Capítulo 60

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No olviden que siempre los estoy leyendo, que sus comentarios y votos me animan para seguir con la historia en los tiempos difíciles.

Los quiero 🥰

Su escritora favorita 💅

RZ 😍🫂













Abbey dio un salto de alegría al ver un cartel junto al estante de verduras.

—¡Evan! ¡Fíjate, las zanahorias están rebajadas!—se giró para buscarlo mientras sujetaba el carro con una mano—. ¿Y sabes qué? ¡Esta noche prepararé una rica ensalada y…! ¿Evan?

Miró a su alrededor. ¿Se habría perdido?

Mientras tanto Evan examinaba el amplio pasillo lleno de productos, con curiosidad.

—¡Vaya, así que este es el famoso mercado!

Al fin Abbey lo encontró y lo oyó decir:

—Oh, ¿Así que esto es lo que valen los tomates?

Luego lo vio recorrer las estanterías como si fuera un niño en una tienda de dulces. Sacudió la cabeza. Su novio se estaba divirtiendo en el mercado por ser su primera vez en uno.

—¿Qué? ¿Por qué este alimento es de este color?—Evan levantó el envase a la altura de su nariz—. ¿Le echaron algo encima?

Abbey dejó el carro a su lado y empezó a caminar por los pasillos.

—Es tu primera vez en un mercado, ¿Verdad? ¿Te lo estás pasando bien?—ella se rió de la expresión avergonzada de Evan.

—¡Qué va!—El joven empresario frunció el ceño—. Pensaba venir aquí para buscar algunas ideas que puedan servir para el negocio o algo así.

Abbey se rió más fuerte y rodó los ojos.

—¿De verdad, amor?—iba a seguir hablando pero por el rabillo del ojo vio otra ganga. Se acercó corriendo—. ¡Mira! ¡El brócoli está barato! ¡Llevemos bastante para que pueda hacer el mejor pastel!

Evan se quedó paralizado y su rostro se puso pálido cuando ella se acercó con el brócoli en la mano. Con el jersey de cuello alto que llevaba, se tapó la boca y la nariz. Desvió la mirada.

Abbey observó su actitud con las cejas alzadas.

—¿Eh? ¿Qué te pasa?

—No, no—la voz de su novio sonaba apagada por la tela que lo cubría—. No hace falta que compremos eso.

Todo su lenguaje corporal lo delataba. Él odiaba el brócoli.

—¿Qué? ¿Evan Jones, joven empresario, es delicado con la comida?—Abbey no pudo resistirse a burlarse de él.

El carácter del aludido estalló, por la vergüenza.

—¡No lo soy! ¡Esa cosa verde y dura seguro que es algo tóxico, veneno puro para el organismo humano!

Abbey sonrió. Su futuro marido era tan fácil de leer.

—Bueno, no importa. En esta vida—metió en el carro unas cuantas piezas de brócoli—. Tenemos que superar las preferencias y las aversiones.

Evan se crispó—. ¡No metas esas cosas en el carro!

Definitivamente para Abbey, ver ese lado nuevo, dulce y niño de su novio, la hacía sentir fresca y feliz.

—¡Quiero comer comida rápida!—Evan cargó unos cuantos paquetes en los brazos.

Abbey protestó:—. ¡Ni se te ocurra! ¡No podemos gastar tanto!

Así es. La vida es tan bella.

(...)

El sol ya se estaba metiendo, los colores eran increíbles, cálidos, muy en contraste con el clima en ese momento. Hacía frío.

Abbey se abrazó a su abrigo y caminó por las calles de la ciudad, admirando el espectáculo que le ofrecía el cielo junto a su novio mientras ambos traían en las manos las bolsas de compras.

Las nubes se teñían de rojo, naranja y amarillo, como si fueran pinceladas de un artista. El sol parecía besar el horizonte, despidiéndose hasta el día siguiente.

—Ya se está haciendo tarde—Evan sopló sus propias manos, a medida que iban avanzando por la acera de la calle, el clima se ponía más frío. Maldijo internamente a su tío. Por culpa de él no puede usar a su mayordomo para que los lleve, a su prometida y a él, rápidamente a casa porque tiene que aprender a ser “humilde”. ¡Él lo es! ¡Definitivamente!

Mientras caminaba, observó a la gente que iba y venía, cada uno con su historia, sus sueños, sus problemas. Algunos se apresuraban a llegar a sus casas, otros se detenían a charlar con amigos, otros entraban en tiendas o cafeterías. Abbey se preguntó qué pensarían ellos del atardecer, si lo apreciarían o lo ignorarían, si les inspiraría algún sentimiento o les dejaría indiferentes.

—Evan, no podías apartar la vista de cada rincón del supermercado—dijo Abbey, dejando de contemplar el cielo para fijarse en la cara sonrojada de su novio.

—Es que... ¡no es justo que te burles de mí!

Un estornudo sorprendió a Abbey y cortó la frase de Evan. Él negó con la cabeza, divertido.

—Anda, ven—le dijo, acercándola a su pecho—. Pásame la bolsa que llevas.

—¿Qué?—Abbey intentó resistirse—. Pero si yo...

Evan le metió la mano en el bolsillo de su abrigo. Abbey se quedó sin palabras al sentir un calor que le recorrió desde la punta de los dedos hasta el corazón. Y más aún cuando su novio entrelazó sus manos con las suyas, dentro del bolsillo.

—Aquí estarás más calentita—murmuró el joven CEO, ruborizándose hasta las orejas y haciendo sonrojar a su novia.

Ella le sonrió con dulzura y asintió.

—Gracias, eres un amor.

Evan le guiñó un ojo justo cuando ella comenzó a hablar de nuevo.

—Mira qué bonita es esa niña—dijo Abbey, sonriendo con nostalgia al ver a una pequeña que iba de la mano de sus padres, riendo y contándoles algo. Ellos le escuchaban con atención y le respondían con cariño.

—Sí, se ve muy feliz con sus papás—Evan asintió, pero en su mente se le vino un recuerdo. Se vio a sí mismo en el coche, camino a sus clases de economía, con un portátil sobre las piernas, repasando para su próximo examen en el colegio y leyendo otro libro para el examen con sus tutores privados que le daban clases en casa. Solo tenía la compañía del chófer.

Abbey notó el cambio de expresión en la cara de su novio y cómo se quedó pensativo. Sus ojos se perdieron en la distancia.

Oh, claro. Evan siempre ha estado solo.

Rápidamente, trató de cambiar el tema y distraerlo de lo que fuera que estuviera pensando:—. ¡Qué hambre tengo! ¡Vamos a casa a comer deliciosa comida! ¡Anda, date prisa! ¡Muévete!

Evan la miró fijamente, sin inmutarse.

—Niña, deja de hablar como si fueras de otro mundo—le tiró suavemente de un mechón de cabello, haciéndola fruncir el ceño—. No me preocupa la comida; además—señaló con la cabeza a la pequeña familia que caminaba delante de ellos, a paso tranquilo—. Algo así, por mucho que lo desees, tarde o temprano se hará realidad. No tengas prisa.

—¿Qué?—Abbey inclinó la cabeza, confundida, mientras se alisaba el cabello que él había despeinado—. ¿Qué cosa? ¿De qué hablas?

El joven CEO le hizo una seña con el dedo, invitándola a acercarse. Le susurró al oído.

—Hacer a nuestros hijos, por supuesto.

El Contrato #2Where stories live. Discover now