Capítulo 4 "Qué lindo es volver a verte"

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 Las sirenas de la policía suenan cada vez más cerca, y puede vislumbrar el destello de las luces de las patrullas en su espalda, acechándola. La ciudad es un completo caos, los edificios de la zona están ardiendo en llamas, amenazando con caer sobre sus estructuras. El semáforo al final de la calle dejó de funcionar por el impacto de un auto salido de control, lo que provocó un embotellamiento exagerado y más vehículos chocando entre sí. Las patrullas acaban de estacionar, pero todavía hay tiempo para asesinar a una anciana al pasar. ¿Qué importa si el objetivo del juego no es robar autos y atropellar prostitutas? Zóe no pretende atenerse a las reglas por sólo unos minutos de entretenimiento, sin importar que no hacerlo le cueste unas cuantas visitas a la comisaría. Jugar PlayStation no es algo que haga muy a menudo, pero debe admitir que le ayuda a relajarse luego de una larga y pesada semana de exámenes. Sara no lo encuentra tan divertido, sin embargo, nunca puede negarse cuando su hermana la reta a una partida de bubble shooter. Pablo compró la consola en navidad, junto con varios videojuegos de princesas y, "porque casualmente los vio en el local", algunos clásicos—no son viejos, a pesar de haber sido creados a finales de la década del setenta, son clásicos— que solía jugar cuando era chico. Según él era un regalo para Alina, sin embargo, si a Sara le preguntaran, afirmaría que fue en realidad un pequeño agasajo para sí mismo. Podría pasar horas, si verdaderamente dispusiera de ese tiempo, disparando a aliens pixelizados que se mueven de un lado al otro. Puede sonar infantil, considerando sus ya casi cuarenta años, pero lo cierto es que muchos hombres, sin importar cuál sea su edad, no pueden resistirse a los encantos de una play. Incluso Fernando tiene una, siendo la típica excusa de "es para los chicos" no válida para él. Treinta y cuatro años y es probable encontrarlo jugando campeonatos enteros de PES en su tiempo libre. Sara nunca podrá entenderlo.

 Aleja la vista de la pantalla de la televisión cuando siente la vibración de su celular sobre el sillón en el que está sentada, donde lo dejó hace unos pocos minutos. Si el timbre suena mientras está distraída con su teléfono, casi no se da por enterada. Casi, porque a pesar de que está manteniendo la calma, Sara mentiría si dijese que no está tan pendiente de la visita como el resto de su familia. No debería sentirse inquieta considerando que lo han hecho un millón de veces antes, pero lo cierto es que cada una de ellas le ha causado una incómoda sensación en el estómago. La sonrisa que se dibuja en su rostro al leer el mensaje sólo logra disimularlo, pero cuando levanta la vista y sus ojos se encuentran con los suyos, se mantiene en sus labios como una inequívoca verdad. "Qué lindo es volver a verte" son las palabras escritas en su pantalla. Ella coincide en silencio.

 Fernando es recibido con un afectuoso abrazo de Pablo y amistosas palmadas en su espalda, al igual que cada sábado que cenan juntos, como si fuese una tradición inquebrantable. Sara a menudo se pregunta qué tan fuerte es el lazo de amistad que los une, si podría superar grandes adversidades. En su mente, ha imaginado diversos escenarios, que van desde dramáticas tragedias hasta situaciones en que el descubrimiento de los hechos se desenvuelve con más aceptación, las que son tan propensas a suceder como las probabilidades existentes de que lluevan monedas de un centavo a cántaros. Sumida en resignación y desconsuelo, tiene más que claro los términos de su relación; un secreto que no puede ser revelado. Quizás si Sara fuera mayor, si él tuviese su edad, si se hubiesen conocido en otras condiciones, si él no fuese amigo y socio de su papá. Quizás entonces sería admisible.

 Una pequeña personita atraviesa con rapidez el comedor y el living, corriendo a la máxima velocidad que sus cortas piernas se lo permiten. Cuando alcanza a Fernando él ya está preparado, con los brazos extendidos para darle un abrazo que la eleva por los aires, dando vuelo a su vestido a lunares.

—¡Fer! —exclama con entusiasmo.

 Él la hace aterrizar en el suelo, y deposita un ruidoso beso en su mejilla.

—¿Cómo estás princesa?

—Mi papá me compró un pajarito —dice, no pudiendo contener su ansiedad.

