CAPÍTULO 48. UN GRITO PERDIDO.

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 ..."Y este   corazón que está latiendo cada vez más lento, estoy sintiendo en mis adentros cómo el fuego no se apagó"... Armando Ávila.

Sus muñecas esposadas se apoyaban en el filo de la metálica mesa. En aquel reducido cuarto solo había vacío. No. Era él quien estaba vacío. Su cama, su vida. Su alma tenía un doloroso y profundo hueco lleno de nada. No había nadie a quien aferrarse, nada que aliviara su agonía.

La delgada y elegante silueta que le observaba de frente, estéril como siempre, no le brindaba ningún consuelo. ¿A qué demonios habría ido? Masculló para sus adentros.

Su madre tan arrogante y segura de su propio poder como siempre, comenzó una diatriba enumerando todas los puntos en los cuales se sentía decepcionada. Que él recordará siempre había sido así, ella gritaba quejándose y conseguía lo que quería, y si no era así, entonces hacia de su vida un infierno.

Él enfocó la vista en la ventanilla de la pesada puerta de acero y en su mente viajó a otro instante, uno muy lejano. Una noche en la que desde la ventana de su habitación observaba las luces de la panorámica. La cantera de las calles. La quietud. Una noche en la que su aliento empañó el frío vidrio cuando pegó a él su rostro. Sus azules ojos, asustados y tristes vagaron calle arriba y se posaron en aquel balcón de la hermosa casona colonial pintada de un luminoso amarillo. Su corazón había saltado, y al instante, intentó tirar de la manija de la ventana, deseando salir de allí y correr cuesta arriba. Sus manos no tuvieron la fuerza requerida para abrir la ventana y... escapar de ese monstruo.

Deshaciéndose en lágrimas había hundido la cara en la almohada, había gritado el nombre de esa niña de mieles ojos mientras el dolor que lo partía en dos le quemaba la garganta con un agonizante e interminable fuego. Desde aquella noche soñaba con la muerte, y la única pequeña parte de su alma que se negaba a desaparecer la añoraba a ella. ¿Su ternura e inocencia podrían salvarlo? Él había pensado que sí.

—Nunca pudiste hacer que me sintiera orgullosa de ti. Tu empeño por destruir lo que he construido durante tantos años... Bien, finalmente lograste tu objetivo.

Su desdeñosa e irritante voz lo sacaron de sus memorias y fijó la vista en ella.

—Estas muerto. Y pronto lo estaré yo.

Gastón la miró con airada expresión durante lo que parecieron horas, al final suspiró.

—Lo entiendo. Adiós, madre.

Lise inclinó su cabeza hacia un lado y un leve brillo de pesar asomó en sus helados ojos azules. Esa emoción en ella lo enervó. Las familias, las madres se ocupaban de que sus hijos conocieran lo que era el amor y la seguridad. En su caso nunca había sido así.

—Me gustaría que te largaras de una vez —masculló rechinando con furia los dientes.

Su madre. Siempre resplandeciente y vistiendo impecable de la cabeza a los pies, se estremeció al notar que él estaba en el borde de su límite y cuando su mano tembló sin ningún control debido a su afección, él curvó los labios en una maligna sonrisa.

—Fuera —susurró siniestramente inclinándose sobre la mesa.

Lise Maréchal se irguió con poca dignidad y golpeó la puerta asustada llamando al custodio. Él no se volvió.

 ..."Me has enseñado tú... Maldigo mi inocencia y te maldigo a ti. Maldita la maestra y maldito el aprendiz. Maldigo lo que amo y te lo debo... Te lo debo a ti"... Alejandro Sanz.

 Alejandro Sanz

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Tú y Yo...a nuestro tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora