Capítulo 22 "David Luque 321"

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 No han pasado más de cinco minutos desde la hora estipulada para comenzar la clase, pero todos los lugares preferenciales han sido ocupados ya. Sara suspira, prefiere sentarse en las primeras filas, donde puede escuchar con más claridad, para aprovechar a grabar las clases con su celular; resignándose, toma asiento en el primer banco que ve vacío a su izquierda. A su lado, un chico de cabello castaño claro, el que cae sobre su frente en un flequillo que está en el límite de tapar sus ojos, le ofrece una tímida sonrisa. Sara lo saluda, pero antes de poder iniciar una charla, la clase comienza con la exposición del profesor.

 Con cada avance de las agujas en su reloj, los que están resultando eternamente lentos, siente que extraña más a Cande. Ella contestó a su mensaje diciendo que iba a faltar para quedarse a estudiar, lo que en sí mismo no es una mala señal, pero las pocas palabras y la falta de emojis le ha dado a suponer que quizás sigue ofendida con ella por haberla dejado sola en el auto, lo que todavía no ha tenido oportunidad de explicarle. De hecho, tenía pensado aprovechar ese tiempo, en el que suponía que se verían, para contarle lo que pasó con Matías. Pero al mirar sobre su hombro, en lugar de una amiga con quien charlar, puede ver al chico tomando nota, trazando flechas, llaves y palabras que resultan en un desprolijo resumen, y Sara, a falta de un entretenimiento mejor, abre su propio cuaderno y decide hacer lo mismo.

 Para el final de la hora, dos hojas sintetizan todo lo hablado en la clase, lo que es todo un logro considerando que jamás le había prestado tanta atención al profesor; el que teme perder en cuestión de segundos cuando sus apuntes se resbalan de su carpeta y caen al suelo, entre los pies de los estudiantes que ya están comenzando a salir del aula. Una persona, por demás considerada, alcanza a levantarlas justo antes de que un par de grandes zapatillas le pasen por encima, lo que podría haberlas arruinado. Sara le agradece a quien resultó ser el chico de flequillo que estaba sentado a su lado, y cuando le pregunta su nombre, alguien a sus espaldas habla por él.

—¿¡Lucas!? ¿Sos vos?

 Por más insólito que pudiera parecer, ella reconoce la voz, pero sabe que las casualidades existen, y a pesar de haber miles de estudiantes en la misma carrera, no es poco probable ni inusual que Matías conozca a ese chico también. Lo extraño es, en realidad, que le sorprenda verlo allí.

—Sí, soy yo —el chico, Lucas al parecer, afirma—. ¿Mati?

 Él asiente, y se acerca a darle un cálido abrazo. 

—No puedo creer verte de nuevo. ¿Cuánto pasó? ¿Dos, tres años?

 Lucas se limita a asentir con un ligero movimiento de cabeza. Ella puede notar la timidez en sus gestos, en las pequeñas sonrisas que, por fugaces momentos apenas iluminan su rostro; en su hablar, porque sólo lo ha oído decir un par de palabras, pero es la falta de ellas la que lo caracteriza.

—¿Ustedes se conocen? —Mati pregunta, gesticulando entre ella y Lucas con su dedo índice.

 Él no contesta, mientras se entretiene entrelazando sus dedos, con la cabeza gacha y la vista puesta en ellos. Como si estuviese esperando que Sara de una respuesta en lugar de sí mismo, como si no supiera qué contestar o, de hecho, como si le preocupara que lo que fuera a decir, resulte incorrecto.

—No —aclara, y repite el mismo gesto que Matías, esta vez señalándolos a ellos dos—. ¿Ustedes sí?

 Mati acerca el cuerpo del otro chico, bastante más bajo que él, y rodea sus hombros con su brazo, posición en la que Lucas no se ve con exactitud cómodo.

—Hicimos toda la primaria juntos —explica—, y parte de la secundaria también, hasta que él se cambió de escuela y desde ahí no nos volvimos a ver.

Para quien quiera abrir los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora