CAPÍTULO 42. CUARTO MENGUANTE.

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 ..."El poder de tu amor me sumerge al infinito y me corta la respiración. Te juro, no miento... tú amor tiene ese poder"... Ricardo Montaner.

Ella notó que la sangre abandonaba su rostro. Una acepción terrible de irrealidad la atrapó, oscureciendo su visión en los bordes de sus ojos y robando el aliento de su pecho mientras miraba afligida todo alrededor. «¡Dios, no, no puedo! Por fitas, no lo permitas» rogó dentro de su cabeza. Tanto trabajo... Tanto amor puesto en cada detalle... Y ella iba a ensuciarlo todo.

—Ya está, te tengo, bonita —expresó Ray afirmándola por la cintura—. Unos pasos más y estarás a salvo.

La algarabía de la fiesta disminuyó de a poco mientras sus pasos se sincronizaban, AnaPau sollozó por la aplastante ternura con la cual Ray siempre cuidaba de ella. Una pesada puerta se abrió por delante y tuvo la certeza de que nadie más la vería avergonzarse a sí misma.

Ray no había terminado de encender las luces cuando AnaPau ya se había precipitado al aseo y comenzó a volver el estómago.

—Sal de aquí, por fa —le rogó avergonzada, al sentir su cálida e imponente presencia detrás de ella.

—Ni lo sueñes, beba —replicó él, su voz firme mientras ella lo sentía poniéndose de rodillas a su lado. Le tomó con suavidad el cabello para evitar que se salpicara, y repartió suaves caricias a su espalda mientras que ella expelía todo el contenido de su estómago.

AnaPau estaba mareada, le dolían la cabeza y el abdomen después de las violentas regurgitaciones, pero al menos había logrado hacerlo en privado en lugar de arruinar la fiesta de la boda. Ray la ayudó a incorporarse y le lavó la cara. Le preparó un cepillo con pasta dental y la sostuvo pacientemente mientras se lavaba los dientes.

—No debiste entrar, eso ha sido asqueroso —musitó ella cuando Ray la hizo recostarse en el sofá de su oficina.

En la salud y en la enfermedad, ¿recuerdas? —replicó su chico curvando sus dedos y rozando apenas su rostro con sus ásperas yemas—. Espera un momento mi amor, ya vuelvo.

Sus párpados cayeron sobre sus ojos mientras Ray llamaba a la cocina y solicitaba un té para su malestar. Cuando los abrió de nueva cuenta, él había vuelto a ella y le colocaba una toalla húmeda tras la nuca para ayudarla a refrescarse.

—Estoy mejor, mi amor, gracias —aseveró sonriéndole.

Él deslizó su mano por su cuello en una caricia y le apartó el cabello por un lado.

AnaPau no salía de su asombro, pues cada vez que Ray la tocaba, su cuerpo reaccionaba de forma febril e inmediata, sin importar que él lo hiciera con la intención de seducirla o no. Ray intentó disimular una sonrisa, al parecer ella lo provocaba igual.

Unos suaves golpes se escucharon en la puerta.

—Siga —ordenó él sin despegar su atención de su chica.

—Ray, ¿se encuentran bien? —preguntó la hermosa mujer de ojos verdes y oscuro cabello que se asomó.

—AnaPau está un poco indispuesta, Antonella.

—Ya. ¿Me dejarías un momento con ella hijo? —pidió ingresando a la estancia con pasos medidos.

—No —advirtió tajante, Antonella le sonrió conocedora—. Si tu intención es valorarla no me opongo en absoluto, pero de ninguna manera me alejaré de ella —anunció obstinado, la mujer asintió.

—Vale, así será entonces.

AnaPau se incorporó con ayuda de Ray. La doctora tomó asiento a un lado de la chica y alcanzó su muñeca con delicadeza, observando su reloj contó sus pulsaciones. Enseguida revisó sus pupilas.

Tú y Yo...a nuestro tiempoWhere stories live. Discover now