CAPÍTULO 32. EL ALMA AL AIRE.

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..."De todos los fuegos, el amor es el único que no puede extinguirse"... Pablo Neruda.

Habían pasado algunos días desde el accidente de Ana Paula, y con un melancólico ánimo preparaba su equipaje para volver a Guanajuato. Chiapas había sido una completa revelación, era una perfecta combinación de tradición y naturaleza en su estado más puro. Y San Cristóbal en particular, resultó un apasionante sitio del que había aprendido muchísimo y en el que Ray y ella habían encontrado como despojarse de las armaduras para hacer frente a la intensidad de sus sentimientos.

El nerviosismo inicial que había quedado tras el sismo, comenzaba a diluirse. El pueblo en general se mostraba de nuevo con el aire relajado y hipster que lo identificaba. Sin embargo, Ana Paula sabía que la población que en verdad había sufrido estragos importantes aún tenía por delante mucho camino que recorrer antes de volver a la normalidad. Ray y Fabio habían ofrecido la hacienda como un centro de acopio para ayudar a los damnificados de ese desastre y los insumos comenzaban a llegar, según le había informado Renata horas antes. Asegurarse de enviarlos a la brevedad sería la prioridad de su agenda apenas estuviera de vuelta en casa.

Con el equipaje hecho casi en su totalidad, la joven se acercó a la ventana de la habitación y observó durante largo rato la panorámica del pueblo. Las encantadoras casas con sus coloridas fachadas y sus tejados de barro a dos aguas, parecían arropados por aquel cielo de densos y grises nubarrones. Sí que iba a extrañar ese lugar.

—No llore mi chula, nomás acuérdese —expresó Ray con ese tono juguetón que nunca lo abandonaba.

Ella se volvió hacia él y le sonrió cariñosa, había estado tan reflexiva que ni siquiera lo había notado volver de la calle. De pronto, AnaPau se encontró atrapada entre el muro y el cuerpo de Ray, sus verdes ojos brillaban con travesura.

—¿De quién son esos ojitos? —demandó en un ronco susurro.

Ella soltó una cantarina risa por su bravía impetuosidad.

—Tuyitos, mi bello toro de lidia —replicó rodeándole el cuello con sus brazos—. ¿Te apetecería una última excursión? —propuso risueña. Si conocía bien el lugar en que estaban, la lluvia caería sí o sí junto con la noche y tenía mucha ilusión de vivir a su lado una experiencia más en aquel sitio.

—Tú no tienes llenadera, ¿cierto?

—Nos iremos mañana y solo Dios sabe si volveremos —expresó con un mohín de tristeza.

Ray acunó su mejilla con una de sus fuertes manos, en tanto que, la observaba enternecido.

—¿A dónde te apetece ir? —inquirió dispuesto.

—A Chamula —susurró ella sin poder evitar sonreír—. Es un pueblito muy cercano, no nos llevaría más de quince minutos de trayecto y dicen que es padrísimo.

—¿Qué tiene de especial? —presionó.

—En estos días celebran la llegada del otoño y se sumergen en antiguos ritos dentro de una mítica iglesia para agradecer por las cosechas. Hay un mercadillo y pirotecnia. Aunque Luisa dijo que los festejos solo eran un pretexto para desmadrarse.

—¿Desmadrarse?

—Según ella corre tanto Pox a libre demanda, que la gente hace cosas que no harían en sus cinco sentidos.

—Suena como si quisieras llevarme a la perdición.

—Bueno, ya descubriste una de mis fantasías.

—Nah. Esa fantasía es por completo mía —susurró tan ronco y sexy sobre sus labios que hizo que su zona íntima revolucionara, esperándole. Lo observó a profundidad, pudo ver la excitación chispeando en sus verdes ojos, pero no avanzó sobre ella. No la tomó. No lo había hecho desde su accidente días atrás y en ese momento no lo haría tampoco. Fue evidente en cuando añadió:—Vale, vamos a Chamula.

Tú y Yo...a nuestro tiempoWhere stories live. Discover now