Capítulo 60 "Parte dos"

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 Permanece en la atmósfera una sensación predominante de melancolía, cuando el video termina y el salón se llena de aplausos. Fue una sorpresa de sus papás, una presentación de imágenes que comenzó con expresiones de ternura en el momento en que aparecieron ambas corriendo por el patio en nada más que pañales detrás de un perrito que solían tener, descoordinadas en sus pasos y tropezando con sus pequeños pies. Con los dedos en la boca, dormidas en el sillón. Gateando fuera de sus cunas, vistiendo sus enterizos, iguales y a rayas —Alina preguntó dónde estaba ella, lo que provocó risas en toda su mesa. Su primer día de jardín y, su primer día de escuela, con sus uniformes impecables, las colas de caballo bien peinadas y tirantes, sonrisas a las que les faltaban algunos dientes. Con sus grupos de amiguitas, y fue gracioso jugar a encontrarse e identificar a cada una de ellas en las fotos. Entendieron entonces por qué su papá les había pidió que le enviaran fotos con sus amigos, si bien querían mantener la temática del video vintage y con el foco en su niñez, no querían dejar a nadie afuera, por lo que recurrieron a algunas más recientes, con un efecto de cámara de carrete para camuflarlas entre las demás.
 Su familia tiene una sección especial, hay fotos con sus primos, escondidos adentro de una "choza" hecha con sábanas y sillas, en la pileta en verano, con flotadores y pistolas de agua. Sentadas en las piernas del tío Marcos la vez que se disfrazó de Papá Noel, abrazadas a sus nuevas muñecas, a sus juguetes, a todos sus regalos de navidad. Sucesivas navidades, pascuas, años nuevos, eventuales reuniones familiares. Hay una razón para recordar cada una de ellas, en algunas es el lugar en dónde celebraron, otras el motivo por el que se juntaron, pero en todas, lo más importante, lo que hizo de ellos los momentos más bellos, son las personas. La pantalla estuvo repleta de fotos con sus abuelos, en sus brazos, en sus regazos, agarrados a ellas de las manos, en un parque tomando un helado, en la plaza con algodón de azúcar; abrazándolos con todas sus fuerzas. Dos están presentes, sentados tan solo a unas sillas de distancia, y dos no pueden estarlo, inmortalizados con la sonrisa de las imágenes, que poco a poco se desvaneció a negro.
 Las mellizas se suman, de pie, al unísono de los aplausos. Detrás del antifaz, Sara derrama una lágrima por los que ya no están. Zóe, por lo que fue, que ya no es, ni volverá a ser como antes.

 Una música distinta comienza a sonar en los parlantes, que cambia con la emotividad que el ambiente había generado, y las encuentra a ambas paradas de sus sillas y listas para el baile. Sara mira a su mamá, entrecerrando los ojos, y ella sonríe, encogiéndose se hombros. Habían acordado que no iban a bailar el vals, siendo esa una de las únicas ocurrencias de sus padres a las que se negaron rotundamente, pero oír la melodía de aquella típica canción que anuncia el tiempo del baile, le pone en evidencia que han hecho caso omiso a sus pedidos, y en el fondo, se siente engatusada. Ver a Zóe, que estaba tan opuesta a la idea como ella, salir a bailar con su mamá ni bien ésta la toma de la mano, es, sin dudas, una transgresión a la lealtad recíproca que se deben para complotarse en contra de sus papás, si tal cosa existiera. Pero la hace de menos, a la liviana traición y al bienintencionado engaño, porque el valor de la reflexión es que no le merece la pena ofenderse cuando tiene a todos sus seres queridos junto a ella, en ese tiempo y en ese lugar, y esa realidad es tan frágil y tan efímera, que un solo momento, un instante, un segundo; una mala decisión o un disparo, podría cambiarlo para siempre.
 Se ríe, cuando es Alina la que la invita a bailar a ella, y se encuentran en la pista con su papá, haciendo como pueden un baile descoordinado entre los tres. Pero no pasa mucho tiempo hasta que otras parejas comienzan a acercarse al centro, porque como dice el dicho popular: la fiesta no la hace ni la decoración, ni la comida, ni los tragos, ni siquiera los agasajados. Una buena fiesta, la hace el espíritu y la predisposición de los invitados para pasar un buen rato.
Cuando se dan cuenta, están rodeados de personas bailando, moviéndose al ritmo y con pasos que muy pocos conocen con exactitud pero que imitan como tradición, el incesante vaivén de los pies hacia adelante y atrás, con un brazo flexionado, las manos unidas y la otra, reposa en la cintura, o en el hombro. Dependiendo de si una persona tiene la suerte o la desdicha de haber nacido hombre o mujer, porque hay roles de género asignados incluso para eso, pero Sara no va a discutírselo a su abuelo Gerardo, el papá de su mamá, mientras bailan, no esa noche, y probablemente nunca, porque hay ideologías que son imposibles de quebrantar, e intentarlo es un fracaso asegurado.
 Lo divertido, lo excepcional, lo intrépido del baile —lo único que lo hace ser menos aburrido—, es el giro, que levanta vuelo en su vestido y, da lugar al cambio de parejas. Mientras su abuelo pasa con su mamá, ella queda con su primo Santiago. Su familia materna es grande, Victoria tiene tres hermanas y todas han tenido, al menos, dos hijos —y hasta tres y hasta cuatro—, porteñas todas de nacimiento y habiendo vivido toda su infancia allí, han ido a parar a distintas partes del país. Lo bueno son las visitas a su tía en vacaciones de invierno para ir a esquiar a Mendoza, lo malo es que no se ven tanto como les gustaría. Pero, pasen meses o años, el cariño siempre está, intacto y latente hasta su próximo encuentro. Aunque le cueste reconocer a algunos de un año para el otro, que los más chicos hayan crecido a pasos agigantados y aunque siguen siendo menores que ella en edad, la sobrepasan algunas cabezas en altura.
Con una vuelta de la última de sus primas, que es en realidad la más grande de la camada —y su mayor confidente entre ellos—, Sara se encuentra con los brazos de Lucas, pero no hace más que un paso cuando él la gira, y casi sin darse cuenta pasa a Cande, a quien ella la hace virar esta vez. Antes de que Ro se la saque de los brazos y se la lleve de la mano frente al fotógrafo, porque dice querer tener una imagen del momento que, como ellas siempre dice, "pasará a la inmortalidad". Tras ella, Azul y Ori tienen la misma solicitud, y ya hasta se ha desvirtuado un poco el baile en función de posar para las fotos. Hasta que llega a Mati, con una energía que definitivamente funciona a otro tipo de música, y la mueve por la pista como si un cuarteto desfachatado estuviera sonando de fondo. Entre el intercambio de personas y el traslado de sus tacos sobre el suelo, han llegado a uno de los costados del salón, en el que están menos amontonados y tienen más espacio para moverse, y con el impulso del brazo de Mati que la extiende hacia adelante, la vuelve a hacer girar hacia su pecho, rodeándola en sus brazos. Pero la suelta después, y responde con un susurro en el oído a su expresión interrogante: "Te están esperando".
 Entonces lo ve, con un traje oscuro y una máscara negra que cubre gran parte de su rostro, parado a un costado de la pista. Y lo primero que le llama la atención, es la familiaridad en sus ojos.

Para quien quiera abrir los ojosWhere stories live. Discover now