CAPÍTULO 50.1.2. MI VIDA LA SOÑÉ CONTIGO.

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..."Cuando éramos solo niños, ya estaba el amor rondando: Como  el sol y el trigo,  tú y yo nos fuimos amando. Yo fui tu primer amigo, también tu primer pecado. Y ahora llevo todo mi amor a tu amor atado"... Flavio Enrique Santander.

Dos semanas después...

Riviera Maya, Quintana Roo, México.

La tradición marcaba que los novios no estuvieran juntos la noche anterior a la boda, pero ni AnaPau ni mucho menos Ray eran conocidos por seguir al pie de la letra las tradiciones. Envueltos en la piel del otro, sumergidos en un afable silencio, interrumpido solo por el constante ondear del océano recibieron juntos al alba.

Él posó su segura mano sobre su vientre y ella sintió que su aliento se detenía ante lo que vio en su verde mirada. Veneración, intensa y brillante. Amor. La felicidad cantaba en su sangre por él. Una mujer tendría que estar loca para arriesgarse a entregar su corazón a un hombre tan desenfrenado como Ray había sido. Pero Ana Paula había abrazado el amor que sentía por él con valentía y se sentía dichosa de haberle brindado su confianza. Algunos años se habían demorado en que su tiempo se sincronizara, pero el destino los había alcanzado y por fin podrían concretar lo que soñaron desde niños. Él la obsequió con una devota sonrisa que provocó que la temperatura de Ana Paula subiera unos cuantos grados, sus rostros se acercaron despacio, sus labios anhelantes y cuando lograron acercarse lo suficiente el tono de entrada de un mensaje en la tableta que reposaba sobre el buró les interrumpió.

Ray saltó del lecho en cuanto verificó el mensaje  y se apresuró a entrar en el pantalón de su pijama que yacía en el mármol del suelo. Enseguida se volvió hacia ella para ayudarla a salir de la cama. Ana Paula posó su mano en la suya sonriéndole tiernamente.

—Sí que puedo caminar, eh. —Levantó sus brazos y le exhibió su exuberante figura sin dejar de sonreírle—. ¿Ves que todo está bien?

—Lo veo, sí, sí  —murmuró ronco—. Pero si no te vistes pronto, el camarero que traerá el desayuno lo verá tan bien como yo, porque terminaré tumbándote de nuevo en la cama.

Ana Pau tomó su bata de seda que descansaba sobre un canapé y metió en ella los brazos.

—¿Por qué desayunar tan temprano? —inquirió rozando la satinada textura del cinturón entre sus dedos índice y pulgar. 

—Según mis mediciones de las últimas semanas a esta hora lo toleras mejor —repuso él encogiéndose de hombros, ella sacudió la cabeza con diversión—. Hoy será un día muy pesado y te veré de nuevo hasta que nos reunamos en la ceremonia, así que necesito la certeza de que al menos desayunaste bien.

—¿No se puede controlar lo que no se puede medir? —interpeló ella con algo de mofa.

—Elegiste como marido a un ingeniero —le recordó al tiempo que se metía una camiseta por la cabeza.

Ella se acercó más y le peinó con los dedos el cabello.

—No niego que eres un desafío, pero vales la pena —afirmó la joven dejando una suave caricia en su mejilla.

Llamaron a la puerta y AnaPau corrió al cuarto de baño mientras Ray atendía al mozo.

Al encontrarse minutos después, descubrió que les habían montado el desayuno en una primorosa mesa bajo la pérgola de la terraza de su habitación. Ray apartó para ella una silla y le colocó sobre el regazo una servilleta. Una abeja revoloteó curiosa alrededor del ubérrimo frutero que adornaba el centro de la mesa, Ray vertió un trago de jugo de naranja en un platito y lo llevó hasta la baranda a dónde la abejita se dirigió zumbando feliz. Ana Paula contempló las rosas trepadoras de vivo color rojo que cubrían la pérgola. Una juguetona brisa la hizo recordar su primer beso con él cuando era poco más que una niña y; al encontrase de nuevo con los centelleantes verdes ojos de Ray, supo que él pensaba en lo mismo. 

Tú y Yo...a nuestro tiempoOù les histoires vivent. Découvrez maintenant