Capítulo 34

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Abbey mordió con algo de rabia su deliciosa hamburguesa.

—¿Qué les pasa a esos malditos niños ricos? ¿Diciéndome plebeya y clase baja? ¿Se creen los aliados de la Reina Isabel?

Estaba descargando su furia comiendo una hamburguesa bien grande, esponjosa, caliente y que goteaba grasa, de esas hamburguesas que si alguna de sus doncellas la veía comer, le daría algún síncope.

La gente que pasaba frente al carrito de comida rápida, miraban con cierto asombro y algo de incredulidad como una niña de un colegio de millonarios, estaba comiendo una hamburguesa barata frente a un carrito de comida rápida y no le importaba en lo más mínimo estar devorando esa comida como si no hubiese probado bocado en dos semanas seguidas.

—¿Esa es una niña de ese colegio de ricos?

—¿Será?

—Pero mírala, está fulminando con la mirada a cualquiera de que pase muy cerca de ella, ¿dónde están los modales que enseñan en ese selecto colegio?

—Bueno ya estás mirando, los colegios y las escuelas ya no son como en nuestra época...

—¿Pero, una hamburguesa? ¿En serio?

Abbey, completamente ajena a los comentarios maliciosos de las personas que pasaban por detrás de ella, en la acera, siguió despotricando.

—¡Tengo mucha pena por ellos! ¡No conoce esta deliciosa comida, y nunca lo harán!

Algo de tristeza la embargó, mientras veía a su queso derretirse sobre la carne bien cocida. Lo tocó con una papa frita e inconscientemente hizo un puchero lastimero.

Cuando estaba comiendo con sus amigas, no se sentía triste tan solo enojada por todos esos idiotas millonarios, sin embargo, una vez que ellas dijeron que debían de irse porque ya era tarde y sus mamás las ocuparon ese día...se sentía extremadamente sola y melancólica.

—Supongo que no hay caso. Es imposible comprendernos los unos a los otros...—susurró y al tragar gimió lastimera, intentando hacer pasar ese nudo en su garganta que amenazaba con hacerla llorar en plena calle.

Sus ojos se nublaron por un momento, al siguiente una fuerte determinación llenó su cuerpo.

—¡No, si renuncio ahora seré maldecida hasta la muerte!—se metió a la boca el último pedazo de hamburguesa que le sobraba en el plato desechable de plástico—. ¡No me importa! ¡Tendré un festival escolar explosivo en este que es mi último año escolar!

Solamente que al echar la cabeza hacia atrás, para tragarse de una vez ese pedazo de comida rápida, el taburete enfrente del carro de hamburguesas, se tambaleó, sí, exactamente el taburete en el que ella se estaba sentando en ese instante.

Tosió dos veces antes de sentir el vértigo de estar cayendo hacia atrás y cerró los ojos, esperando soportar lo suficiente el impacto.

Eso nunca sucedió.

Unos brazos rodearon su cintura por detrás, ella apoyó la cabeza en un cálido pecho y el sutil aroma a menta le llenó las fosas nasales. Ya sabía quien era.

Miró hacia arriba sorprendida de que él estuviese detrás de ella, aún con la boca llena, lo miró interrogante.

—¿Qué se supone que estás haciendo, tonta?

Una sonrisa tonta se posó en sus labios al escuchar ese apodo. Evan intentaba mantener su máscara de frío y arrogante con ella en la calle, sin embargo, su tono delataba por completo el cariño que sentía hacia Abbey. La sonrisa disminuyó al ver la mueca de asco en el rostro de su prometido.

Sí, es mejor cerrar la boca si aún tienes comida dentro y sin triturar.

—Fofe jeta aji ejann (¿Por qué estás aquí Evan?)

—Dios mío, Abbey. En primer lugar si vas a hablar con alguien tienes que tragar la comida que tienes en la boca, nadie quiere ver como lo trituras y en segundo lugar, te vi comiendo como una bestia desde el auto, era inevitable que no me llames la atención.

