EPÍLOGO

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Guanajuato, Gto., algunas semanas después...

—¿Te gusta? —preguntó él mientras que AnaPau recogía en las puntas de sus dedos la suavidad del pañuelo de seda que Ray le mostraba.

Ella cabeceó entusiasmada.

—Bien, porque ahora no verás más nada.

AnaPau jadeó cuando la sedosa tela se deslizó sobre sus ojos y fue rápidamente atada en la parte posterior de su cabeza.

—Tus sentidos se agudizarán y percibirás todo con mayor claridad aunque no puedas ver —le susurró, ronco.

Ella gimió con el sonido de su voz, mientras luchaba por encontrar algo de claridad dentro de la repentina oscuridad que la rodeaba.

—¡Ray! —exclamó sorprendida cuando la mano de él cayó pesadamente en su trasero.

Él se rió entre dientes por respuesta.

—¿Estás prestando atención, beba?

—Sí —replicó sintiendo en la nalga un zumbante y ardoroso placer.

—Ven aquí —. Le sintió deslizar su firme brazo hacia su espalda baja y comenzaron a caminar—. Va a gustarte.

AnaPau se relajó contra el torso de Ray. Cuando dieron vuelta y se internaron en otro andador, ella percibió que el aire de la ciudad en esa noche de enero se había vuelto dulce al enfriarse. En sus fosas nasales se colaron unas notas de resina y tierra húmeda, lo cual aunado a la algarabía de la gente que transitaba el lugar y al sinfín de charlas que zumbaban por encima de sus oídos, la llevaron a deducir que se encontraban en la Plaza de la Unión. 

El bullicio bajó de intensidad conforme siguieron avanzando y de pronto parecían estar en algún sitio menos concurrido. Una brisa helada golpeaba contra sus mejillas y ella buscó el calor del abrigo de su marido. De pronto pararon y Ray le retiró el pañuelo de los ojos. Observando su entorno, AnaPau sonrió con perplejidad ante la encantadora entrada de un bistro. Las luces brillaban a través de las ventanas, sin embargo, se veía solo.

—¿Te volviste loco? —susurró—¿Acaso hiciste echar a todos solo por nosotros?

Él dejó escapar una risa juguetona y sacudió la cabeza negando.

 

—Es tu regalo de bodas —anunció al depositar en sus manos las llaves del lugar—. Se retrasaron algunas obras de acondicionamiento, pero finalmente quedó terminado. Entra a ver si es de tu agrado.

Las manos le temblaban un poco cuando peleó con la cerradura de la puerta principal y una vez que logró entrar quedó maravillada. Las paredes de piedra antigua estaba iluminadas con lámparas estratégicamente colocadas para dar confort e intimidad. Los pisos de mármol estaban relucientes.

A grandes zancadas AnaPau atravesó el salón del comedor y se dirigió a la cocina. Era un sueño desde las estaciones de trabajo y los hornos hasta las despensas refrigeradas. Los enseres eran de la mejor calidad y todo olía a nuevo.

Sus mieles ojos vagaron más allá y en un rincón de la cocina descubrió; dispuesta para ellos, una primorosa mesa cubierta de damasco color añil. En el centro un delicado bouqué de lilas acompañaba a la delicada vajilla cuyo filo dorado hacia juego con los cubiertos prolijamente colocados junto a las servilletas de tela. En  la cubitera de un lado la botella de champagne que reposaba allí, ya exhibía una brillante condensación por todo el cuerpo.

AnaPau sentía el corazón pleno de tierno agradecimiento por su marido. Ray hacia un notable trabajo en Casa Vitale al encargarse de la directiva comercial y posicionando a la hacienda como una de las mejores en la región. Era un hombre que asumía con seriedad sus responsabilidades y por encima de todo era leal. Adivinar el trabajo y el amor puesto en cada detalle  lo hacía valorarlo más.

Sintió detrás de ella su cálida presencia y se volvió enseguida hacia él.

—Si hay algo que no sea de tu agrado lo podemos cambiar —sugirió refiriéndose al restaurante mientras se deshacía de su abrigo y lo dejaba sobre una de las encimeras.

—¿Hiciste esto por mí? ¿Es lo que te ha entretenido tanto en las últimas semanas? —inquirió conmovida.

Él asintió silente.

Ana Paula se arrojó sobre él y le rodeó con los brazos el cuello. Ray la abrazó y sus manos se movieron lentamente desde su espalda hasta las caderas. Sus labios encontraron la sedosa piel de sus mejillas, su testaruda barbilla y la dulzura de su boca. AnaPau le respondió con tierna pasión.

—Voy a atesorar todo esto para siempre en mi memoria —afirmó ella y enseguida volvió a besarlo.

Ray la dejó recorrer el lugar y llenarse los ojos de cada detalle, en tanto que, él se ocupaba de encender las velas de la mesa y abrir el vino. Ana Paula se le unió pronto y pudieron disfrutar de la deliciosa cena fría que él se había encargado de disponer, ensalada de salmón, ciruelas en almíbar y pastel de zanahoría. Ray le dedicó algunos lascivos brindis y AnaPau le obsequió con algunas réplicas igual de atrevidas mientras las velas se consumían.

—¿Estás temblando? —señaló él cuando notó que se estremecía por un escalofrío.

—Por algún sitio debió colarse una brisa —le compartió en un profundo y sedoso murmullo.

Ray extendió en el suelo los abrigos de ambos y tomando su mano la guió a estos.

—Si hay algo que hago bien es mantener a mi mujer caliente —susurró mientras se arrodillaban uno frente a la otra.

—Haces muchas cosas bien, pero que avives mi calor es lo que más disfruto —ronroneó ella y su respiración se hizo más espesa cuando la experimentada mano de Ray se deslizó por su talle.

—Beba, estás bochornosamente muy vestida —murmuró sobre sus labios antes de reclamarlos en un ardoroso beso.

Las prendas de ambos fueron cayendo en desorden, en tanto que, las llamas que desprendían las acariciantes manos de ambos susurraban su amor a la piel del otro. Ray besó la incipiente curva de su vientre, deslumbrado por los cambios en el fértil cuerpo de su mujer. Él la besó por todas partes entregado a la devoción con que la amaba. La cortejó con malvada calma, hasta que ella cayó desamparada en el éxtasis que Ray había construido con sus caricias y besos, y entonces la penetró con burlona habilidad suspirando al ser alojado en el líquido fuego de su intimidad.

Muchos años atrás sus almas se habían unido con un simple e inocente roce como testigo, habían crecido sintiendo en su piel la ausencia de las manos del otro, doliéndose a la espera de que su tiempo fuese el correcto. Sus corazones ya estaban por fin donde pertenecían y cada latido que vibraba en ellos era un solemne juramento de estar juntos siempre.

 Sus corazones ya estaban por fin donde pertenecían y cada latido que vibraba en ellos era un solemne juramento de estar juntos siempre

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Tú y Yo...a nuestro tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora