Capítulo 8 "La peor decepción que tuve en mi vida"

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 La puerta de su dormitorio es abierta con ímpetu, chocando fuertemente con la pared contigua. Fernando no alcanza a reaccionar antes de que un áspero puño se estrelle contra su boca, abriendo un corte en su labio que lo mancha de sangre. Él se recupera del golpe con dificultad, una mueca de dolor cruzando su rostro. Al levantar la vista, unos enfurecidos y desafiantes ojos están devolviéndole la mirada.

—¿Cómo pudiste hacerme esto? —Pablo demanda, las palabras saliendo con repulsión de su boca—. ¿Cómo pudiste pasar así sobre mí? Como si no te importara un carajo, como si te diera lo mismo lo que yo pienso. ¿Qué creíste?, ¿que iba a estar feliz?, ¿que iba a estar de acuerdo?

Fernando se mantiene en silencio, ni siquiera pretende hablar para defenderse. Quizás, porque no se siente tan culpable como supone que debería, porque sus palabras no han logrado ofenderlo, o porque lo que él ha dicho es, después de todo, bastante cierto. Su enojo, incluso decepción, para con él no es motivo suficiente para hacerlo sentir arrepentido. Tal vez es por esa causa que, al sentir el puño impactar otra vez en su rostro, piensa que es probable que lo merezca.

—No lo puedo creer. Confié en vos, te confié mi casa, la empresa, mi familia, y vos... —hace una pausa, como si sacar esas palabras de su garganta supusiese un gran esfuerzo, como si el nudo en su pecho le impidiera hablar—, y vos te acostás con mi hija, pedazo de hijo de puta.

 La oración termina con Pablo manoteando el primer objeto que encuentra a su alcance, que resultó ser un adorno de vidrio, y arrojándolo contra la pared, destruyéndolo en cientos de pequeños cristales. Al verlo hecho pedazos en el suelo, lo reconoce como el portarretratos que almacenaba una foto de ambos, que se sacaron en su último viaje a Las Vegas, y no podría importarle menos.

—¿Dónde está ella? —exige después, recordando que ha venido a buscarla, y no a desfigurarle el rostro a Fernando, por más de que su furia lo haya llevado por el camino incorrecto, por más de que su deseo de hacerlo sea más fuerte.

—No podría decirte, creo que se fue.

Él presiona sus dientes, sus dedos frunciéndose en su palma hasta convertirse en puños.

—¿Cómo que se fue? ¿A dónde se fue?

 Fernando se encoge de hombros y niega con la cabeza, un gesto que da a entender que no lo sabe con certeza. Pablo no parece creerle, y se abalanza sobre él, arrinconándolo contra la pared.

—No me vengas con eso, sé que sabés perfectamente. Decime ya dónde carajo está.
Un llamado del otro lado de la casa lo hace retroceder, dejándolo ir con brusquedad y, con toda intención, empujándolo hacia atrás, haciendo a su espalda chocar contra la pared. Luego, Pablo abandona la habitación, y Fernando se apresura a incorporarse e ir detrás de él. Si es cierto que la han encontrado, y con él en ese estado de imprudencia, las cosas podrían terminar muy mal.

• • •

 Victoria está parada junto a la puerta del garaje frente a Sara, mirándola con la misma expresión de asombro que ella debe tener en su rostro, literalmente. No sólo ambas tienen cabello rubio y ojos verdes, sus facciones son incluso muy similares. El parentesco es innegable, a pesar de que, según la menor de ellas, el afecto de por medio sea discutible. Nunca han logrado llevarse del todo bien, por el contrario, la relación de su mamá con su melliza siempre ha sido inmejorable; y sabe que, si fuese Zóe en su lugar, entonces estaría más que salvada. Pero no lo es —y no podría serlo nunca, Zóe no se mete en líos, Zóe nunca rompe las reglas—, y fija sus ojos en los de su mamá, intentando descubrir qué es lo que planea hacer. Atina a llevar el dedo índice a sus labios, haciendo una señal que ruega por silencio, pronunciando un casi inaudible "por favor". Victoria aparta la vista, como si en el fondo, muy en el fondo, le doliese delatarla.
—¡Pablo! —llama, tan alto para que él, esté donde esté, pueda escucharla—. La encontré.
Sara suspira con resignación, sintiendo como la última pizca de esperanza se desvanece en el aire. "Gracias mamá" murmura, y si con ese comentario lograra aumentar la culpa que, presiente, comienza a carcomerla por dentro, lo repetiría cien veces más.

Para quien quiera abrir los ojosTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon