CAPÍTULO 46.1.2. ME NIEGO A QUE ME FALTES.

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..."Si te digo que te necesito... te miento. Pero si te digo que no te necesito también te miento. A ver si me explico, no eres mi aire, no te necesito para respirar, pero sin ti... No siento que respiro"... Jaime Sabines.

El incesante y sordo latido de sus sienes por el dolor en su cabeza se estaba volviendo irritante. Y tenía todas sus esperanzas puestas en que el café lograra apaciguarlo. Sin embargo, la mujer que estaba un puesto antes en la fila no parecía decidirse entre leche de soya o deslactosada para su bebida, y su nula consideración para las personas que esperaban solo le descomponía a él, mucho más.

Después de lo que pareció una eternidad por fin le tomaron la orden y se dirigió hasta una butaca en un lateral de la barra. En la pantalla de TV empotrada en el muro se trasmitió una singular rueda de prensa.

«Ana Paula les es importante» pensó al observar el reporte del noticiero. Sus fríos ojos se recrearon en la bella mujer con blusa de seda. Admiró su porte y femineidad. Su escote se abrió y por una fracción de segundos él pudo observar la delicia de sus dones. «Pareces muy segura de ti misma». «Te muestras como objetivo, ¡muy lista!» refunfuñó enfadado y apretó los puños por la osadía de aquella menuda mujer.

La toma se abrió y él palideció. Su conciencia lo aguijoneó dolorosamente cuando observó en pantalla a Camilo Medina. Por estúpido que pareciera, no se había acordado de él. Sintió pena de causarle ése dolor, le debía mucho. Jamás habría despegado su carrera o tenido una oportunidad siquiera de no ser por el padre de Ana Paula. «Ojalá cuando esto termine no tenga que verte nunca más» anheló contraído, no lo soportaría.

La barista le llamó para entregarle su café, y enseguida, abandonó el establecimiento mientras repasaba mentalmente su siguiente paso.

—Código 2

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—Código 2. Sin sirenas. Sin luces —advirtió Jaime a sus hombres mientras caminaba con paso airado hacia su vehículo—. Me darán cuenta de sus hallazgos de inmediato.

Noyola se deslizó dentro del Hummer y mientras navegaba por la subterránea de Guanajuato, luchaba contra sus propios demonios. Contra las emociones que amenazaban con abrumarlo. Su corazón se oprimía de imaginar el miedo y la desolación que Ana Paula podría estar viviendo en esos momentos.

Su amiga. Aquella revoltosa niña que inyectaba alegría y ternura en todos, había crecido muy protegida y él tenía miedo de que sin pretenderlo esa falta de malicia en ella, la hiciera ignorar las señales del peligro que iría escalando conforme siguiera retenida por su captor.

El adusto comandante apoyó el codo en el filo de la ventanilla y se cubrió los labios con la mano, pensativo, mientras esperaba en el cruce de un semáforo. Su mente reprodujo la miel mirada de AnaPau, esos insondables ojos en los que era muy fácil sumergirse, que siempre habían calentado partes del aguerrido espíritu de Jaime que él no sabía que tenía. Y mucho menos sabía que estuvieran frías.

Tú y Yo...a nuestro tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora