Capítulo 50

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Evan extendió una mano en un gesto de súplica, tratando de calmar a Mercy. Su voz temblaba por el miedo y la angustia. —Mercy, por favor, déjala ir. Podemos hablarlo, podemos solucionarlo. No sé qué te ha pasado, pero…

Mercy lo interrumpió con un rugido furioso. —¡Cállate! ¡Cállate de una vez! No quiero oír tus mentiras, tus excusas. Solo quiero que escuches lo que te voy a decir. ¿Sabes por qué estoy haciendo esto? ¿Sabes por qué he secuestrado a tu novia y la tengo a punta de espada? Te lo voy a contar, Evan. Te voy a contar lo que hicieron tú y tu padre.

INICIO DE FLASHBACK

Mercy se asomó por la rendija de la puerta, con el ceño fruncido y el labio inferior mordido. No entendía lo que estaba pasando. ¿Por qué su padre estaba de rodillas en el suelo, frente a unos extraños vestidos de traje? ¿Por qué lloraba y suplicaba con voz quebrada?

Había estado jugando tranquilamente en la oficina de su padre, como solía hacer cuando él tenía reuniones, cuando unos alaridos le helaron la sangre. Siguió el sonido hasta llegar a un despacho que nunca había visto, y se quedó paralizado al ver la escena.

—¡Por favor, reconsidérelo! —imploraba su padre, con las manos juntas y los ojos rojos—. ¡No solo me despiden de mi empresa, sino que también me quitan mi academia de esgrima! ¿Cómo voy a alimentar a mi familia? ¿A mi hijo pequeño?

El señor Jones lo miró con desprecio, sin mover un músculo de su cara. Detestaba a la gente débil, llorona y patética. No le contestó, solo se dio media vuelta y se dirigió a la salida, seguido de sus acompañantes.

Mercy sintió una punzada en el pecho al ver a su padre tan desesperado.

—¡Espere, señor Jones!

Quiso levantarse y correr hacia él, y así lo hizo cuando su padre intentó agarrar al señor Jones pero fue empujado por uno de los hombres de traje.

—¡Papá!

Su padre comenzó a llorar en el piso, desconsolado al caer de nuevo por el dolor de rodillas causado por la incómoda posición por un periodo de tiempo algo largo. Justo en ese momento, Mercy vio unos pequeños zapatos lustrados y costosos frente a ellos.

Era otro niño, de su misma edad, pero con un aspecto muy diferente. Llevaba un traje caro y elegante, y tenía unos ojos verdes que destilaban odio y desdén. Era el hijo del señor Jones, el hombre que había arruinado a su padre.

—Qué indecente —dijo el niño con voz fría, mirando a su padre con asco. Luego, fijó su mirada en él, en Mercy, y le clavó una sonrisa maliciosa—. No hay lugar en el mundo del éxito para hombres débiles como ustedes.

El día que lo perdió todo, su padre se transformó en un monstruo. Se refugiaba en el alcohol, lo maltrataba sin piedad, lo pateaba cada vez que lo veía. Era su forma de desahogar el odio que sentía hacia los Jones, la familia que lo había arruinado. Y ese odio lo consumía a cada instante, lo hacía estallar tres o cuatro veces al día, porque su padre no podía dejar de pensar en ellos.

Mercy solo tenía a los gemelos, Ryan y Roan, sus únicos amigos. Ellos lo cuidaban de las heridas, los cortes, los moretones. Ellos le secaban las lágrimas, le daban consuelo, le ofrecían esperanza. Pero tenían que hacerlo a escondidas, en el parque de la ciudad, lejos de la mirada de su padre, que los habría golpeado a los tres si los hubiera descubierto. Así vivió Mercy durante años, sufriendo una tortura sin fin.

