CAPÍTULO 26. NADA ES CASUALIDAD.

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 ..."Todavía creo que nuestro mejor diálogo ha sido el de las miradas"... Mario Benedetti.

Ana Paula ordenó la cocina y pasando el dorso de su mano por su frente recogió las perlas de sudor que brillaban en esta. Una lluvia caliente como sopa había convertido las angostas vías de la aldea en un humeante lodazal. Y aunque había cesado, la voluptuosa vegetación que los rodeaba provocaba que el ambiente se sintiera muy espeso.

AnaPau estaba cerrando las ventanas que daban al patio interno, cuando vio a una pequeña escabullirse entre los macetones de helechos. Cerró la última ventana y cogió de la nevera un flan y una cucharilla del mostrador.

Caminó hasta el fondo del patio y rodeó una de las columnas. Ahí encontró a la pequeña escurridiza sentada en el piso. Se abrazaba las rodillas.

—Hola, ¿puedo sentarme? —preguntó a la niña en tono dulce.

La chiquilla alzó su carita y unos ojos del color de las almendras conectaron con los suyos. Lucían tristes y sin brillo. La niña solo asintió con su cabecita y AnaPau se sentó a su lado.

—Te traje un flan de vainilla —comentó ofreciéndole el postre—. Mi chico dice que me queda muy bueno.

La muchachita alargó su manita para tomar la golosina. La joven notó que su muñeca tenía marcas rojas y se alarmó más cuando la niña intentó cubrirlas con la manga de su vestido.

—¿Qué te ha ocurrido? —. La pequeña apuró un bocado del flan e ignoró su pregunta. —¿Te has lastimado jugando? —insistió la cocinera.

—Supongo que así lo llama él —murmuró la niña encogiendo sus frágiles hombros.

El dolor impregnado en cada una de sus palabras, no pasó desapercibido para AnaPau y, la furia estalló en ella. ¡Ah! cuando le pusiera las manos encima a ese diablillo, lo tomaría de las orejas y lo llevaría ante su madre para que lo educara.

—¿Quién es él? —demandó indignada.

—Él es un monstruo —expresó la niña volviéndose hacia ella, su mirada inocente cambió por una siniestra y advirtió: —Vendrá por ti.

Un relámpago cruzó el cielo con una fuerza tan letal que la niña desapareció delante de AnaPau.

—¡No!—gritó ella afligida.

Pero al observar el entorno notó que se hallaba en el salón de su suite en el hotel. Se mesó el cabello y trató de normalizar su respiración. Se había quedado dormida. Solo había tenido un sueño. Solo eso.

Descalza se dirigió hasta un mostrador y después de vaciar una botella de agua en la jarra eléctrica la puso en marcha mientras pasaba entre sus dedos la variedad de bolsas de té y finalmente eligió uno de menta.

Los cristales de los ventanales del salón eran azotados por la fuerte lluvia. El cielo estaba negro y opaco. Ella tomó un lugar en el sofá y bebió a sorbos su taza de té.

Aún meditaba sobre esa pesadilla, pero no le encontraba sentido. Decidió que el insoportable calor de aquel día la había agotado hasta lo indecible y que la ducha que había tomado antes quizá no la hubiera relajado lo suficiente.

Su mirada vagó por la pulida mesa de cerezo que tenía delante y se posó sobre su móvil. Supo que lo que le hacia falta era la seguridad que le brindaban los brazos de Ray. Que necesitaba escuchar el latido de su corazón acompasado al suyo y anegarse los sentidos con su masculino aroma.

¡Cómo lo echaba en falta!

La puerta de la suite se abrió.

AnaPau se irguió del sofá en seguida y volvió el rostro. Sus ojos se encontraron con los de Ray, que centelleantes gritaban cuanto la había echado de menos. Él dejó caer el bolso de viaje que colgaba de su hombro y su húmedo trench encontró el mismo destino. Salió de sus botas y avanzó lentamente por el vestíbulo hacia ella.

Tú y Yo...a nuestro tiempoWhere stories live. Discover now