Capítulo 41 - Huida

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Sebas aún no estaba seguro si a quien había visto era el mismo que trató de matarlo a él y a sus amigos, pero si ese fuera el caso, ¿cómo fue que sobrevivió a una caída de un edificio de más de diez pisos? Lo más inteligente sería pensar que sí murió, pero Sebas aún creía en que podía haber sido ese mismo enmascarado el que disparó contra los autos y atrajo la horda para que así muriera él y José, pero aún no encontraba la razón del por qué seguía vivo. Los otros supervivientes trataron de buscar una posible forma de cómo podría haber sobrevivido.

—¿Y si cayó en algo que podría haber amortiguado su caída para que no fuera tan fatal para él? —dijo José teorizando.

—Esa es una buena opción —contestó su compañero.

—Suponiendo que fue esa misma persona la que disparó contra los autos y atrajo a los infectados —aclaró Milagros.

—No estoy del todo seguro, pero al menos para mí sí es la misma persona.

—Si tú lo dices —dijo Cecilia.

—Créanme que si esto no sería importante dejaría el tema y ya.

—¿Pero qué lo hace tan importante? Seguro ya lo matarán los zombis —dijo Milagros.

—Lo que hace que este tipo sea muy importante es que es un demente. Los zombis y mutados son peligrosos, pero este tipo es como uno de ellos, pero con consciencia. Es alguien que ve el apocalipsis de una forma muy diferente a como lo vemos nosotros.

—¿O sea cómo? —preguntó Cecilia.

—Nosotros vemos esto, de la forma en que mientras más seamos, más fácil será sobrevivir, pero él ve solo por sí mismo. Piensa en los recursos que podría encontrar, en que son limitados, y por eso trata de acabar con todas las personas que sea posible, para que así solo él pueda sobrevivir a esto.

—Eso es de un ser muy egoísta —dijo Cecilia.

—Pues sí, pero no hay nada que podamos hacer —dijo José.

—¿Entonces solo quedará hacer qué? ¿Encerrarnos y sobrevivir solo con la comida que trajeron? —preguntó Milagros

Sebas pensaba en algo que pudieran hacer, hasta que José dijo:

—No hay necesidad de encerrarnos, ya que encontré una forma de huir de esta ciudad.

Todos sus compañeros se asombraron y giraron de golpe poniendo toda su atención en él.

—¿Cómo? —preguntó Milagros.

—¿De qué forma hablas? —preguntó Sebas

—Me refiero a la estación de trenes.

—¿Cuál estación? —preguntó Cecilia.

—Yo solo sé que en la ciudad hay una estación de trenes, ustedes no la conocen ya que nunca antes habían estado en la ciudad, yo sí llegué a oír de ello, pero nunca me subí a alguno, ¿es ese mismo José? —preguntó Sebas.

—Exacto.

—¿Nos tratas de decir que usaremos un tren para irnos de esta ciudad? —preguntó Cecilia.

—Por supuesto.

—Pero, ¿cómo?

—El día que se desató el caos, se suponía que debía salir un tren de mi empresa que transportaría algunas cosas.

—¿Qué cosas?

—Mi empresa era una gran constructora muy reconocida, y ese tren llevaría repuestos de maquinarias para una obra a una ciudad cerca de aquí. Una noche antes estaba firmando entre muchas cosas una autorización para su salida, pero al final no salió por obvias razones.

—Entonces tenemos ese tren libre para poder irnos —dijo Milagros.

—Si sigue ahí —dijo Cecilia.

—Lo más probable es que sí, no creo que alguien más se lo haya llevado, si pensamos positivos —mencionó Sebas.

—¿Entonces qué dicen? ¿Aceptan mi idea?

—Yo digo, chicos, preparen todo para la huida.

En un búnker subterráneo...

En ese lugar bajo tierra, un tanto alejado de la ciudad, se encontraba el enmascarado, que luego de haber caído de un edificio, se mantenía vivo, y con planes de vengarse en mente. Al sobrevivir a esa mortal caída, fijó por completo su atención en los que casi lo matan. Sebas, José y sus amigos se habían vuelto sus objetivos principales, siendo este sujeto el causante de la caída del edificio, responsable de la muerte de casi todos los miembros del Rescate Alfa y de que casi los supervivientes murieran. Mientras veía unos tubos de ensayo con muestras del virus B3H3 y una cápsula en la que tenía encerrado a un infectado se decía a sí mismo:

—Me estoy quedando sin sujetos de prueba—bajo su máscara, acentuó su sonrisa—, tendré que ir a por más.

El enmascarado tomó su lanzagranadas, un rifle de caza, una navaja y salió de su búnker en dirección al refugio de los supervivientes.

En el refugio...

Los supervivientes ya tenían todo preparado para tratar de escapar de la ciudad en un tren, pero antes de partir decidieron repasar el plan nuevamente:

—Muy bien, repasemos esto una última vez: Todos nos dirigimos hasta la estación de tren de forma sigilosa y callada, recuerden no queremos llamar la atención ni de infectados ni de cualquier otro tipo, ¿todos bien hasta ahí? —Preguntó Sebas a los demás.

Todos asintieron con la cabeza. Sebas prosiguió entonces:

—Perfecto. Llegaremos hasta la estación, verificaremos que no haya nadie en el tren que usaremos, y si hay alguien o algo pues ya sabemos qué hacer, finalmente arrancamos el tren y nos vamos de aquí lo más lejos de esta ciudad, ¿todo claro?

—Más que claro —dijo José.

—Todo en orden —dijo Cecilia.

—Afirmativo —dijo Milagros.

—Bien. ¿Ya llenaste toda la comida en las mochilas verdad José?

—Así es.

—¿Cargaron sus armas?

Todos asintieron, Sebas entonces dijo:

—Pues bien, ya está todo.

Todos estaban listos por salir, pero desde el techo de un pequeño edificio cerca del lugar, el enmascarado los observaba por la mira de su rifle de caza. Notó entonces que al parecer se estaban preparando para salir, pero no podía estar seguro si era para cambiarse de refugio, ir por comida o tratar de escapar. Descartó la primera opción casi de inmediato, la segunda igual, ya que recordó que ya habían salido por comida más temprano, entonces solo vio posible la última opción, así que antes de que salieran tomó su lanzagranadas, apuntó al piso de su refugio y dijo:

—Si creen que escaparan de esta ciudad, y de mí, se equivocan.

La granada salió disparada contra el refugio de los supervivientes. Ellos estaban por salir, pero antes veían los alrededores para ver qué tan peligrosas estaban las calles, cuando comprobaron que todo estaba pacífico decidieron salir por las escaleras de incendios, pero fue al mismo tiempo que la granada estalló en su refugio causando una gran explosión. Sebas, Milagros y Cecilia cayeron al suelo mientras José cayó por las escaleras unos pisos abajo. Al ver la explosión Sebas gritó:

—¡¿José estás bien?!

—Tranquilo, estoy bien, solo me duele un poco la cabeza.

Sebas trataba de asimilar en ese momento qué era lo que acababa de pasar, pero pensó en que era mejor no perder más tiempo y se dirigió a sus compañeros.

—Vayamos ahora a la estación, mientras más antes escapemos de esta ciudad será mejor.

Death in Deep: Muerte en lo ProfundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora