Capítulo 7 "Decime ya dónde carajo está"

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 El garaje queda a oscuras en el momento en que Fernando detiene el motor y apaga las luces, siendo apenas iluminado por el reflejo de la luz de la luna que atraviesa las ventanas superiores del portón. Luego, caminando por detrás del auto, abre la puerta del acompañante por ella, extendiéndole la mano para ayudarla a bajar en un amable gesto, como el caballero que siempre demuestra ser. Sara la toma, siendo atraída hacia él, quien, aprovechando la cercanía de sus cuerpos, deposita un beso en sus labios. Ella siente sus mejillas enrojecerse cuando Fernando susurra halagadoras palabras en su cuello, impregnándolas en su piel, grabándolas en su memoria; para recordarlas en aquellos momentos de baja autoestima e inseguridades porque, por mucho que sabe que puede verse bonita cuando se lo propone, sus elogios son los únicos que cuentan, los únicos que desea escuchar.

 Él, aún sosteniendo su mano con firmeza, la invita a acompañarlo al armario, una propuesta que probablemente rechazaría si no supiera a dónde está, en realidad, siendo conducida. Tras abrir la puerta, Fernando cuelga su campera en una percha vacía y la coloca en la barra metálica que lo recorre de lado a lado, antes de apartar todos los abrigos que cuelgan de ésta, hasta que ambos pueden ver con claridad el panel de madera que le da un fondo al empotrado ropero. Luego, con una sonrisa cómplice que Sara comparte, presiona uno de los cerámicos del suelo con su pie, el que, apenas hundiéndose bajo su peso, activa el mecanismo. Con una leve vibración, el panel de madera que hace sólo segundos podían ver frente a sus ojos comienza a adentrarse en la pared, desapareciendo detrás de ésta. Una recóndita entrada queda descubierta para ellos, incitándolos a adentrarse en la penumbra.

 La primera vez que le mostró ese atajo, Sara había reído, diciendo que le recordaba a Las Crónicas de Narnia, película que él negó haber visto y en la cual haberse inspirado. Cuando finalmente, y a pedido de ella, decidieron verla, Fernando admitió que los armarios son excelentes escondites, ya sea para mundos encantados, monstruos que asustarían a pequeñas niñas como Luci, o pasadizos clandestinos. Sara se pregunta qué otro secreto podría guardar un armario.

 El hecho de que Fernando tenga un pasadizo secreto en su casa siempre le ha parecido insólito, porque no le cabe duda de que hay una sensata razón para ello, además del simple hecho de ser un atajo para ir a su dormitorio. Supone también que es mucho más grande de lo que ha podido recorrer, una estimación que ha hecho sin ninguna iluminación que le permita vislumbrarlo. Puede sentirlo en la forma en que el sonido de sus zapatos retumba al caminar, produciendo un eco que se oye distante y vacío.

 Sara sólo se deja guiar a través del oscuro pasadizo, al compás de sus ágiles y seguros pasos y, a pesar de que suele no confiar en su orientación espacial la mayoría de las veces, puede estar segura de que están tomando una dirección diferente cuando él dobla hacia la izquierda y se posiciona detrás de ella, tomándola por la cintura en un confortante agarre.

—Seguí caminando, amor, estoy acá —susurra en su oído—. Te tengo.

 Ella asiente, y sigue el camino que él guía a través de la ligera presión que ejerce en su cintura, los numerosos pasos que los separan del punto en que Fernando —como si supiera con perfecta exactitud donde está parado, aún sin poder verlo—, decide frenarla. Con un suave toque en su pierna, la alienta a presionar el muy probable cerámico que está bajo su pie, repitiendo el proceso por el que se han adentrado al pasadizo, una nueva ranura abriéndose hasta que la luz encandila sus ojos.

 Sara recorre la nueva habitación con una mirada curiosa y una sonrisa en sus labios. Quizás el encanto esté en la simpleza del piso de madera oscura, la comodidad de los sillones repletos de almohadones esponjosos, la calidez de la iluminación o la suavidad de la gran alfombra que adorna el suelo. Sea como sea, ella no podría describir la acogedora sensación que la envolvió al poner un pie en la sala, el ambiente hogareño que siempre imaginó, perfumado con su esencia favorita; rosas, como las velas que su abuela solía prender en su casa, y el aroma que sentía al pasear por su jardín cuando era niña. Sara no recuerda habérselo contado alguna vez, pero ha visto esta habitación en sus sueños.

Para quien quiera abrir los ojosWhere stories live. Discover now