CAPÍTULO 38.3.3. SOMOS EL SUEÑO QUE NO SE COMPARTE.

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..."Anhelo tu boca, tu voz, tu cabello. Silencioso y muerto de hambre, vago por las calles. El pan no me alimenta, el amanecer me interrumpe. Yo sólo busco la medida líquida de tus pasos"...Pablo Neruda

«A la memoria amada de María Luisa Acuña Martínez»

Ray no tuvo ocasión de celebrar el gol que marcó en el último momento. Ella había gritado su nombre llena de terror. La energía de su desesperación había viajado hasta él y corría en su propia sangre. Lo había nombrado en medio de un agudo dolor, su quejido había sonado desde aquellos dulces labios que él veneraba hasta su corazón.

—Ana Paula —farfulló su nombre y se levantó del húmedo suelo—. Estoy bien, gracias —aseveró a los paramédicos que le pedían volver para terminar de examinarlo—. No es necesario —afirmó una vez más.

Un peticero sostenía por la brida a Atrevido y aunque cojeaba un poco se mantenía en pie. Lo examinó con rapidez y determinó que no había sufrido ninguna lesión grave. Le dejó una caricia de agradecimiento en el cuello y ordenó al mozo que lo llevará a descansar y que le aplicaran una compresa en la pata lastimada.

Al buscar entre la gente a su mujer, notó por primera vez quién era el jinete que yacía sin sentido en el césped, apesadumbrado comenzó a marchar en su dirección. El juego nunca estaba exento de algún accidente, pero la estela de desánimo que dejaba volvía imposible cualquier celebración de victoria. Todos alrededor exhibían los rostros desencajados por el pesar. Casi todos.

«¡No, joder!» maldijo para sus adentros y corrió a través del campo con la única intención de frenarlo y contener la salvaje furia que manaba de esa verde mirada que él conocía bien.

—¡Coño, Fabio, espera! —ordenó Ray abrazándolo desde atrás para contener a su hermano quién cargaba fuera de sí contra un jugador del equipo rival. Era como intentar doblegar a una pantera, pero logró frenarlo.

Los jueces le agradecieron a Ray por intervenir y condujeron al otro competidor a un lugar apartado.

—¿Qué haces? ¿Qué coño haces? Si fue un accidente.

—¡Y una mierda que fue un accidente! —replicó Fabio enfurecido—. Boyoli impidió que un jugador de su propio equipo te derribara. Bloqueó el ataque que iba dirigido a ti, pero perdió el equilibrio en la montura y cayó. Si Atrevido se derrumbó haciéndote caer, fue por el golpe que ese imbécil hizo rebotar en su pata trasera.

—¿Qué dices? —inquirió Ray atónito.

Los paramédicos colocaron a Emmanuel en la camilla. Todos los jugadores observaban preocupados que seguía sin recobrar el sentido.

—¿Por qué se interpuso?

—Parece que le importa más el espíritu del juego que ganar. Mi padre solía decir: Que en dos horas de juego se aprende más de una persona, que en un año de conversaciones.

Ray asintió mostrándose de acuerdo.

—Me alegra que no seas tú quien va en esa camilla —aseguró Fabio con sus manos apoyadas en los hombros de su hermano—. Pero esto es una falta grave y no la pienso tolerar —advirtió levantando su mano y señalando con el dedo hacia el jinete que había causado el accidente.

—Es inaceptable, estoy de acuerdo —exhaló Ray—. Pero observa, los jueces ya se están haciendo cargo de él. Y yo estoy bien. Veamos a Boyoli.

De camino a la enfermería, descubrieron que Marce y las chicas estaban con Guillermo y Jaime. Fabio abrió los brazos para recibir a Renata, quien al verlo corrió hacia él.

Tú y Yo...a nuestro tiempoTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon