Capítulo 47 "Empezar de nuevo..."

150 20 2
                                    

 Su cabeza se siente liviana. Está en su habitación, pero por alguna razón, el lugar se ve diferente. En la periferia de su visión, y con los ojos entreabiertos, puede ver la manera en que la luz de la luna delinea figuras; el borde de la cortina, la esquina saliente de su escritorio, la silla repleta de ropa arrojada desordenadamente encima, que dibujan formas que, cuánto más las mira, más se parecen a figuras escalofriantes, que la acechan desde las penumbras. No está sola, aunque siente frío. A sus espaldas, la escasa luz proyecta una sombra negra, por encima de su cama, que se acerca paso a paso, se agranda en la figura de una mano, lista para atacarla. Está aterrada, el susto llena sus ojos de lágrimas, y no puede moverse, aunque lo quiera, aunque lo intente. Aguanta la respiración para hacerse pasar por muerta, o por dormida, pero no hay salida, no hay escapatoria, y cuando junta los párpados con fuerza, queriendo desaparecer en ese instante, una caricia la alcanza, la voz que calma todos sus sentidos.

—¿Me extrañaste, mi amor?

 "¿Fer?" piensa, sin estar segura hasta que lo ve, parado frente a ella, firme y real. Quiere abrazarlo, pero él conserva las distancias, a pesar de que se sienta junto a ella en su cama. El gesto le duele, aunque no lo diga, aunque a veces sus sentimientos no se decidan, y por momentos lo deteste por haberse ido. Ahora, lo adora porque está allí.

 Se ve cansado, su ojo todavía está morado, sus labios, cortados. Como si no hubiese pasado tiempo desde la última vez que se han visto, pero con una expresión que antes no había conocido. Está preocupado o perdido, su mirada la esquiva antes de que pueda descifrarlo.

—Te necesito más que nunca —murmura, pero ya no lo escucha de frente, sino en su oído.
Ahora, Fernando está entre sus sábanas, y siente sus caricias en la espalda, su mano en la cintura, sus besos en el cuello. Está sonriendo, pese a la seriedad de sus palabras, y le recuerda a las tardes de verano, con el sol en la cara, tarareando una canción que a ambos les encanta. Sin embargo, lo que sale de sus labios no está entonado, ni sigue alguna melodía.

—Sé que estás enojada, pero te prometo que puedo explicarlo.

 Sara frunce el ceño, confundida. ¿Está enojada? No lo sabe, no lo recuerda, aunque intenta concentrarse, sus pensamientos son confusos. ¿Debería estarlo?, es lo que en verdad se pregunta.

—Leticia no significa nada para mí, vos sos mí mundo entero. 

 Leticia, claro. Leticia su mujer, Leticia su esposa, de la que nunca se ha divorciado en realidad. Esa Leticia. Y hace el intento de preguntar por qué, ¿por qué le ha mentido? ¿Por qué no le dijo la verdad? ¿Por qué los secretos? ¿Por qué le oculta cosas? ¿Por qué no pueden sentarse a hablar como personas normales, como cualquier pareja que intenta solucionar sus problemas? Su garganta se siente seca, no está segura de habérselo dicho, no oye su propia voz, pero quizás él la ha escuchado, y elige quedarse sólo con el final. Sus problemas de comunicación no surgen porque no los hablen lo suficiente, sino porque ninguno de los dos sabe escuchar. 

—Me encantaría quedarme, pero no tenemos mucho tiempo.

 ¿Para qué? El reloj sobre su mesa de luz marca las tres y treinta de la mañana, y suena, como si hubiese puesto una alarma a esa hora.

 Cuando lo mira, él tiene su mano extendida hacia ella, y la alienta a tomarla. Se siente suave, la alfombra bajo sus pies cuando camina, pero sus dedos la raspan, la lastiman. Tiene pequeños cortes rojos en sus nudillos, como si hubiese golpeado una pared, o una cara. Parece no haber sido la primera, porque la pared de su habitación está limpia y sana, hasta que él toma un marcador negro y empieza a escribir sobre la pintura clara, palabras que no entiende, que ni siquiera parecen estar en español, o han sido sólo letras colocadas sin sentido ni razón. 

Para quien quiera abrir los ojosWhere stories live. Discover now