CAPÍTULO 25. HORAS DE PIEDRA.

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..."La eternidad es un latido, un solo corazón. El tuyo, el mío, abrazados en perfecta comunión"... Luis Eduardo Aute.

Jaime Noyola ubicó su hummer en el primer sitio libre que descubrió y sus largas y macizas piernas recorrieron la mojada cantera de la calle. Súbitamente había estallado una tormenta de relámpagos, que partían el cielo en sinfín de direcciones y había comenzado a llover. La gente en general corría buscando ampararse de la lluvia bajo algún techo, mientras él caminaba fijo hacia su objetivo y el agua le escurría por entre los mechones de oscuro cabello.

Llegó a un callejón contiguo al bar de moda de la Ciudad. Minutos antes un trabajador del aseo público había llamado a emergencias y notificado que en un contenedor de basura se encontraba el cuerpo sin vida de una joven.

El escuadrón de ciencias forenses que se encontraba ya en el lugar, había llevado sus propias lámparas para contrarrestar lo deficiente del alumbrado en dicho callejón.

Noyola mostró su placa y el cerco fue abierto permitiéndole ingresar. Uno de los oficiales acató su silenciosa orden de abrir la bolsa en la que ya habían colocado el cuerpo.

Un vuelco en su estómago lo golpeó con fuerza, estremeciéndolo cuando observó sus detalles.

La chica era hermosa. Iba vestida con un sensual corsé y un provocativo tutú rojos. Sin calzado. Una diadema de cuernitos sobre su largo y oscuro cabello que caía sobre sus hombros. Su tez morena clara, exhibía un morete en la frente y en la piel de su cuello se adivinaban marcas de asfixia. Sus muñecas y tobillos mostraban laceraciones.

Jaime se hizo del control de la situación como debía. Dispuso el traslado del cuerpo y, luego sobre el estudio de la zona según los protocolos de ciencia forense. Entonces se alejó a su vehículo y llamó a su arma secreta.

—¿Qué sucede jefe? —contestó ella con la voz divertida—. ¿Necesitas que te libre de alguna jovencita aburrida? ¿Qué tan patética es? —inquirió con agudeza al otro lado de la línea.

—Se trata de una joven, pero está muerta —. En su mente vio con claridad los labios de su compañera dibujando una O en medio de un balbuceo. —Te necesito, Alma.

Jaime pudo escuchar y casi podía imaginarla saltando de la cama con solo un top y braguitas, a la vez que se metía en sus ajustados vaqueros y se calzaba unas botas altas.

—Voy en camino —afirmó ella y él pudo escuchar claramente el sonido de la puerta de su departamento cerrándose.

—¡Gracias, muñeca! Te veré en el cuartel. Te llevaré café —prometió al momento de abrir la portezuela del hummer.

—Es lo menos que espero de ti —replicó Alma riendo y con un melodioso sonido añadió: —Me has levantado de la cama ni bien la había alcanzado. Que sea espresso.

—No tardes.

Puso el vehículo en marcha y en cuestión de segundos abandonaba la ciudad rumbo al cuartel de la AFI.

Alma Fernández, apareció en el campo de visión de Jaime vistiendo como él lo había adivinado; un top, unos vaqueros, chaqueta y botas altas. Llevaba el castaño cabello sujeto en un moño suelto. Combatiente y determinada como siempre.

Con sus marrones ojos fijos en los de su compañera le entregó en mano un termo de café.

—Gracias —murmuró ella feliz.

—¿No te falta algo en tu agradecimiento? —inquirió provocándola. Se deshacía de la chaqueta de piel marrón y en su avance la arrinconaba contra un archivero. Alma frunció los labios pensativamente. —¿Yo no me merezco un príncipe como les añades siempre a Fabio y a Ray?

Tú y Yo...a nuestro tiempoWhere stories live. Discover now