 Él puede asegurar, por la forma en que está tirando de su brazo en dirección al patio trasero, que está más que emocionada por mostrárselo. Sin embargo, no se resiste a perder la oportunidad de molestar a su amigo al respecto.

—Así que ahora te gustan las mascotas —comenta, apoyando su mano en su hombro con una sonrisa burlesca.

 Pablo niega, sacudiendo la cabeza con resignación ante las risas. La gracia está en que Fernando está al tanto de que él no apoya para nada la idea de tener animales en la casa, y el hecho de que sólo un pedido de la más chica de sus hijas sea suficiente para hacerlo ceder le resulta más que cómico. Pablo insiste en que comprenderá su debilidad ante sus hijas el día en que forme su propia familia. Si sucede alguna vez, claro, Fernando siempre ha mostrado signos de ser un soltero eterno.

—Ni me lo digas. Hoy pasamos por una tienda de mascotas y se negó a irse con las manos vacías. Pero bueno, era un pájaro o un perrito de diez mil pesos. Tan cara no me salió.

 Fernando ríe otra vez, y acaricia el cabello de Alina con ternura. Ella aprovecha para tomar su mano e insistir otra vez, pero, en lugar de seguirla, él se inclina hacia ella hasta estar a su altura.

—Ya voy a verlo, pero ¿me dejás a saludar a tus hermanas primero?

 Alina no está muy dispuesta, pero aun así asiente, aunque no sin un resoplido, haciendo caso a la advertencia de su papá sobre portarse bien si quiere quedarse con el pajarito. Luego, sale caminando a saltitos, con una nueva precaución de no acercarse demasiado al asador donde la carne está cocinándose. Por si acaso y para estar seguro, Pablo sale detrás de ella.

 Fernando se acerca primero a saludar a Zóe, y Sara entiende que no es asunto suyo y no debería entrometerse, pero también sabe que su hermana, por alguna razón que desconoce, lo detesta. Recuerda haber tenido una conversación hace años con ella, en la que le dijo que él le trae malos presentimientos. Aun así, sentir vibras negativas hacia él no le da el derecho de comportarse como una maleducada enfrente suyo, y Sara encuentra demasiado molesto tener que soportar ver como apenas se inmuta cuando Fernando se aproxima y ella, desviando la mirada de la pantalla por sólo unos segundos, se incorpora para corresponder con desgano su gesto, acercándole su mejilla para que él la bese. Es una actitud bastante inmadura, y Sara se ha disculpado en su nombre la suficiente cantidad de veces como para que Fernando lo note también; pero si el sentimiento es mutuo y a él tampoco le simpatiza ella, al menos lo disimula y la trata con la mayor cordialidad. Como toda persona decente debería, Sara piensa al rodar los ojos, sin embargo, la gentil sonrisa que él le cede al saludarla borra todo rastro de molestia en su rostro. Le toma la más fuerte de sus voluntades para impedir que las comisuras de sus labios se eleven en un gesto exagerado, pero aun así, es probable que su mirada de pupilas brillantes esté delatando su contento, así como también es posible que Zóe haya estado mirándolos de reojo en el momento en que él se inclinó a besar su mejilla, y esté viendo como acaricia su muslo con cariño. O puede ser que Sara esté siento paranoica, lo que es igualmente factible. 

—¿Vas a venir, Fer? —la aguda voz de Alina interrumpe, asomando su cabeza desde atrás de la pared de la cocina.

 La palma de Fernando aún está en su pierna, y no la aparta de inmediato. Sara entraría en pánico si no supiese lo que está haciendo, pero él le ha comentado la importancia de disimular las reacciones repentinas. "Reducilas a su mínima expresión", le había sugerido. Si se retirara con rapidez, su precipitada acción sería notada por quien estuviese mirándolos, y tachada de sospechosa. Por el contrario, un natural movimiento pasaría desapercibido, de manera que nadie siquiera se detendría a pensar dónde estaba su mano antes. Así prosigue, engañando a los que, ambos creen, no son sólo un par de inofensivos ojos. Luego le dice a Alina lo mucho que ansía ver su nueva mascota, y la sigue camino a la galería.

 Sara le dirige una mirada fugaz a su melliza, quien está concentrada en su juego como si nunca le hubiese sacado los ojos de encima, y entonces, se permite volver a respirar con normalidad, soltando el aire que ni siquiera había notado estar reteniendo en sus pulmones.

Para quien quiera abrir los ojosWhere stories live. Discover now