Capítulo 61 - Prisioneros

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—Perdón por entrar así, pero es nuestra costumbre.

—¿Quién eres tú y quiénes son ustedes? —preguntó Milagros asustada.

El hombre que veía a los cuatro chicos de pies a cabeza se giró a ella.

—¿Yo? Solo soy el líder, de los Oscuros Vigilantes.

—¿Los qué? —preguntó Cecilia poniendo mala cara.

—Un nombre muy estúpido —dijo José fulminando a los sujetos con la mirada.

El líder se acercó a él y le dijo sacando una navaja:—Si yo fuera tú, tendría más cuidado al referirme a los dueños de la casa en la que me encuentro.

—¿Perdón? —Sebas lo interrumpió— ¿Cómo que los dueños?

—Ya debes imaginarte a que me refiero, niño —dijo el hombre moviendo su navaja de José a Sebas lentamente—, este es ahora nuestro refugio.

—¿Su refugio? ¿Qué rayos les pasa a ustedes? Vienen a NUESTRO refugio, nos amenazan con sus armas y luego... ¿se lo quedan?

—Sí —dijo el líder mostrando una sonrisa de oreja a oreja mientras guardaba su navaja—, eso es lo que hicimos. ¿Tiene algo de malo?

—Mejor ya no digas nada, Sebas —trató de decir Milagros.

—No, Mila —él lo interrumpió sin dejar de ver al hombre—. Oigan, escuchen, por favor, ustedes no tienen que hacer esto.

—Lo siento, amigo, pero no vas a cambiar nuestra manera de pensar. Ya muchas personas lo intentaron y fracasaron. Los típicos podemos ser aliados o no hay razón para que nos enfrentemos —puso los ojos en blanco—, ya me tienen cansado de escucharlos.

—Pero, ¿por qué hacen esto? El mundo se va al carajo y ustedes...

El líder soltó una carcajada antes de que Sebas pudiese terminar.

—¿De qué te ríes? —preguntó Sebas.

—Ni siquiera tuve que dejar que termines para saber lo que dirías.

—¿Y cómo sabes lo que iba a decir?

—Por favor, amigo, si es lo mismo de el mundo se acaba así que entre los que quedamos debemos unirnos para poder superar este problema juntos —hizo el gesto de que vomitaría.

Sebas frunció aún más el ceño al ver las burlas del sujeto y sus acompañantes.

—¿Qué tiene de gracioso lo que dice? —preguntó Cecilia.

El hombre fue hasta ella.

—Lo que tiene de malo, amiguita, es que es una estupidez total —contestó.

—¿Y por qué es una estupidez? ¿Por querer ayudar a las personas a sobrevivir en estos tiempos de crisis mundial? —preguntó José entre dientes.

—A ti te dije que te calles —amenazó el líder.

—¡Ya basta! —gritó Sebas— Lo que están haciendo no está bien...

—Para nosotros está bien —lo interrumpió el sujeto sonriendo.

—No es así. Miren, ya es suficiente con tener que lidiar con la preocupación de los muertos vivientes allá afuera...

—Para nosotros no es realmente un problema —volvió a interrumpir el sujeto y agregó—: Ah, y por cierto, ya sé que están decepcionados por descubrir que la gente hoy en día es así y no buena como creían, pero es la realidad. Ahora solo sobreviven los más fuertes. A nosotros no nos importa pasar por encima de los indefensos con tal de sobrevivir, así que, no traten de cambiar nuestra filosofía ahora, o los echaremos esta misma noche de aquí.

Sebas y los demás se desconcertaron por las palabras del hombre.

—¿Echarnos dices?

—No vamos a mantenerlos vivos. ¿Para qué? Ya tenemos este gran refugio, así que no los necesitamos más. Los echaremos a primera hora mañana —dijo el hombre sin borrar su sonrisa.

—Eres un asqueroso hijo de...

El hombre golpeó a Sebas en el estómago lo suficientemente fuerte para dejarlo en el suelo recuperando aire frente al miedo infundido a sus compañeros.

—Escúchame bien, mocoso —dijo el sujeto de cuclillas acercándose al oído de Sebas y hablándole en voz baja—, lo verdaderamente peligroso aquí son los humanos. Eso nunca lo olvides.

Y justo antes de terminar se puso de pie y le dio una patada al rostro de Sebas, girándose rápidamente a José, Milagros y Cecilia que lo veían con odio.

—Y ustedes también entiéndanlo. Lo verdaderamente peligroso aquí siempre son y serán los humanos. Créanme. Luego me lo agradecerán —el líder se giró a sus hombres y dijo—: Ahora llévenselos de mi vista.

Los sujetos fueron a por los cuatro chicos, levantaron a Sebas que sangraba por la boca y los encerraron en una habitación, dejándolos prisioneros en su propio refugio.

—Maldita sea —dijo José golpeando una pared de la oscura habitación.

—Ellos son un asco —dijo Cecilia sentada en el suelo.

—Cuando parece que ya todo comenzará a ir bien, siempre tiene que pasar algo como esto —agregó Milagros.

—Y si no es un maldito idiota con una máscara antigás, tiene que ser un grupo de asquerosos egoístas —dijo Sebas limpiando la sangre de su boca.

—Y yo vuelvo a estar de prisionera, pero al menos ahora no estoy en una pequeña cápsula de vidrio —dijo Cecilia.

Sebas que aún recuperaba aire por el golpe del líder en el estómago se puso de pie y dijo tratando de no hablar muy fuerte:

—Está bien, chicos. No importa que en una horas nos echen del centro comercial. Lo que importa es que estemos los cuatro juntos. Ya hemos sobrevivido antes en las calles, y sé que no será fácil volver allá afuera, pero estoy seguro de que lo lograremos si nos mantenemos unidos.

Eso animó un poco a sus compañeros que pasaron de expresiones apagadas a unas más alegres.

—Tienes toda la razón —dijo José.

—Concuerdo totalmente contigo, Sebas —dijo Milagros entusiasmada.

—Y yo igual —dijo Cecilia—. Mientras estemos los cuatro juntos, seremos invencibles.

Pero el momento sería interrumpido por los constantes gritos de los hombres de afuera.

—¡Que inicie la celebración! —se escuchó gritar al líder.

Los demás afirmaron en un grito de coro y se dispusieron a realizar su festividad por haber robado el refugio.

—Algo me dice que dejarán vacía la zona de bebidas alcohólicas —dijo José.

—Eso tenlo garantizado —dijo Milagros.

—Pues que no nos importe su estúpida celebración —agregó Cecilia.

—Exacto, no nos importa —dijo Sebas.

Todos estando ya cansados se acomodaron en el suelo y se fueron a dormir, pero no se imaginaban lo que pasaría después.

 Los ojos de todos comenzaron a abrirse luego de horas de sueño, y girando rápidamente su mirada de preocupación a la puerta, cuando notaron que de entre los gritos y risas fuertes de los hombres, empezaron a escuchar música a todo volumen.

—Ellos no son tan tontos para hacer eso, ¿verdad? —preguntó Cecilia apenas despertándose al igual que sus compañeros.

—Tal parece que sí —dijo Sebas.

Death in Deep: Muerte en lo ProfundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora