Capítulo 54 "Negativo"

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 Sergio de Marchi era un tipo organizado como ninguno, estrictamente meticuloso hasta el punto en que podía resultar obsesivo, solían decir quiénes trabajan con y para él. En el buen sentido, las cuentas siempre estaban al día, los salarios pagados en tiempo y forma, acreedores y empleados satisfechos. Como todo buen hombre de negocios, además de los libros contables exigidos por ley, confeccionaba sus propias planillas de gastos, que agrupaba en libros cosidos a mano, técnica a la que nunca renunció, ni siquiera cuando programas como Excel, y otros aún más sofisticados fueron reemplazando los antiguos registros. En su oficina, todavía puede encontrarse el archivero de metal que ha caído en desuso, y entre sus cuatro cajones, almacena años y años de movimientos económicos. No está bajo llave, pese a que hay cerraduras dispuestas para ese fin. Se dirige hacia el primer cajón, porque asume que es allí donde se encuentran los archivos más recientes, y no se equivoca. Tampoco duda cuando extrae los libros de un período en concreto, y ahí mismo, sobre el escritorio, recoge datos que mantienen su ceño fruncido, pero aun así no logran impresionarla. Todo ello, irónicamente, ocurre antes de recibir los resultados de ADN.

—Negativo, Tatiana no es tu hermana —anuncia Olivia al dejar el análisis, esta vez sobre el escritorio de Pablo.
 Levanta la vista a tiempo para ver su reacción, el alivio que desaparece la tensión de su cuerpo y la expulsa con un suspiro. Le hace dudar, en ese preciso instante, si debería continuar y compartirle lo que ha descubierto, o dejarlo vivir tranquilo con la inherente felicidad que trae aparejada la ignorancia. Quizás lo lamente más tarde, pero ya había tomado esa decisión desde antes de ingresar a la oficina.
—Pablo, hay algo que quiero que veas. Me tomé el atrevimiento de revisar los gastos que había hecho Sergio en los últimos años, estaba buscando algo que pudiera darnos una pista. Me encontré con todavía más que eso.
 Le acerca el primero de los libros, el más antiguo de los que ha inspeccionado, a pesar de que data sólo siete años atrás. Él lo mira con recelo, pero aun así lo abre en una página que cree al azar, que en realidad había sido señalada por Olivia. Sin intención de alterar las hojas y sus inscripciones, ella colocó notas adhesivas con anotaciones en cada sección que le resultó peculiar. En general, no sobresalían por detalles superabundantes que le costara comprender, sino por la falta de ellos. Espacios en blanco en los que debería haber habido una descripción, dejados intencionalmente vacíos. Resulta evidente, pese al esfuerzo del disimulo, que la intención estaba orientada a que quién lo leyese, no pudiera identificar con exactitud en qué había gastado ese dinero, sin preocuparse por la claridad de los montos que allí detallaba. No eran demasiado altos, en su mayoría, no lo suficientemente llamativos como para que fuera alarmante la disminución de dinero o peligrara que los números no cerraran, siquiera corría un mínimo riesgo de que alguien llegara a darse cuenta. Esas sumas no justificarían una investigación ni un escándalo, pero Olivia no sería tan buena en cada tarea que se propone si no hubiera aprendido que allí donde nadie los busca, es donde se ocultan los desenlaces más reveladores.
 No ha requerido adentrarse demasiado en los meses ni en los días para empezar a encontrar irregularidades. La primera, casi al final de la hoja, es una compra a una tienda de ropa reconocida a nivel mundial. El precio, comparado al valor dólar de ese entonces, está por encima del costo normal de una prenda, pero en sí mismo, ese hecho no llama la atención. Sergio no era despilfarrador, pero tampoco tacaño, y no tuvo problema en anotar la compra de una campera de esa misma marca, a un precio apenas menor, tan sólo unos meses antes. La incógnita no está en dónde lo compró ni en cuánto ha gastado en ello, sino en el qué, una pregunta de la que sólo puede deducir posibles respuestas. Olivia supone que a ese precio puede haber conseguido un suéter, o un vestido. Detalladas, sus indagaciones y sus hipótesis, están en el papel color amarillo fluorescente que le ha pegado encima, el que Pablo lee, sin comentarios.
—En la página que sigue hay otra compra sospechosa, pero está vez a una zapatería —indica y señala al inicio de la siguiente hoja, lo que, en cuestión de fechas, los ubica en el mes posterior.
 No es el único par de zapatos, ni la única prenda de ropa. Hay más, muchas más, las que parecen ir en aumento con el paso de los meses y hacerse tan frecuentes como cada semana. A veces era una perfumería, otras, una casa de decoración, ha llegado a leer incluso una joyería. Pero también fueron comidas en restaurantes, entretenimientos nocturnos, reservas de hotel.
