CAPÍTULO 24. DIENTES EN EL ALMA.

875 160 40
                                    

..."Si me dijeran pide un deseo; preferiría un rabo de nube que se llevará lo feo y nos dejará un querube"... Luis Eduardo Aute.

Ray se encontraba de pie y silencioso ante las puertas francesas de su oficina, sus manos hundidas en los bolsillos de sus vaqueros mientras fruncía el ceño ante el día triste, gris.

¿Por qué había abierto la boca antes de tiempo? Se reprochó al colgar hacia atrás la cabeza, respirando con fuerza, en tanto que, sus hombros se apretaban por la tensión.

—Lo siento hermano.

Ray se giró lentamente para encontrarse con la azorada mirada de Fabio.

—Mira hagamos esto; vete tal y como estaba decidido que yo me encargo de atender a esos compradores.

Ray resopló mientras alcanzaba una de las sillas de cuero delante de su escritorio a donde ya se dirigía Fabio con grandes zancadas.

—No. Yo he buscado esta reunión por meses. Estaba programada para dentro de una semana, pero si debe ser mañana, que así sea —. Él se rascó la mandíbula en un pensativo gesto. —Soy el director comercial, Fabio. Y mi obligación es atenderles, además tú no les tienes paciencia a esos americanos.

Ray se repantigó contra el acolchado respaldo y estiró las piernas mientras apoyaba su cabeza atrás y miraba al techo malhumoradamente.

No le molestaba su trabajo, él era lo que era: un hombre de negocios. Manejaba junto a Fabio la hacienda y supervisaba además la administración del hospital de su padre. Cada hora de sus días estaba programada. Era abrir los ojos y entrar en movimiento, prevenido para preguntas y respuestas, y con sus reflejos comerciales agudizados al extremo. Su rampante energía lo ayudaba a prosperar en ese nivel de acción. Lo que lo afligía era decepcionar a su novia, la había ilusionado con la idea de pasar toda la semana juntos y ahora él debía retrasar sus planes por el curro.

—Te propongo algo —expresó Fabio sacándolo de sus divagues.

—¿El qué? —exhaló observando a su cuñado con atención.

—Atiendes a los compradores por la mañana ni bien se presenten. Renata puede encargarse de que monten un bufet en la sala de juntas y antes de que se enteren, tú les habrás hecho aceptar el acuerdo comercial a ojos cerrados. De tal modo que AnaPau y tú pueden tomar el vuelo de la tarde y ella sólo perdería un día de su voluntariado.

Ray resopló. Ana Paula no estaría feliz. Había sido muy clara a ese respecto la noche anterior y, él había dicho que la entendía.

—Acepto la primera parte de tu propuesta, pero no retendré a AnaPau ni siquiera un día.

Fabio estrechó los ojos pensativo.

—Está muy sensible con que no toman en serio sus obligaciones —exhaló largamente—. Cosa que le debo a Natalia —comentó rodando los ojos, Fabio apretó la mandíbula con cólera y Ray estrechó la mirada al preguntar:—Hablando de ella, ¿por qué la trataste con tanta distancia la última vez que estuvo aquí?

—Natalia no me da confianza —gruñó Fabio—. Y si se atrevió a molestar a AnaPau, aquí no será bienvenida nunca más.

—Deja que la agarre y sabrá el error que cometió —siseó Ray.

—Espero estar presente, eso podría volverse divertido —expresó riendo burlonamente mientras se dirigía a la puerta—. Estaré en mi oficina un momento.

Ray se levantó también de la silla y dando la vuelta al escritorio apagó su laptop. Minutos después transitaba por uno de los anchos corredores de la hacienda y subió pesadamente los peldaños de la enorme escalera que conducía al piso que era de uso exclusivo para ellos. Sabía que encontraría a AnaPau en la suite de Renata compartiendo el tiempo que les quedaba juntas.

Tú y Yo...a nuestro tiempoWhere stories live. Discover now