Capítulo IV

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Durante el tiempo que estuvo comiendo, de tanto en tanto, desviaba su mirada en busca del joven camarero, que se desplazaba de una mesa a otra llevando platos sobre su bandeja, entrando y saliendo de la terraza, tan agitado como concentrado en su trabajo. Seguía sin saber su nombre, pero estaba decidido a saberlo ese mismo día antes de marcharse.

... ... ... ... ...

Para cuando terminó el exquisito plato, bebió lo que restaba de su bebida y tras dejar el vaso junto al plato igualmente vació, hizo una seña con la mano al otro muchacho que, en el acto, se presentó listo para tomar su orden.

—¿Ha terminado?

—Sí —le miró a los ojos, cosa que el otro evitó.

—¿Va a pedir la cuenta?

—No todavía, pediré un cóctel.

—¿Ahora?

—Luego, ya te avisaré.

—Bueno —sin mirarle, recogió las cosas de la mesa y las acomodó sobre la bandeja que llevaba—. Avíseme cuando esté listo para ordenar.

—Lo haré —respondió, también sin mirarle, tenía puesta su atención en el celular que había dejado sobre la mesa y que había olvidado por completo mientras comía. Lo encendió a pesar de que ninguna luz parpadeaba, avisando la llegada de algún mensaje; en efecto, no había notificaciones, pero de tanto en tanto lo volvía a mirar a sabiendas de que no encontraría nada.

... ... ... ... ...

Quería hablarle, pero las circunstancias no eran las apropiadas para hacerlo, no podía simplemente acercarse a él y entablar una conversación que, sin dudas, no duraría cinco minutos, sino que pasarían horas antes de llegar una conclusión, una respuesta, el porqué de lo que había ocurrido esa noche. Como fuera, él estaba hoy en el local y debía aprovechar la oportunidad, pedir su nombre y alguna forma de contactarlo, para así poder concertar una cita en algún momento. "Antes de que se vaya, sí, antes de que se vaya tengo que preguntarle", se decía, "no puedo arriesgarme a perder su rastro otra vez".

—Oye, Alejandro, ¿qué te pasa?, desde hace rato que te noto raro, estás muy distraído —Cristina lo sacó de su monólogo mental con un suave golpe en la espalda.

—¿Eh?, nada, bueno no, es solo que... hay algo que me preocupa.

—Espero que no sea algo grave —el tono de voz de la chica denotaba preocupación.

—No es nada, solo que fue inesperado y ahora pensaba como solucionarlo —dijo, esbozando una sonrisa.

—Bueno, a veces las cosas pasan así, pero ya sabes, si puedo ayudarte con algo, no dudes en decirme, somos amigos.

—Lo sé, cuando ordene mejor mis ideas, te lo contaré todo, te lo prometo —acto seguido le dio un fuerte abrazo a su amiga, quien le respondió el gesto con tanta o más intensidad.

—¡Oigan, ustedes! —habló una voz a sus espaldas, detrás de la barra—. Hay mucho que hacer como para que ustedes estén perdiendo el tiempo dándose abrazos.

—¡Qué molesto eres, Ignacio!, ¿estás celoso porque abrazo a Alejandro y no a ti? —dijo Cristina, dejando a su amigo para hablar con el otro muchacho, más alto que ella y que se ocupaba de preparar los tragos para los comensales—. Sabes, te verías mejor si permanecieras callado, porque cuando hablas, es solo para decir tonterías, ¿será por eso que el jefe te asignó este trabajo?

—No es solo por eso, estando aquí me ahorro las molestias de trabajar con una antipática como tú y un soñador como él —dijo Ignacio, señalando a Alejandro, que parecía haber vuelto a sumergirse en sus pensamientos—. En fin, yo se los advertí, si el jefe los descubre así, distraídos, no me culpen después.

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now