—No son tan seguidas como me hubiera imaginado, pero el precio siempre es de una habitación doble, una sola noche. En general, los hoteles estaban en pueblos de las sierras, o en las afueras de la ciudad.
 Pablo pasa la página, y sigue mirando. Se detiene en cada papel, en cada anotación. Los lee y los analiza, les busca el sentido, una explicación lógica que coincida con la realidad que ha crecido creyendo, a la que está acostumbrado, la que no puede desmentir así de fácil como si no hubiese existido. Y las encuentra, se siente ilusionado cuando cree que puede darles un significado sin adentrarse en un mundo que ha vivido para desconocer; a Alicia le gustaban los zapatos caros, la ropa de marca, los adornos y los perfumes, los lujos y las joyas, las salidas de noche, las cenas en restaurantes, los hoteles y los viajes. Pero a cada razonamiento, le sigue una nueva revelación que arrasa con su versión de los hechos, hasta que solo se rinde, de buscar justificaciones, o de inventárselas. ¿A quién quiere engañar, más que a sí mismo? Sabe más que nadie que su mamá pasó sus últimos años de vida entre médicos y hospitales, demasiado enferma como para disfrutar de la mayoría de esas cosas.
 No han llegado todavía al final de las averiguaciones, y Olivia no tiene planeado irse hasta enumerárselas una por una. Con notas color rosa, ha resaltado un mismo gasto que se había repetido de forma periódica, cada mes, durante el lapso de tiempo que ha extraído de los libros, de manera que no puede establecer cuándo han iniciado, pero sí cuándo terminaron.
—El lugar se llama Amor Propio. Pude contactarlos en redes sociales, hoy es un centro de estética, pero empezó hace varios años como un local más chico y se fue expandiendo a otros rubros de belleza. Más o menos por las fechas que están acá, sólo hacían manicuras.
—A mi mamá le encantaba tener las uñas pintadas —murmura, porque tristemente, es lo primero que se le viene a la cabeza, y no quiere decir nada con ello, es la verdad, pero su esperanza aún pende de un hilo.
 Olivia está a punto de cortarlo. Toma el último de los libros, de todos los que recogió, el más reciente, que contiene los gastos del año posterior a la muerte de Alicia. En los primeros meses, las manicuras siguieron siendo un egreso usual.
 Ella está ahí para verlo tomarse la cabeza entre las manos, respirar hondo, restregarse los ojos con los puños. Se percata de lo difusos que se han vuelto los límites entre ellos, la línea entre lo profesional y lo personal, borrosa, sobre la que han dibujado trazos zigzagueantes. No sabe, bajo esas circunstancias, si debería decir que lo siente mucho y le apena haber descubierto una verdad tan dolorosa, o si lo correcto es mantener las distancias que, a pesar de que se ve involucrada en el núcleo de su familia, ha sabido respetar. Después de todo, Pablo no ha requerido de ella más que información, y Olivia no le ha dado más que respuestas.
—Acá está el pasaje de la mamá de Tatiana —señala—, lo anotó como un préstamo, no como un regalo. Pero como lo habíamos hablado, Sergio había viajado a Europa dos semanas antes. Lo que no sabíamos, era que había comprado dos pasajes de avión, al mismo tiempo.
 Asume que fue en el mismo momento, porque los ha puntualizado uno bajo el otro, en la misma fecha, por el mismo monto. Sería más fácil de negar si no estuviera escrito con su letra, pero por el contrario, es ello lo que lo vuelve una prueba irrefutable.
—Reconozco que me equivoqué cuando la señalé a ella como la mujer con la que Sergio salía, pero... creo que tenemos las suficientes pruebas como para decir que hay alguien más. Hubo alguien más, de eso podemos estar seguros.
 Pablo exhala.
—Bueno.
 Es inexpresiva e insípida la forma en que se le dirige, y ella no está familiarizada con ninguna de las dos. Prefiere una orden, una breve indicación que le sugiera cómo continuar. Aunque no se lo ha pedido aún, ella ideó un plan de acción, y sólo necesita que Pablo lo apruebe, para ponerlo en marcha.
—Podemos encontrar a esta mujer, no tendría que ser difícil si sigue siendo clienta de este centro de belleza, o si en el local tienen un registro. Además, alguien tiene que haberlos visto...
 Niega, lo que hace que ella, pese al desconcierto, deje de hablar. Luego, él cierra el libro y lo desliza sobre el escritorio hasta alejarlo lo más posible de sí.
—Hasta acá llegamos, no quiero saber más nada.
—Pero...
—Yo te agradezco, que te hayas tomado el trabajo y el tiempo. Si algún día aparece alguien, no le voy a negar nada a lo que tenga derecho. Se verá en su momento, pero no voy a ser yo quien saque a la luz los trapos sucios de mi viejo.
 Olivia asiente, aunque no esté de acuerdo, pese a que en el fondo puede entenderlo. Se retira con los libros apilados en sus brazos, y sin pronunciar una palabra de más, a pesar de que le han quedado cosas por decir, además del sentido "lo lamento" que sale de sus labios.

