Capítulo 68

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—Vamos, no es tan difícil. Solo tienes que entrar y... ya verás qué hacer después—se animó a sí misma, con voz vacilante. La verdad era que había llegado hasta allí por un arrebato de valentía, sin tener ningún plan en mente. Solo quería verle, hablar con él, explicarle lo que sentía.

Respiró hondo, encajó la llave en la cerradura y luego... se echó hacia atrás de nuevo, mordiéndose el labio.

¡Qué horror! Había sido ella la que le había pedido a su prometido un tiempo, un espacio, y sin embargo estaba allí, regresando como un perro con el rabo entre las piernas después de solo tres días. ¡Qué vergüenza!

—Dios, esto va a ser tan incómodo—susurró, mirando a su alrededor, como si alguien pudiera verla ya que había estado en el mismo lugar por durante al menos diez minutos.

Recordó lo que Cory le había contado sobre Evan, cómo su novio había defendido a Cory de unos bravucones en el colegio y todo lo demás. Recordó su sonrisa, su mirada, su abrazo. Bueno, era ahora o nunca.

Cuando se acercó de nuevo la llave a la cerradura... la puerta se abrió de golpe, sin que ella la tocara. Apareció Evan con la cabeza gacha, el pelo despeinado y la ropa arrugada.

—¿Evan?—Abbey iba a decir algo más, pero Evan se desplomó sobre ella como un saco de patatas, haciéndola caer al suelo—. ¡Ay! Evan, ¿qué te pasa?

Intentó levantarse, pero se quedó paralizada al verle la cara a su novio. Estaba roja como un tomate, jadeaba como un pez fuera del agua y respiraba con dificultad. Le puso la mano en la frente y la retiró con un silbido al sentir cómo la piel ardía.

—¡Estás ardiendo de fiebre!—exclamó, preocupada. Abbey miró los zapatos de su novio. Estaban puestos al revés y ni siquiera tenía los cordones atados. Parecía que se había vestido a toda prisa, sin prestar atención a nada—. ¿A dónde ibas a ir así?

—Abbey, mi amor—balbuceó, sintiendo que el mundo se le movía—. ¡Cuánto te eché de menos!

Abbey no pudo contener las lágrimas al notar cómo Evan la abrazaba con fuerza, como si fuera su ancla. ¿Acaso Evan había intentado salir a buscarla en ese estado lamentable, a pesar de lo mal que ella se había portado con él?

—Evan, lo siento, lo siento tanto—sollozó, acariciándole el pelo—. Fui una tonta, no debí dejarte, no debí decirte esas cosas.

Evan negó con la cabeza, tratando de calmarla.

—No, no, no llores, por favor—murmuró, besándole la mejilla—. No fue tu culpa, yo también me equivoqué, yo también te hice daño y la verdad es que…

Evan en ese momento, se desmayó.

(...)

—Maldición. Marca 40.1 grados Celsius. Es una fiebre peligrosa.

Dejó el termómetro a un lado, ajustó el paño frío sobre la frente de su novio y lo arropó hasta el cuello, esperando que la fiebre se disipara pronto.

—Has trabajado demasiado duro, amor. No estás hecho para esta vida austera.

Le dio un beso en la frente, conteniendo las lágrimas que amenazaban con salir.

—Perdóname, Evan. No me di cuenta de lo mal que estabas.

Evan estornudó y gimió de dolor, haciendo que Abbey se sobresaltara.

Oh, cielos. Abbey tenía que darse prisa y prepararle una sopa caliente que lo reconfortara.

Trató de levantarse del suelo, donde estaba arrodillada junto a la cama de su novio, pero él la sujetó de la muñeca con una fuerza sorprendente.

El Contrato #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora