Capítulo 62 - Asalto

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La música fuerte resonaba en todo el centro comercial, y en al menos dos cuadras a la redonda. El volumen era tan potente que no solo generó una celebración más alegre para los miembros de los Oscuros Vigilantes, sino también, alertó de su presencia a muchos infectados.

—¿Cuánto tiempo hemos dormido sin darnos cuenta? —preguntó Sebas.

—Ni idea, pero esperemos que hace no mucho hayan encendido esa música —contestó José.

—Maldición, ¿acaso esos idiotas no saben que a los infectados los atrae el ruido?

—O quizás solamente no les importa —contestó Milagros.

—Chicos —Sebas se giró de golpe a sus compañeros—, sabemos bien que el centro comercial es como una fortaleza, pero no es indestructible contra cientos de infectados a la vez.

—¿Cómo escapamos entonces? —preguntó Cecilia.

Después de pensar varios segundos y no tener ninguna idea, debieron recurrir a la opción más rápida.

—No queda de otra más que derribar la puerta —dijo Sebas.

—¿Y si los otros se dan cuenta? —preguntó Milagros.

—Escuchen, el volumen está muy alto como para que nos escuchen, además de que deben estar todos muy borrachos —aclaró Sebas.

—Sebas tiene razón, es una buena oportunidad para escapar de aquí antes que los infectados invadan el centro comercial —dijo José.

—Bien —Milagros soltó un suspiro y luego dijo decidida—, entonces tumbemos esta puerta de una vez y larguémonos de aquí.

Desde el balcón de al frente, los hombres algo borrachos se reían de los infectados y mutados que estaban debajo de ellos.

—Mira ese de al fondo —decía uno de ellos señalando con su dedo—, se parece a ti.

—Y este de la derecha se parece a ti —contestó otro y ambos se echaron a reír.

Así era en varios balcones del lugar, donde desde lo alto, los hombres se mofaban de los infectados mientras les escupían y les tiraban alcohol.

—Buena celebración, muchachos —decía el líder apenas en pie—, ya son las cinco de la mañana, pero, ¿Acaso estamos cansados?

—¡No! —gritaron todos al mismo tiempo en coro.

—¡Entonces sigamos con esta fiesta, ya que nada nos puede detener!

Justo fue en ese momento que escucharon un fuerte ruido, lo que hizo pensar a los hombres que algunos infectados estaban logrando colarse en el centro comercial, pero mayor fue su sorpresa al darse cuenta que en realidad eran los supervivientes que habían logrado escapar de su encierro. El líder, estando apenas consciente, se dirigió a sus hombres.

—¡Nuestros prisioneros están huyendo! —gritó mientras alzaba su botella en dirección a Sebas y compañía.

—¡Iremos por ellos, gran líder! —contestó uno de sus soldados.

Los hombres se levantaron como pudieron y tambaleándose fueron a por los cuatro supervivientes, sin prestar atención a lo que estaba sucediendo sobre ellos.

Arriba de todo el lugar, unos infectados muy particulares daban golpes para ingresar, dejando los vidrios más agrietados con cada cabezazo, cuando de tanto propinar daños a las ventanas, hizo falta solo un fuerte manotazo más para lograr destruirlas por completo.

Ellos ya estaban dentro.

Los infectados soltaron un chillido estremecedor mientras colgaban del techo, alertando así a los Oscuros Vigilantes, y también a los supervivientes, quienes estaban escapando de su habitación a una salida trasera.

—¿Qué fue eso? —preguntó Milagros asustada deteniéndose al igual que sus compañeros.

—Ellos... ya han logrado entrar —dijo Sebas y gritó haciendo reaccionar a sus compañeros—: ¡Ellos ya están dentro! ¡Debemos escapar ahora!

Todos fueron rápidamente detrás de su compañero. Mientras por su lado, el grito hizo que el líder y sus hombres giraran su atención hacia el techo, donde notaron la presencia de los infectados.

—Pero qué clase de infectado es esa mierd... —dijo uno de ellos, pero no pudo terminar la oración antes de que el infectado se lance sobre él, y comience a abrirle el tórax con sus grandes garras soltando chillidos, mientras el hombre solo clamaba de dolor.

Pronto los demás infectados se lanzaron como águilas desde lo alto del centro comercial sobre los hombres, desatando los gritos y llantos dentro.

—¡Disparen contra ellos! ¡Solo son unos estúpidos zombis! —ordenó el líder.

Pero el miedo fue más en varios de sus hombres, que estando ebrios, se dirigieron a las puertas de salida de enfrente del centro comercial. Fue demasiado tarde cuando notaron a los demás infectados y mutados abalanzarse contra ellos para liquidarlos a mordidas y arañazos.
Los gritos provenientes del otro lado del centro comercial llegaban a los oídos de los supervivientes, que se encontraban en una habitación preparándose para salir.

—Carajo, ahora sí ya lograron entrar por completo —dijo José poniéndose nervioso.

—Están acabando con todos allá —agregó Cecilia estando igual de nerviosa—. Es una maldita masacre.

—Ellos están ocupados—dijo Sebas cortándolos—, y no vendrán aquí hasta dentro de un rato, pero, para cuando ya hayan llegado, nosotros ya tendremos que estar a unas tres calles de distancia al menos.

—Tiene razón, chicos, vámonos ya —dijo Milagros.

—Claro que tengo razón. Bien, ahora, ¿todos tienen su mochila de emergencia equipada?

Todos asintieron con la cabeza temblorosos.

—Entonces ya es hora de irnos.

Sebas, Milagros, Cecilia y José salieron empuñando su machete, bate con clavos, bate de crícquet y hacha, respectivamente, y corrieron rumbo a la salida trasera.

—Todos los infectados de la calle estarán ocupados tratando de entrar por la parte delantera, así que tendremos esta salida muy despejada. Aprovechemos esta oportunidad y huyamos lo más lejos que podamos —dijo Sebas.

Pasando por el patio, Milagros recordó algo importante y se desvió del camino a la salida, causando la sorpresa de sus compañeros.

—¡¿A dónde se supone que vas?! —preguntó Cecilia exaltada a su hermana.

Milagros la ignoró, y luego de ir y llevarse la foto de Lucas y Valentino de su homenaje regresó con los demás.

—No iba a dejar esto ni de chiste —dijo seriamente.

—Está bien, tienes razón; no podemos dejar esa foto aquí, pero ahora vámonos —dijo Sebas.

Todos finalmente llegaron a la puerta trasera, saliendo al exterior y huyendo del lugar del que aún se oían gritos y disparos. Los supervivientes estando ya alejados unas calles del centro comercial le echaron una última ojeada, mientras veían a las hordas de muertos vivientes entrar al lugar.

—Perdón por no poder proteger tu refugio, Lucas —dijo Sebas bajando la mirada al igual que Milagros y José, mientras Cecilia no despegaba la vista de lo que hasta hace unas horas era su refugio.

Finalmente, viendo como la mañana de un nuevo día se hacía presente sobre la ciudad, los supervivientes se alejaron del lugar.

Death in Deep: Muerte en lo ProfundoWhere stories live. Discover now