CAPÍTULO 35. NIÑA AMADA MÍA.

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..." Y desde entonces soy porque tú eres. Y desde entonces eres, soy y somos. Y por amor seré, seremos, seremos"... Pablo Neruda.

Ray buscó en su suite a su novia antes de ocuparse con unas labores en el viñedo. El soundlink reproducía una alegre tonada y a esta se sumó la dulce voz de ella: «Que para mí tú siempre vas primero. Yo soy discreto pero igual te quiero ¡cuánto te quiero!».

Era Acuérdate de Morat, la reconoció enseguida pues él solía cantarla para ella siempre que había ocasión.

Recostado contra la labrada y pesada puerta de madera de su habitación, Ray dejó escapar un suspiro mientras la canción continuaba su curso. Sus verdes ojos miraban ciegamente las pulidas losetas del piso de la habitación, movió su mano al ritmo del último acorde de la canción y volvió a sentir la presión del firme apretón con que Ana Paula lo había reclamado para ella a horas de nacer. Aquel día fue como si él hubiera nacido también. Desde entonces amarla y protegerla se había convertido en el sentido de su vida, aunque en ese momento él fuera solo un crío que difícilmente podía nombrar la intensidad de lo que ella le significaba.

Los converse de Ana Paula fueron los primeros en irrumpir en su campo visual, su mirada ascendió por las fascinantes piernas de su chica que iban enfundadas en unos ceñidos vaqueros y por último apreció los gruesos tirantes de su top color borgoña. Mucho antes de que él tuviera oportunidad de refrenar sus perturbadores pensamientos, se imaginó tirando de la tela para liberar sus deliciosos senos... Ray sacudió la cabeza para obligarse a no perder el juicio y prestó atención a su rostro. El brillante y oscuro cabello de su chica iba recogido en una apretada trenza como solía llevarlo cuando estaba muy afanada. Sus mieles ojos tenían un felino aspecto mientras le miraban brillando de risa.

—Sé lo que estás pensando, pero ahora mismo no puedo soltarme el cabello. Voy retrasada.

—Eso no era lo que pensaba —replicó él enarcando una ceja y obsequiándola con una perversa sonrisa. Ella abrió muy grandes los ojos y luego sacudió la cabeza ruborizada.

—Te pasas, Landeros. ¿Es que no piensas en otra cosa?

—¿Tú si?

Ella negó con la cabeza y volvió a sonreír. Se acercó a él y se colgó de su cuello.

—Iré a Guanajuato a terminar un par de pendientes y luego vuelvo para terminar de disponer la cena de hoy. ¿Vas a echarme de menos?

—Como un condenado —suspiró—. ¿Me dejas darte un beso?

Mi bello toro de lidia, de eso pido mis limosnas...

Ray la atrajo por la nuca sosteniéndola con su firme mano. La besó con una caricia tierna, profunda e impaciente. AnaPau gimió y dio más. El sabor de su mujer, su aroma y su calor lo afectaban siempre. Sintió en la línea del mentón las frías yemas de sus dedos como un combustible que encendía aún más su fuego mientras él saboreaba su boca. Con su mano libre Ray delineó la deliciosa silueta de AnaPau y llegó a su cadera acercándola más a su cuerpo. La lengua del muchacho jugueteaba en el interior de la femenina cavidad, recorriendo con acuciantes caricias el borde de sus dientes y la sedosa humedad que se extendía detrás de estos. Ella era exquisita. Cuando su garganta emitió otro desvalido gemido, él decidió terminar aquel beso.

—Dios mío... Eres tan dulce —farfulló ronco sobre sus labios.

Un pequeño y tibio cuerpecito se enredó entre las piernas de ambos, sumándose al apretado abrazo que sostenían.

Después del sobresalto inicial ambos miraron con cariño a Bruno que se había colado por el balcón de su habitación.

—Buenas pintas traes tú —reprendió Ray al consentido gato de su hermana.

Tú y Yo...a nuestro tiempoWhere stories live. Discover now