Un día, mientras los gemelos le curaban el rostro desfigurado por los vidrios de una botella que su padre le había lanzado, Mercy alzó la vista y vio un cartel enorme en un edificio. Era una publicidad, una burla, una provocación. Allí estaba él, el niño de ojos verdes, el hijo de los Jones, el causante de su desgracia. Estaba más grande, más guapo, más feliz. Vestía un traje elegante, sonreía con arrogancia, posaba con una mujer hermosa. Y junto a la foto, un mensaje que lo llenó de rabia: “Evan Jones, el nuevo heredero del grupo empresarial Jones y quien se casará con la reciente descubierta prometida”

Mercy sintió que se le revolvía el estómago, que se le aceleraba el corazón, que se le nublaba la mente. Recordó las palabras que aquel niño le había dicho, años atrás, cuando lo humilló frente a todos: “No hay lugar en el mundo del éxito para hombres débiles como ustedes”

—¡Esto es una mentira! —exclamó Mercy, escupiendo sangre al ver las fotos. Los gemelos también las miraron, con incredulidad y asco—. ¡Él se ríe de nosotros, mientras yo estoy en la miseria!

¿Hombres débiles? Qué ironía. Él, ellos, los Jones fueron los que le quitaron todo. A su padre, su felicidad, su vida.

Ese fue el momento en que algo se rompió dentro de él. Sonrió, por primera vez en mucho tiempo, pero no fue una sonrisa de alegría, sino de locura. Y luego se rió, se rió como un maníaco, como un demente, como un vengador.

—Te odio, Evan Jones. Te haré pagar por lo que me hiciste. Por lo que nos hiciste.

FIN DEL FLASHBACK

Abbey no podía creer lo que escuchaba. La historia de Mercy era terrible, pero no justificaba su crueldad.

—Tú no sabes nada de nosotros, Evan Jones. Tú eres un ser superior, intocable, inmune a todo —dijo Mercy con sarcasmo, mientras le sujetaba el cabello a Abbey y le tiraba hacia atrás, haciendo que ella soltara un alarido de dolor y que su cuello quedara a merced de la espada que brillaba con sed de sangre—. Así que no te importará si destruyo lo que más quieres. No te dolerá, ¿verdad?

Abbey lo miró a los ojos, a esos ojos fríos y vacíos, más fríos y vacíos que los de Evan cuando lo conoció. Vio en ellos un abismo de dolor y miedo. Le dio pena, pero también le dio miedo.

Mercy le quitó la mordaza de la boca y le tiró más fuerte del cabello. Ella apretó los dientes, tratando de no gritar.

—Vamos, vamos —le susurró al oído—. Quiero que grites más fuerte, que llores, que supliques.

—¡No! —gritó Evan desde el otro lado de la videollamada, antes de que Mercy hiciera algo peor—. ¡Mercy! ¡Basta ya! ¡Deja de jugar con ella! ¡Abbey! —se le quebró la voz al ver cómo un hilo de sangre brotaba del cuello de Abbey y cómo Mercy tapaba la cámara con su cuerpo, interponiéndose entre él y ella.

Abbey cerró los ojos e intentó soltarse las cuerdas de las manos, mientras sentía el filo de la espada cortándole la piel.

Pero de pronto, Mercy se tambaleó hacia atrás y Evan se quedó boquiabierto al ver lo que había pasado. Abbey, su valiente Abbey, había usado la cabeza, literalmente, y le había dado un cabezazo a Mercy en la nariz, tal como él le había enseñado una vez.

—¡Ay, ay, ay! —exclamó Mercy, cayendo hacia atrás y llevándose las manos a la cara—. ¡Me has roto la nariz, maldita!

Abbey estaba furiosa y asustada, pero también decidida.

—¡Tu plan no va a funcionar, idiota! ¡Ya he pasado por cosas peores!

Mercy frunció el ceño, confundido.

—¿Qué?

—¡No voy a llorar por ti! ¡Ya he llorado bastante en mi vida y estoy harta! ¡Y además —le sacó la lengua, desafiante, mientras intentaba soltarse las manos con las cuerdas un poco más flojas que en un principio—. No me das miedo!

Mercy se limpió la sangre con la camisa mientras miraba a Abbey, que parecía una loca, y se preguntaba a qué se refería con “cosas peores”.

—No me das miedo, porque tengo un héroe invencible —dijo Abbey, mirando directamente a la cámara y sonriendo, con una sonrisa dulce y tierna—. Evan, amor. Te estaré esperando.




Se los voy a confesar 😭😭 quiero a un Evan o Abbey en mi vida 😍😭

Cuídense mucho ❤️‍🩹

Su escritora favorita ✨

RZ ♥️

El Contrato #2Where stories live. Discover now