Abbey hizo una mueca y luego tomó un poco de su soda para hacer pasar la comida seca, esa mueca fue lo bastante rápida para pasar desapercibida antes de que ella lo reemplazara con una sonrisa tonta y embelesada por estar comiendo semejante exquisitez. Sin embargo, Evan puede leer y conoce a su prometida como la palma de su mano; su pobre actuación no lo despistó ni un poco.

¿Qué te está preocupando ahora?

—¿Eh? ¿Yo preocupada?—soltó la pajita de su soda con un "plop" y se rió de su prometido—. No estoy preocupada por nada, estás viendo cosas en dónde no las hay—sonrió completamente y movió las piernas que colgaban del taburete, hacia atrás y hacia adelante, mostrándole lo entusiasta que se encontraba—. Yo no estoy preocupada por nada, mírame, ¿Ves como estoy alegre? ¿Lo ves, verdad?

Evan arqueó una ceja para luego suspirar y arrinconarla por el carrito de comida rápida. Justo en esos momentos no se encontraba el dueño, ya que desde que Abbey llegó con sus amigas y éstas se fueron dejándola sola, el dueño le pidió de favor que cuide su carrito, que le dolía demasiado el estómago y que iba al baño por unos minutos.

Abbey aceptó con mil gustos y es por eso que Evan estaba arrinconandola por el carrito sin miedo a ser descubierto por el dueño o el riesgo de ser visto o escuchado por más gente de la calle.

—Deja de actuar conmigo, es inútil. Te conozco tan bien como la palma de mi mano y sabes que no me gusta que me mientan.

Abbey abrió y cerró la boca, pero no pudo decir nada, Evan se acercó más a ella, pegando su amplio pecho en su espalda, sintiendo la respiración mentolada y cálida de su prometido justo en su oreja.

—Te conozco tan bien que sé que por algún motivo te encantan las hamburguesas baratas—Abbey se estremeció por la cálida cercanía y por el ronco susurro del hombre—. Mucho más que las hamburguesas de cuatro estrellas. Y te gusta la crema dulce de leche—la mujer se mordió el labio para evitar avergonzarse más enfrente de la gente, sin embargo, Evan sin ningún esfuerzo la volteó hacia él, quedando cara a cara—. Más que el mejor chocolate fino de toda Suiza.

A Abbey le ardía tanto la cara, que se contuvo muy apenas de levantar las manos y comenzar a rascarse la picazón de la vergüenza.

—Pero...—Antes de que ella pudiera decirle que no siga, que están en la calle, Evan unió sus labios con los de ella, dándole un beso tan ardiente que la dejó aturdida por unos segundos, jadeando por aire como un perrito cansado, incluso el beso, ese gran beso hizo que se curven los dedos de sus propios pies—. Sé que lo que más te gusta, son mis besos. ¿No lo crees así, preciosa?—terminó de decir el jóven CEO, luego de que por fin haya soltado los labios de su prometida.

—Yo...—Bueno, de verdad que no tenía absolutamente nada que refutar luego de ese beso que le dejó la cara completamente roja, los labios hinchados y la cabeza aún con neblina.

—No te preocupes, no estoy esperando una respuesta realmente—besó tiernamente la frente de su Diosa de la victoria—. Yo haría cualquier cosa por ti, gatita. Así que confía en mí y cuéntamelo.

Abbey saltó del taburete cómo si de repente descubriera que su trasero estaba hecho de resorte, lo cual asustó a Evan en gran medida y más cuando la mujer sujetó sus manos con tanta emoción que casi se atragantó.

—¿Dijiste cualquier cosa? ¿Es realmente cualquier cosa?

Evan observó los ojitos emocionados y llenos de brillo de su amada.

—¿Lo dices en serio? ¿Harías cualquier cosa?

Asintió y luego un escalofrío recorrió su espina dorsal al escuchar el gritito emocionado de abbey, haciendo que los vellos de su nuca se irguieran, detectando algo.

¿Por que el joven CEO, de algún modo, en este instante está teniendo un feo presentimiento?

El Contrato #2Where stories live. Discover now