CAPÍTULO 33. CÍRCULO DE FUEGO.

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 ..."Los cuerpos después del amor, huelen a alma"... Luis Eduardo Aute.

El reloj del tablero marcó las dieciocho horas, Ray tomaba con suavidad la sinuosa pendiente de la panorámica de Guanajuato. La alerta de un mensaje de whatsapp se escuchó por encima de la música y desvió la vista del camino a la pantalla central del tablero de su camioneta:

«Buena práctica la de hoy. Que bien que no te oxidas» leyó escuchando en su cabeza el socarrón tono que Jaime habría empleado si le tuviera a un lado. El sistema de navegación le ofreció la opción de grabar un mensaje para dar respuesta y con una sonrisa replicó frente a la pantalla:

—Yo jamás me oxido, diablo. Voy de camino a casa, te llamo luego.

El sistema envió su mensaje, y al segundo siguiente, una mano diciendo adiós apareció con el remitente de Noyola.

Ray sacudió la cabeza y mientras se enfocaba en el camino, pensó que verdaderamente la sesión de entrenamiento de polo había sido muy fructífera. La copa se celebraría muy pronto y el equipo mostraba una buena homogeneidad en el campo, a pesar de las prácticas en las cuales él había debido ausentarse cuando AnaPau tuvo el accidente.

Hacía ocho días que Ana Paula y él habían vuelto de Chiapas y estos habían transcurrido entre sus distintas obligaciones, pero él se mostraba agradecido de que cada mañana al despertar lo primero que veía eran los mieles ojos de su chica sonriéndole desde la almohada contigua.

AnaPau, imparable como era, había asumido entusiasta rediseñar el menú mexicano del restaurante de Casa Vitale. Sin por ello descuidar el asunto principal de su agenda: supervisar el acopio de suministros para los damnificados del terremoto. Ese día por fin había salido el segundo transporte con destino a Chiapas y, a pesar de lo cansada que pudiera estar, ella no había eludido la práctica de flamenco que tenía programada con sus pequeñas alumnas en el centro comunitario.

Pensar en lo atareada que había estado toda la semana, extendió sobre su pecho una angustiosa ternura y decidió que la sorprendería llevando un menú chino para la cena como tanto le gustaba a ella. Giró el volante y se dirigió al elegante restaurante que era el favorito de su chica.

Una vez que llegó al bistro oriental y le entregó sus llaves al valet parking, entró con paso despreocupado y se ubicó en la barra del lateral. Como todo lugar que se preciase en Guanajuato, Chang's disponía de un elegante bar para los clientes que apetecían de tomar un café o una copa antes de comer, o simplemente esperar su pedido para llevar a casa.

Algunas parejas disfrutaban ya del íntimo ambiente del sitio. Ray ordenó su menú y se dirigió a un reservado donde solicitó un café. Varios clientes iban llegando puntuales a reclamar sus reservas.

—¿Ray...? ¿Ray Landeros?

El joven levantó la mirada del café, y solo su arraigada buena educación consiguió que Ray mostrara una amistosa expresión.

—Hola, Gastón, ¿qué tal? —saludó poniéndose de pie y extendiendo su mano.

El rubio curvó los labios en una sonrisa, pero sus azules ojos permanecieron fríos y opacos.

—¿Puedo acompañarte y tomar un café contigo? Veré a algunos conocidos aquí, nos internaremos en la sierra hasta las minas abandonadas y pasaremos la noche en unas cabañas que son la gozada.

Conducir sobre escarpadas pendientes en abandonados tiros de minas, era uno de los pasatiempos favoritos de Marechal, pero a Ray jamás le había llamado la atención.

—Por supuesto que puedes sentarte.

Ray esbozó una educada sonrisa y volvió a ocupar su asiento, deseando que aquel mimado se hubiera dirigido sin pausa a su aventura por los abandonados yacimientos en lugar de entrometerse en su tarde.

Tú y Yo...a nuestro tiempoWhere stories live. Discover now