ESPECIAL DE SAN VALENTÍN

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Miedo e intimidación, son parte de mi naturaleza.
Un arma. Un instinto.
Es el único idioma que conozco y que usé toda mi vida.

—¿A donde vas?

Abbey dió un gran bostezo. Su vida parecía irreal. Hasta ahora, no tuvo que ir hasta el Consejo, solo envió por medio de un mensajero, el informe correspondiente y por ende disfrutaba bastante pasar el tiempo junto a ese demonio arrogante.

La cama, estaba hecha un desastre. Se cubrió con la suave seda mientras observaba el traqueteo de Cameron. Desde la mañana estaba extrañamente inquieto y no había visto a esa serpiente irritante, lo cual le parecía raro.

—Necesito salir.

—¿Porque te pones ropa?

Cameron la miró divertido—. ¿Quieres que vaya desnudo?

—Pero si te conocí sin nada de ropa.

—Sshss cariño—guiñó—. La gente pensaría mal de mi si te oyera.

—Oh por favor—volteó los ojos—. Sabes a lo que me refiero.

—El deber llama.

Abbey abrió la boca, sin palabras.

—¿Acaso un príncipe trabaja?

—Eso es correcto—Cameron termino de colocarse la última prenda tradicional para ir a su mundo—. ¿Acaso pensaste que por ser príncipe me escaparía de mis obligaciones? Es lo contrario, tengo más responsabilidades que cualquier otro.

—¿Y todo ese tiempo que pasaste buscándome?

—Exactamente. Pero fue por un importante motivo. El pajarito que atrape se escapó y tuve que salir a buscarlo.

—¿Entonces?

—Hay problemas en el averno—suspiró y la enfrentó—. Nunca había pasado tanto tiempo fuera y las cosas por allí están un poco salidas de control.

—¿Y tu padre?

Cameron quien tomó el pomo del dormitorio, se paralizó—. Por tu propio bien—dijo con voz baja y trémula—. Nunca vuelvas a mencionarlo y menos si no estoy presente.

Lo siguió a paso rápido, todavía con las sábanas cubriendo su desnudez.

—Pero...

Cameron se detuvo en medio del gran salón.

—Abbey, no me hagas repetírtelo de nuevo.

A Abbey le recorrió un escalofrío de adrenalina por la espalda. Por un lado, sus extremidades zumbaron por el miedo y por el otro lado, su personalidad traviesa le pidió a gritos que lo hiciera enojar para luego aceptar gustosa el castigo. Sí, definitivamente algo estaba mal con ella.

—Bien bien—Miró alrededor—. Por cierto, donde está esa apestosa serpiente azul que...

—¿A quien le dices apestosa, sangre sucia?

Una bellísima mujer apareció a su derecha. Había salido de uno de los tantos dormitorios de su mansión. Tenia un vestido morado transparente, unos tacones de un color más oscuro, cabello mitad negro y mitad azul, combinado con sus ojos azules vibrantes, era un espectáculo digno de la sacerdotisa superiora del templo Kanech.

El Contrato #2Where stories live. Discover now