CAPÍTULO 46.2.2. ME NIEGO A QUE ME FALTES.

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..."La esperanza le pertenece a la vida, es la misma vida defendiéndose»...Julio Cortázar

Conforme avanzó el reloj, AnaPau poco a poco recuperó el control de sus extremidades y la lucidez de su mente. Sin embargo, no supuso ningún consuelo. «¡Genial! ¡En verdad éste impresentable, se ha atrevido a someterme por el cuello!» gimió en su cabeza.

Ella parpadeó y ceñuda se observó las muñecas apresadas y enrojecidas. «Existen los lobos con piel de oveja, ojalá no fueras por la vida confiando en todo el mundo, Ana Paula» se regañó a sí misma. Escuchó pasos acercándose y se puso tensa. Su corazón comenzó a correr. Su mirada de miel clavada en la puerta.

Él estaba allí bajo el umbral de la sombría habitación. Sus azules ojos, malvados, entrecerrados sobre ella. Llevaba una bolsa de papel en la mano. Ingresó en la estancia sin quitarle el ojo de encima, con un sereno conocimiento. Depositó su carga sobre una mesa, la chica notó que despedía un aroma delicioso.

AnaPau sintió el reclamo de su estómago, no había comido nada desde el día anterior.

Él se movió para llegar a ella.

AnaPau le miró con sumo cuidado, como si fuera una bestia salvaje ante la que no debería ni respirar para evitar sobresaltarlo. Él se acuclilló frente a ella. AnaPau observó recelosa como acercaba a su rostro, su mano rugosa y herida por los arañazos de Bruno.

—Siento lo de antes chéri...—murmuró agobiado al rozar con sus dedos la superficie de su mejilla, que seguro luciría hinchada y amoratada.

AnaPau dio un respingo al dolerse por su contacto.

—No me lastimes más chéri —. Su voz sonó torturada. —Yo no lo haré—prometió.

Sacó un cuchillo que tenía escondido entre sus botas y AnaPau se removió en la silla, protestando contra su confinamiento y aterrorizada por lo que él pudiera hacerle.

—No. No, tranquila. No te asustes, solo te desataré para que comas —le informó mientras cortaba de un tajo el cintillo que le imposibilitaba las manos. AnaPau se frotó las doloridas y enrojecidas muñecas. El hombre cortó igual los cintillos que sujetaban sus tobillos a la silla—. Esto lo dejaremos, hasta que pueda confiar en ti —advirtió refiriéndose al collar de piel que le encerraba la garganta, del que tiraba una larga y gruesa cadena que pendía de una de las vigas del ático.

Con una delicadeza que había estado ausente desde que la había secuestrado, la ayudó a ponerse de pie y la llevó en pequeños pasos hasta la mesa donde reposaba la bolsa con la comida.

AnaPau estaba desconcertada por su voluble actitud. Lo observó sacar un contenedor de la bolsa de papel, y disponer cubiertos, condimentos y bebida.

—Esto es lo que siempre ordeno cuando...—musitó AnaPau retirando la tapa del contenedor del plato.

—Lo sé.

—Y también es de mi bistro chino favorito, ¿cuánto tiempo llevas vigilándome? —demandó sorprendida.

—Siempre. Un poco más desde que volviste.

Atrapó su cuello con su rugosa mano y le acarició el mentón con su pulgar, AnaPau se desesperó con su roce.

—Mía —susurró—. Toda mía.

Su ceño se arrugó en protesta ante la posesiva y enferma nota de la voz de él.

—Sabías que esto iba a pasar —dijo con tono suave—. Eres la única mujer que en verdad ha sido buena conmigo. Eso te convirtió en mi pareja natural. Tú jamás me observaste con lástima. Eres la única que me comprende.

Tú y Yo...a nuestro tiempoWhere stories live. Discover now