él, dados sus propios pecados. Entonces, no dijo nada, y se convenció a sí mismo de que estaba haciendo lo correcto.
—Él estaba bien, se lo veía contento, estaba teniendo la vida que le había correspondido desde el principio, con su mamá habían pasado por mucho y, finalmente podían tener estabilidad. No quería generar más conflictos. Sé que no fue la mejor decisión pero, parecía ser la solución más acertada, para todos.
 Hace una pausa.
—Francisco Regnicoli —murmura, y separa en un sobre marrón documentación que a través del video, no se alcanza a leer—. Además del test de ADN, les dejo sus datos para que puedan contactarlo y reunirse con él, y unir a la familia como debería haber sido siempre.
 Le eriza la piel pensar que no tienen que salir a su búsqueda, que él estaba más cerca de lo que hubieran podido imaginar. Supone que la vida o el destino, tarde o temprano, pone las cosas en su debido lugar.
—A vos Fran, si estás viendo esto, que espero que lo estés, algún día, quiero que sepas que lamento no haberte dado la verdad mucho antes. Y Pablo, hijo, espero que puedas perdonarme.

 Sergio pasa la página, un hecho que en la realidad, nunca ha podido concretar del todo.
 Sin embargo, lo que encuentra del otro lado, entre palabras sueltas y recortes de fotos y volantes que ha pegado entre las hojas, le trae un lindo recuerdo, tan necesario en épocas de dolor, y su sonrisa ilumina la imagen. Es lo más contento que se lo ha visto en el video.
—Al lado suyo, conocí la libertad. Habíamos hablado sobre la posibilidad de ir a una manifestación, yo no estaba muy seguro, no me sentía cómodo. En el fondo, me daba mucho miedo. Pero me agarró desprevenido, era un buen día, y fuimos. No nos metimos entre la gente, nada más mirábamos desde afuera, pero fue muy especial.
 Su vestimenta contrastaba, de pantalones marrones y una camisa grisácea opaca, con la de todos a su alrededor, usando colores brillantes en la ropa, en el cuerpo, en los párpados, en las banderas que flameaban en el cielo, como el símbolo de una lucha que, tiempo atrás —no tanto— alguien había tenido la valentía de animarse a iniciar.
 Estaban parados sobre el cordón, una línea divisoria que, en su imaginario, los separaba de aquellos que marchaban por la calle sin vergüenza y sin nada que temer, de aquellos que habían cortado sus cadenas y podían caminar libremente. Siempre sintió envidia, de la buena, de la que genera admiración aunque tuviese un sabor agridulce, porque Sergio quería ser como ellos, pero nunca se animó a serlo, y nunca lo fue.
 Entre la multitud de personas, pasaban desapercibidos, y aun así, alguien los vio, alguien los notó entre todos los demás, y se acercó a ellos.
—Y conocimos a Libertad. Se hace llamar ella, cuando se pone vestidos, se maquilla la cara, y sale a bailar. Pero se saca todo eso, y se autopercibe como él. Y sea como sea, cómo se vista o cómo se sienta, es feliz tal y como es.
 No lo habría entendido, si nunca hubiera extendido las fronteras de su ideología, no lo habría creído posible siquiera, porque hay ciertas cosas a las que su mente, su educación y su cultura, la sociedad entera, les ha adjudicado la categoría de intransgresible. Pero resulta más simple de lo que parece, entender y aceptar que no hay límites cuando se trata de ser y sentir. Sergio nunca tuvo conflicto para ver eso en los demás, en hallar la chispa que los hacía especiales y únicos, y tenía tanta comprensión hacia el resto, que parece haberse quedado sin para poder reconocer sus propias luchas internas.
 Libertad les vió las caras y les leyó las intenciones, a pesar de que estaban usando sus máscaras invisibles. Los invitó a un boliche llamado Sensation, les consiguió entradas, les regaló bebidas en la barra, y, entre trago y trago, con el alcohol quitándole las inhibiciones y alterándole las emociones, con las luces bajas de colores, con la confianza de que eran solo ellos dos, aunque estuvieran rodeados de personas, de que estaban inmersos en su propio mundo, y de que nada más importaba, se besaron como si no hubiera habido un mañana.
 Esa sensación, de frescura y liberación ha quedado plasmada en el papel: "Cuando la mente vuela, cuando el palpitar se acelera, cuando dejarse ir no es motivo de ansiedad, por las noches, se llama Libertad".
—Fue mágico, creo que esa noche cambió algo para mí, en mí,y me animé a que diéramos un paso más. Conocí a su familia y me recibieron con tanto cariño. Para mí era impensado, que no les importara, que no les avergonzara, que nos aceptaran como si fuera normal, a pesar de todo. Me dio confianza, por un momento me sentí capaz de hacer lo mismo.
 Era la cúspide, antes del descenso. Había sido una hermosa cena, íntima y familiar, en la que conoció a su hermana, junto a sus hijos y a sus nietos. Hubo fotos, porque en esas épocas todavía se pasaba todo el rato detrás del foco de la cámara, tomas espontáneas, que plasmaban la cercanía de los encuentros y de los saludos. Por su lado, Sergio no tenía redes sociales, ni mucha idea de cómo funcionaban. Aun así, no le pareció una buena idea, por el contrario, le produjo enojo y exasperación, al enterarse que había compartido esas imágenes en su facebook personal. "No hay forma de que las encuentren en mi perfil, solo pueden verla mis amigos" había iniciado el argumento que cada vez subía octavas de tono. "¿Y si las ven igual? ¿Si las llegan a encontrar en otro lado?" le había preguntado, inseguro, paranoico, desconfiando de las configuraciones de privacidad; e insistió en que eliminara aquellas en las que salían juntos. No había explicación que valiera para intentar demostrarle lo contrario, entonces cedió y las borró, accedió, como siempre lo hacía, con la consciencia de que estaba poniéndolo antes que a sí mismo, pero dispuesto a hacerlo, todavía, con el corazón en la mano y entregado hacia él, aunque le doliera, aunque sintiera que se le rompía y se desgarraba por dentro cada vez que latía fuera de su cuerpo.
—Podía verlo, había algo que se estaba apagando, y yo luchaba desesperadamente por mantenerlo vivo. Pero nada de lo que podía hacer era suficiente.
 Siempre lo supo, siempre le pesó, quería que fuera honesto, porque solo la verdad podría liberarlo, y eso era lo único que él no podía darle. Ni los obsequio, ni lujos, fueran zapatos, ropa, perfumes o joyas podían suplir lo que su corazón anhelaba en verdad. Se lo dijo, como broma, entre una risa o una chiste "no me vas a comprar con regalos caros". También, se lo dijo en serio, entre lágrimas y con un nudo en la garganta "No me interesa tu plata, te agradezco todo lo que gastas en mí, pero no sé cuánto tiempo más vamos a poder seguir así. Lo que quiero es que te juegues por mí, por nosotros. Ese es el mejor regalo que me podés dar".
 