 Pablo pretende hacerlo a un lado como si no hubiera sucedido, pero, si bien intenta sumergirse en cuentas y papeles, los números comienzan a tomar la forma de sus sentimientos, y se le confunden y se equivoca y se enfurece consigo mismo porque ni siquiera puede retener dos dígitos en su cabeza cuando no está concentrado y su mente constantemente lo lleva a otro lugar. Pero sus 4 le recuerdan a los de su papá porque ambos los cierran en la punta, y su letra hecha a mano es similar a la suya a pesar de que escriban cosas distintas. Ellos son completamente distintos, y se da cuenta, cuando capta su reflejo en el vidrio de un mueble, que, aunque siempre quiso parecérsele, aunque ha recibido su cargo con orgullo, está agradecido de no ser como él. No comprende cómo pudo haber guardado semejante secreto durante tantos años, cómo pudo haber vuelto a su casa con una sonrisa y sin arrepentimientos cuando Alicia todavía estaba allí para darle la bienvenida. No puede siquiera imaginar, ese nivel de insensibilidad o de falsedad. Siente impotencia, pero no tiene con quien desquitarse ni a quien arrojar sus palabras hirientes, y cree que golpearía a Sergio si lo tuviera en frente, por mujeriego, o por hipócrita, o porque se lo merece, porque querría romperlo todo a pesar de que esa no es la solución. Porque cuando la bronca se desvanezca y el enojo se disipe, sólo quedará profundamente decepcionado, e irreparablemente triste, sobre un montón de vidrios rotos.

• • •

 Entra a la biblioteca, recargando el peso de los libros en su brazo izquierdo para liberar una de sus manos y acomodarse los anteojos, que se habían resbalado ligeramente por el puente de su nariz, de esa molesta manera en la que no están a punto de caerse, pero no es capaz de ver porque ha perdido el foco de los cristales, y toda persona su alrededor se reduce a manchas borrosas y distorsionadas que no distinguiría, aunque estuvieran sentadas a escasos metros de él y lo estuvieran saludando. Lo que es en parte una exageración, porque sí ha visto lo que imaginó que era una mano levantarse y moverse en el aire en lo que parecía ser su dirección, pero no habría adivinado jamás que se trataba de Sara llamándolo a la mesa.
—¿Estabas repasando? —le pregunta cuando se sienta con ella, a pesar de que no ve sus libros ni sus resúmenes.
—No, no pude estudiar esta semana. Voy a hacer el recuperatorio.
 Mati mira su reloj, todavía falta media hora para el parcial, y no le importaría aprovechar ese tiempo para explicarle los conceptos básicos que podría necesitar para alcanzar un cuatro y aprobar, le sirve como repaso a él también. Pero ella se niega, le dice que no se preocupe. Después de todo, sólo fue a la facultad porque no tenía otro lugar a dónde ir, y lo prefería antes de quedarse en su casa.
—S, no sé qué te anda pasando pero, no estás bien.
 Es la primera vez que no se lo preguntan, que lo señalan sin darle la posibilidad de que lo contradiga o mienta al respecto como venía haciendo cada vez que alguien lo mencionaba, sin pensarlo dos veces. Pero ya no sirve mentir cuando Matías ha notado lo dispersa que está, lo callada y pensativa que se ha puesto, cuando ha visto en sus ojos la inquietud que cargan y el desvelo que ha vuelto sus párpados pesados. No quiere mentir cuando sabe que la preocupación es genuina y él es la única persona con la que podría hablar sin sentirse juzgada. En el fondo, sabe que tiene que sacárselo, de la garganta y de la consciencia, antes que la culpa y el remordimiento consuman lo que queda de ella y la transformen en la persona que no es, ni ha sido.
—¿Puedo confiar en vos?
 Matías comprende allí, que aunque no pueda leer su rostro porque mantiene la vista en el suelo, que su voz se oye aguda a pesar de que habla bajo, que sus hombros se encogen y se esconde tras sus brazos; que se está refiriendo a algo importante. Aun así, estira su mano y alcanza la suya sobre la mesa, porque no importa qué tan malo, qué tan grave, qué tan serio sea, va a estar ahí para ella. Es ese gesto, el que vale más que las mil palabras de aliento que pudiera darle.
 Sara respira, hondo, profundo, tranquilo y pausado. Acomoda sus ideas, se sienta derecha en la silla, aclara su garganta y empieza a hablar.

Para quien quiera abrir los ojosHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin