Capítulo 39

35 5 1
                                    

La ciudad es un hervidero de actividad, y la calle Montpelier es una de las más concurridas. Por sus aceras caminan personas de todo tipo, desde ejecutivos apurados hasta vendedores ambulantes, desde turistas curiosos hasta mendigos cansados. Por sus carriles circulan carros de todos los colores y tamaños, que emiten sonidos estridentes y contaminantes. El tráfico es tan denso que a veces parece que no avanza nada. Pero en medio de ese escenario agobiante, hay un lugar que se destaca por su sabor y calidez. Es la esquina favorita de Abbey, donde hay un carrito que vende las mejores hamburguesas de la ciudad, con queso derretido, tomate fresco y salsa secreta. Allí la espera Thomas, el vendedor y cocinero que siempre trae una sonrisa en su rostro. Él la conoce desde que era una niña y la trata como una hija.

—¡Señor Thomas! ¡Una hamburguesa de élite, por favor!

Esa era la frase que Abbey solía decir cada vez que visitaba el carrito de Thomas. Él ya sabía lo que le gustaba: carne jugosa, queso fundido, tomate crujiente y salsa picante. Sin mirar quién le hablaba, puso una porción de carne sobre la plancha y la sazonó con sal y pimienta.

—¡Hamburguesa de élite, en camino! —respondió con su voz alegre y contagiosa. Luego se giró para saludar a su cliente y se quedó boquiabierto. Frente a él estaba Abbey, pero no la Abbey que él recordaba. Era una Abbey más grande, más bonita, más radiante. Y no venía sola. La rodeaban varias personas que parecían ser sus amigos.

—¡Vaya! ¡Cuánto tiempo sin verte, pequeña Abbey! —exclamó con asombro y cariño—. ¿Qué pasa aquí? ¡Hay mucha gente acompañándote hoy!

Thomas no podía creer lo que veía. Abbey, la niña que solía venir sola a su carrito, ahora estaba rodeada de un grupo de jóvenes que se veían muy animados. Eran sus compañeras de clase, que habían escuchado hablar maravillas de las hamburguesas de Thomas y querían probarlas.

Abbey le guiñó un ojo a Thomas y le dijo con una risita:

—Verás, estábamos discutiendo sobre las comidas rápidas y les conté que hay un lugar que hace las hamburguesas más ricas del mundo, tan ricas que hasta los reyes se pelearían por ellas —Abbey amplió su sonrisa al ver que Thomas se reía a carcajadas—. ¡Así que me rogaron que las trajera aquí!

Abbey saboreó su hamburguesa con deleite, como siempre lo hacía. Mientras mordía el pan, la carne y el queso, se sintió feliz. No podía creer que su vida hubiera cambiado tanto, desde que participó en el festival escolar. Ahora tenía más amigas, más risas, más diversión.

—¡Abbey!

Una voz la sacó de sus pensamientos. Era una de sus compañeras, que la observaba con incredulidad.

—¿Cómo puedes comer eso sin cubiertos?

Abbey se encogió de hombros y se limpió la boca con una servilleta.

—No hace falta. Esta comida se come con las manos. ¡Es más fácil y más rico!

—¿En serio?

Esa fue la reacción de su compañera al probar la hamburguesa que le ofreció Abbey. No podía creer lo deliciosa que era, ni lo divertido que era comerla con las manos. Ella, al igual que las demás, había crecido en un ambiente privilegiado, donde solo comía alimentos refinados y saludables. Abbey, en cambio, había conocido desde pequeña el sabor de la comida rápida, especialmente las hamburguesas de Thomas, su amigo y mentor.

¡Qué diferente era su vida ahora, llena de amistad y alegría!

Pero no todo era perfecto en la vida de Abbey. Había una persona que no compartía su felicidad: su novio y prometido Evan Jones. Él la esperaba en su auto de lujo, con el ceño fruncido y los brazos cruzados. Era el CEO más joven del país, con solo 17 años, y tenía todo lo que el dinero podía comprar.