Pero las cosas solo empeoraron.
—Alicia se enfermó, supimos un verano, después de varios síntomas que se fueron presentando de a poco, que tenía cáncer y no era reversible. Su salud se estaba deteriorando muy rápido, se nos estaba acabando el tiempo, y no había nada que pudiéramos hacer. Fue mi castigo divino, verla morirse todos los días sin poder evitarlo, porque yo no había estado ahí para ella mientras estaba bien, había fallado a mis responsabilidades como marido y como hombre. Me lo merecía, me lo sigo mereciendo.
 Sale de su boca una exhalación prolongada, como el sonido de su remordimiento.
—No iba a poder soportarlo si no le decía la verdad, pero quizás fue egoísta de mi parte pensar que ella iba a ser capaz de aguantarlo. Estaba internada en el hospital, le tomé la mano y se lo dije, le conté de quién estaba realmente enamorado. No sé qué esperaba, que me dijera que se ponía contenta por mí o que ojalá que fuera feliz. Fue todo lo contrario, ni siquiera me miró, me soltó la mano y me pidió que me fuera. Falleció esa misma noche.
 La angustia y el sufrimiento quemaban de arriba a abajo su cuerpo, todavía tiene las cicatrices a flor de piel. Volvió a rezar, volvió a rogarle a Dios su perdón y misericordia, pero Él solo puede aceptar las plegarias de aquellos que se encuentran genuinamente arrepentidos, de los que verdaderamente lamentan sus pecados, y Sergio nunca se arrepintió de haber experimentado el amor en primera persona, nunca se arrepintió de haber encontrado un abrazo que lo sostuviera y le diera calma, no se arrepintió de querer, de desear, de amar. Y ello no lo hacía merecedor de su perdón, ni del de Alicia, ni el de nadie. Es un dolor con el que aprendió a convivir, aunque cada vez se hacía más grande, e iba llevándose a pedazos su corazón, sumiéndolo en una honda y constante tristeza.
—Había pasado un año de la muerte de Alicia, hicimos una ceremonia en la iglesia y cuando volví a la casa me tomé una botella entera de whiskey. No podía más, necesitaba hacer algo porque la culpa me estaba consumiendo. Entonces, le propuse irnos, a pesar de que las cosas ya venían un poco tensas entre nosotros, era mi oportunidad para arreglarlo. 

Para quien quiera abrir los ojosWhere stories live. Discover now