Capítulo 14 "Es el único indicio de que se ha ido"

239 27 0
                                    

 Al controlar la hora en su reloj de muñeca, Zóe suelta un suspiro de exasperación. Son las doce y media, ya pasaron treinta minutos desde que su clase en la facultad terminó y podría estar sentada cómodamente en su casa, haciendo algo tan improductivo como mirar televisión, pero mucho más entretenido que estar allí haciendo, en el sentido más literal de la expresión, absolutamente nada. Su error estuvo en no salir en su auto, siendo que una de sus amigas la pasó a buscar en el suyo, y considerando que la facultad está a unas pocas cuadras de la empresa de su papá, creyó que sería buena idea ir y esperarlo para volver a la casa juntos. No lo era; él había dicho que se quedarían "sólo unos minutos más" en lo que terminaba "un par de cosas". Aun así, ya ha pasado un tiempo bastante largo desde la hora a la que se supone que debería salir de la oficina, pero ahí sigue, sentado frente a su escritorio, tecleando datos en su computadora a la vez que recibe y hace llamadas, en lo que parecen ser varias más que dos tareas.

—Ya sé que estás aburrida, Zóe, pero aguantame un rato que ya nos vamos —dice, antes de girar en su silla hacia un mueble contra la pared, donde está su impresora, a la que espera tranquilamente mientras estampa el papel.

 Ella cree que está a punto de perder la paciencia.

—Voy al baño, pa —avisa, dejando que la resignación se pueda oír en su tono al hablar, con la esperanza de provocarle al menos un poco de compasión.

 No lo logra, y a pesar de que no es con exactitud una pregunta, está esperando una afirmación de su parte.

—A la izquierda —indica, sin siquiera mover los ojos del monitor.

 Zóe lo toma como un sí.

 El camino hasta el baño es tan corto como hacer dos pasos fuera de la oficina de Pablo y tenerlo en frente, y, aun así, en ese breve trayecto, se encuentra con otra puerta que logra captar su atención. A sólo un metro de donde está, una placa plateada brilla con aires soberbios de grandeza. La puerta está semi abierta, una invitación demasiado tentadora como para rechazarla, y, mirando hacia sus costados, asegurándose que nadie pueda verla, la arrima la suficiente como para poder pasar a través de ella.

 La oficina no difiere mucho de la de su papá, con los mismos muebles oscuros y pintura cálida en las paredes. Pero al mismo tiempo, es tan diferente, y no son los adornos que cubren su escritorio, ni los libros que descansan en la estantería, tampoco los cuadros o portarretratos. Es el ambiente, esa esencia helada que envuelve su cuello, que dificulta su respirar, que la transporta a aquella sensación de querer huir, correr en la dirección contraria hasta que el mero recuerdo desaparezca de su memoria; y al mismo tiempo, sentir el fuerte anhelo de quedarse, de encontrar las respuestas que de vez en cuando inundan sus pensamientos por las noches. Lo cierto es que no se arrepiente de haber seguido sus instintos de cobardía alguna vez, pero es ese motivo el que la impulsa a no hacerlo de nuevo, a tomar el riesgo y animarse a descubrir qué está escondiendo él detrás de su sonrisa tan cautivadora. Mentiría si dijese que no puede deducir cómo es que Sara ha caído a sus pies, ella puede comprender el atractivo de un hombre elegante, la seducción de una mirada poderosa, el deseo que despierta un cuerpo tonificado. Sin embargo, su encanto está teñido de tintes oscuros, de intenciones ocultas que, se pregunta, si es la única que puede leerlas en sus ojos. Se pregunta qué palabras saldrían de sus labios si pudiese sentarse frente a Fernando y cuestionarle, sin titubear: ¿Qué tenés miedo de que la gente se entere de vos? Y podría tomarle sólo un minuto, si él estuviese allí, examinándola con su porte desafiante y su soberbia a flor de piel. Pero su silla está vacía, el cuero bajo su tacto frío y rígido, y hay más de una metafórica explicación al respecto, pero tan sólo una racional: no se ha sentado en ella en días. Es curioso, porque ese es el único indicio de que se ha ido, todavía hay papeles sobre su escritorio, lapiceras fuera de lugar, el tacho de basura a medio llenar. Literalmente parece como si hubiera salido huyendo, o, por el contrario, como si jamás se hubiese ido, y fuese a entrar a trabajar en cualquier momento como otro día normal. Es ese pensamiento el que la sacude, seguido del sonido de la puerta abriéndose a sus espaldas, y su corazón se paraliza; cerrando los ojos con fuerza, como si ese simple acto pudiese hacerla desaparecer. En lo más alto de su concepción ideal de sí misma, la valentía la caracteriza. ¿A quién quiere engañar?, es la verdadera pregunta. La realidad, es que está aterrada.

Para quien quiera abrir los ojosWhere stories live. Discover now