—¡Cariño! —Abbey se acercó corriendo a él, con una sonrisa en los labios—. ¡Ven a probar una hamburguesa! —apoyó las manos en la ventanilla del auto y se inclinó para ver mejor a su novio—. ¡Te va a encantar, hace mucho que no comes una!

Evan no estaba de humor para bromas. Se sentía molesto y celoso de ver a su prometida tan feliz con sus amigas y con ese vendedor de hamburguesas. Así que se giró hacia otro lado, ignorando el rostro alegre de Abbey. Pero ella no se dio por vencida. Quería animarlo y hacerlo reír.

—¿Cariño? —Abbey se interpuso en su campo de visión, pero él la esquivó. Lo hizo varias veces, hasta que ella se cansó y decidió pasar a la acción—. ¡Cariño!

Evan estaba a punto de gritarle que lo dejara en paz, cuando sintió sus manos agarrándolo por el cuello. Lo siguiente que vio fue a Abbey metiéndose por la ventanilla del auto, como una loca.

—¿Qué haces? ¡Para!

Abbey sacudió la cabeza.

—No te oigo, solo gruñes.

Ella estaba loca, eso era seguro. Pero él la amaba, a pesar de su locura.

—Evan —el tono serio de su prometida lo hizo callarse. En vez de regañarla por haberse metido en el auto de esa forma tan imprudente, decidió escucharla—. No puedes aislarte así de los demás. No te quedes aquí solo. Deberías divertirte con los demás…

Evan apretó la mandíbula.

—Cállate —dijo, y tiró del brazo de su esposa para meterla en el auto, con fuerza pero sin hacerle daño, hasta que ella quedó sentada sobre sus piernas.

—¡Ay! —exclamó ella, sorprendida—. ¡Eres un bruto! —Abbey le dio un golpecito en el pecho.

Evan la rodeó con sus brazos, pegando la cabeza de Abbey a su pecho.

—No quiero a nadie más —le susurró, besándole el cabello con dulzura. Tanta dulzura que Abbey se ruborizó y se acomodó en los brazos de su amado. Él la quería tanto que ella lo percibía en cada fibra de su ser—. Mientras estés aquí, soy feliz.

Abbey alzó la vista y se encontró con los ojos de Evan, que la miraban con intensidad. Él la acercó a su rostro y le robó un beso.

Abbey se estaba olvidando de todo, solo sentía los labios de su prometido, la calidez y la seguridad que le daban sus brazos.

—¡Oye, el señor Thomas está preparando una nueva receta, vamos a probarla!

La voz de una de sus compañeras la sacó de su trance. Recordó que ellas estaban afuera, cerca del auto donde ella y Evan se estaban besando apasionadamente. Así que apartó a su prometido con suavidad.

—Cariño…las chicas nos están esperando —murmuró.

—Ya lo sé —Evan respondió, mientras besaba el cuello de su prometida.

—¿Entonces?

Evan se deslizó hasta colocar su rostro entre los pechos de Abbey, la miró y le guiñó un ojo.

Abbey sintió un escalofrío. ¡Él estaba usando su encanto para convencerla de seguir besándolo!

—Déjame saborearte, gatita. ¿Me dejas?

Abbey se estremeció.

—¡No puedes…! ¡No puedes decir eso!

—¡Abbey! ¿A dónde vamos después?

Las voces de sus compañeras, que se asomaron por la ventanilla para ver qué pasaba, la hicieron entrar en pánico. Sin pensarlo, le dio una patada a su prometido y lo mandó a volar al otro lado del auto.

—¿Qué te pasa, Abbey? Pareces muy nerviosa.

Abbey soltó una carcajada nerviosa.

—Nada, nada. ¿Vamos a ver el siguiente lugar?








Cómo están chiques? Espero que bien!! Espero que hayan tenido un buen fin de semana, acompañado con un vinito, porqué no?

Recuerden que estoy muy orgullosa de ustedes y que los adoro con el alma!

Gracias por seguir apoyándome!

Su escritora favorita ✨

RZ 🥰🥰🫂✨

El Contrato #2Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